La tristeza no dura más que un momento
Y
cuando estamos despiertos,
La
felicidad no ha sido más que un sueño Junichiro
Tanizaki
Cuando la tía Carmen Nieves cumplió los noventa años estaba
fantástica, vivía sola, a trancas y barrancas se preparaba su comidita,
enjuagaba los vasos y los platos, se lavaba su ropa íntima, regaba sus plantas
y hasta salía al portal a coger unos rayitos de sol, pero sin saber cómo se le
presentó una infección pulmonar. Los médicos le quitaban importancia, decían que
eran cosas de la edad, que quizás experimentaría alguna mejoría. Pero a los
pocos días notamos que casi no oía, que cuando hablaba arrastraba las palabras
y que era incapaz de dar un paso por ella misma.
Teniendo en cuenta su estado de salud y que la tía era una
persona difícil de las que no quieren vivir con nadie, tuvimos que tomar una
decisión. La trasladamos a un lugar para personas de edad avanzada, donde hay
mucha demanda para entrar. Un Centro en el que pudieran atender todas sus
necesidades, hacer actividades en grupo, rehabilitación, juegos. Un lugar donde
su salud quizás no mejoraría, ni el ambiente iba a ser como en su casa, pero
podría ir tirando una temporada más y llevar una vida más digna entre otros
seres que se encuentran en situaciones parecidas.
El primer día que fui a verla me encontré a la tía sentadita
en su silla de ruedas, en un pabellón amplio, controlado por alguna enfermera
que entraba y salía. Acompañada por una treintena de compañer@s que estában en
la misma situación. Un lugar sencillo y limpio que olía a medicinas. Eché una
ojeada y creo que pensé más o menos lo mismo que ustedes hubiesen pensado.
Tod@s miraban un televisor. Al verme casi no me miró, se
limitó a sollozar mientras apretaba mis manos, las besaba. A mi se me rompió el
alma. Demostraba así su agradecimiento. Estaba desorientada. Me preguntaba por
su casa, por sus parientes, se quejaba de esto y de lo otro. Su ánimo había
decaído mucho y hablaba sin levantar la cabeza. Evitaba las miradas de sus
compañeras. No quería estar allí.
No le gustaba la tele, aunque se resignaba a mirarla de vez
en cuando. Así juntas compartimos la retrasmisión de la procesión de la Virgen
del Pino. Y embargada por la emoción se santiguaba una y otra vez al mismo
tiempo que miraba por la ventana al cielo. Después bajamos a un patio con
flores le di una vuelta, hablamos del sol y de las flores. Mas tarde mientras nos
tomábamos un helado expresó con una mirada vacía:
-¡Señor, llévame ya! Pero enseguida recapacitó, y resignada
añadió que sabía que aún le quedaba lo peor por sufrir, que aun no había
cumplido su cuota de sufrimiento.
Por los pasillos nos encontramos a otros seres que aún
podían caminar o que se movían con sus sillas de ruedas, con su andador, que
todavía ejercían algún control sobre sus destinos.
Cuando llego el final de la visita, tuve que dejarla de
nuevo en el pabellón, en la enfermería en donde la había encontrado. Entonces
rompió a llorar y con frenética desesperación grito:
-¡No me dejes aquí!
Al escucharla no supe qué hacer ni que decir, me tembló el
cuerpo del dolor. Me sentí como una delincuente.
Hoy al recordar de nuevo a la tía Carmen Nieves, a nuestros
ancianos, abuelos, tíos, padres que no oyen, que apenas nos reconocen, que no se
les entiende, que bostezan, gritan, gesticulan. O que quizás no quieren decir
nada porque sus bocas son ya como tumbas vacías, que hablan consigo mismo o
quizás hablan con sus muertos. Se me rompe el alma.
cuadro: anciana Van Gogh
cuadro: anciana Van Gogh
facebook/rosariovalcarcel/escritora ;
www.rosariovalcarcel.com
Un bello trabajo sobre la ancianidad que nos espera. Con la sensibilidad especial de Rosario Valcárcel.
ResponderEliminarHermoso relato, lleno de realidad, emoción y conciencia. Gracias, amiga.
ResponderEliminarGracias Luis. Gracias Antonio. En realidad es hecho verídico de gentes que ya no tienen ni rostros ni esperanzas.
ResponderEliminarUn beso grande para ambos.
Es un relato enternecedor, pero es poco decir eso solamente, sería casi como engañarnos. Es un relato que toca otras fibras más sensibles que pueden ir desde el amor más apasionado hasta el egoísmo más crudo, porque detrás de cada uno de estos ancianos (detrás de cada uno de nosotros que aún no lo somos) hay una historia distinta.
ResponderEliminarY dependiendo de quien lo lea, entiendo que lo pueda ver como un relato cruel, un relato agridulce o un relato emotivo.
En un caso u otro, son líneas que como dedos tocan cuerdas por aquí detrás, por esta parte donde dicen que anda el corazón.
Y a mí me ha encantado.
Un muy cordial y afectuoso saludo... por hacerme salir de tu blog con muchos sentimientos encontrados.
Gracias.
Gracias Jesús: Por sus palabras y por sus emociones.
ResponderEliminarMi abrazo apretado.
¡Que lejos quedaron los tiempos en que los ancianos de la "tribu" eran oráculo y consejo de experiencia!.Nos conformamos con decir y pensar que no es culpa nuestra, que la sociedad ha cambiado (¡Como si eso fuera inmutable!).Y que duro se hace para la persona que cuestiona constantemente su comportamiento y su compromiso...Magnífico tu texto...No es duro, es real...y si ayuda a llegar akl alma del ser humano...mas importante aún...porque son mas importantes las necesidades del alma que las "supuestas" necesidades del cuerpo...sin duda alguna...un abrazo y gracias por este hermoso texto
ResponderEliminarCierto Qué lejos... Triste la situación cuando llegamos a viejos. Cuando dependemos de los demás.
ResponderEliminarGracias por tus palabras y un beso grande, grande.