miércoles, 25 de mayo de 2016

Andrés Sánchez Robayna, entre la esencia y la existencia de Eugen Dorcescu,

 Lo primero que habría que decir, ante un libro tan peculiar como el que el lector tiene ahora entre sus manos, es que no hay que dejarse llevar por lo que el título —tan atrayente en su simplicidad— parecería indicarnos en primera instancia. Poemas del Viejo, en efecto, remite en seguida, aparentemente, a versos que se escriben en la etapa final de una vida, y que pueden abordar temas muy heterogéneos. Versos de ese tipo —quiero decir, versos correspondientes a esa fase última de la vida, y de temática muy variada— los escribieron Lope de Vega y John Donne, Goethe y Victor Hugo, Giuseppe Ungaretti y Jorge Guillén. A la etapa final de Lope, por ejemplo, se le ha querido dar el nombre de «ciclo de senectute», por más que en él no todo fueran actitudes ascéticas y meditatio mortis: también hubo espacio y tiempo para el juego, la risa, la parodia. Si pensamos, por el contrario, en Ungaretti y su libro de 1960 Il taccuino del vecchio, lo que observamos es el conjunto de las obsesiones que ya conocíamos en libros anteriores del poeta italiano, ahora bajo la «mordedura» (l’addentare) del tiempo y sus estragos. «Yo creo —escribió Ungaretti— que en la poesía de la vejez no se da la frescura, la ilusión de la juventud, pero creo que se da una suma tal de experiencia que se llega —y no siempre se llega— a encontrar la palabra necesaria, se consigue la poesía más alta.» Pero los temas del taccuino, reconozcámoslo, seguían siendo muy variados: la soledad, el dolor, el corazón que aún ama.

         En los Poemas del Viejo de Eugen Dorcescu estamos ante una realidad o un mundo bien diferente. Desde la pieza inicial, lo que en ellos se aborda y se explora es la experiencia misma de la vejez, esa dramática realidad de un ser que, de hecho, no vive, sino que se sobrevive a sí mismo, como se nos dice en un momento dado. Claro está que aparecen aquí, de manera paralela, otros temas (desde la corporalidad hasta la «niebla» de Thánatos), pero todos ellos giran en torno al significado de la vejez, una vejez que llega al final de «la aventura incomprensible de la existencia». De ahí el sostenido dramatismo de estos versos, su profundidad que es, al mismo tiempo, angustia y voluntad de conocimiento. Del viejo se habla aquí siempre en tercera persona («El viejo conoce exactamente…», «el viejo observa», «el viejo se obstina…»), como si esa distancia permitiera a la voz lírica objetivar la realidad de la que habla, el mundo de ese ser «trágico y desgraciado» inscrito entre el aire y la ceniza. Pero también hay aquí belleza, una «belleza desgarradora» del ser consciente de su finitud y de la solidaridad y la armonía del cosmos. La existencia aguarda su fin, y se entrega a él para que tenga lugar el flujo eterno del cosmos, para que el ser pueda ascender «los peldaños eternamente jóvenes de la eternidad».

         Cuando, en la primavera de 2009, leí por vez primera —y por un feliz azar— la poesía del rumano Eugen Dorcescu (Timisoara, 1942), no pude menos que experimentar la sensación de estar ante un autor en el que convergen algunas líneas esenciales de la lírica moderna. Una honda exploración del sentido de la trascendencia —a veces inseparablemente unido a las lecciones de la mística occidental— se da la mano, en esta poesía, con una poderosa búsqueda metafísica («metafísica, no filosófica», insistía Juan Ramón Jiménez) cuyo centro o eje es el ser frente a la eternidad. La gran tradición de la poesía rumana, desde Mihai Eminescu hasta Tudor Arghezi —una tradición que en España, o en lengua española, conocemos, por desgracia, de manera harto insuficiente—, se ve asumida en cada verso de Dorcescu, acrisolada en cada una de sus palabras, y enlaza con algunas de las grandes preocupaciones que, desde Mallarmé hasta Luzi o Bonnefoy, determinan el lenguaje y el mundo de la más viva poesía europea de la modernidad.

         No será inútil llamar la atención sobre Dorcescu como poeta europeo, por mucho que las condiciones sociales y culturales de su país, durante demasiados años, lo hayan aislado en gran medida en los límites de su lengua, y sólo en los últimos tiempos esta obra haya empezado a ser conocida en el resto del continente. Porque lo importante es que en la obra misma de Dorcescu están puestas algunas de las claves más hondas de la modernidad poética, y de manera muy especial lo que Mario Luzi ha llamado «la dialéctica entre la existencia y la esencia», esto es, el necesario intercambio entre la experiencia vital misma y el fondo ontológico en el que esa existencia se inscribe. Del equilibrio, de la solidaridad entre esos dos planos, depende la palabra poética; una dialéctica, en efecto, «sin la cual —añade Luzi— la poesía, al menos en nuestro sentido, no tendría lugar».        
     
         El lector no sólo asiste en estos Poemas del Viejo a esa dialéctica sino que se sumerge en ella, la siente agitarse en la conciencia, entre ese senequismo (aquí a veces muy estricto) que toda meditación sobre la finitud implica necesariamente en nuestra tradición y un agudo sentimiento del drama, no menos característico de una parte muy significativa de esa tradición, y no sólo en su admirable fase barroca. Eugen Dorcescu nos sitúa ante ese drama con palabras al mismo tiempo desnudas e inquietantes, unas palabras que no renuncian —no pueden renunciar en modo alguno— al sentimiento del misterio, como si éste fuera el sentimiento más constitutivamente humano, nuestra más viva posesión sensible.

         Poemas del Viejo: palabras entregadas, sí, «a la liberación, al dolor, a la luz», según se lee en una de las piezas. Pero también, y ante todo, entregadas al misterio, a ese espacio (y a ese tiempo) entre existencia y esencia que nos constituye, y del que la palabra poética está llamada siempre a ser un bello, irradiante, insustituible testimonio.     


Tegueste, Tenerife, 15 de noviembre de 2011  

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* Prefacio del libro Eugen Dorcescu, Poemas del Viejo – Poemele Bătrânului, Traducción del rumano: Rosa Lentini şi Eugen Dorcescu, Ediciones Igitur, Montblanc (Tarragona), Spania, 2012. Analecta Literaria – Ecos de Babel, Argentina, 6 mai 2013.

Fotos: Andrés Sánchez Robayna y Eugen Dorcescu

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