EN LA CASA DE CANARIAS DE MADRID
Esta tarde me siento feliz por dos motivos. Una, que este
libro es un nuevo fruto del proyecto “Salvar la Memoria: 50 años de Tirma y
Moby Dick” que emprendimos en 2006 para evitar perder -50 años después- la
memoria de uno de los principales hitos sociales y culturales de Canarias en el
siglo XX. Los trabajos no surgen del aire. Son posibles gracias a la
sensibilidad de personas con nombre y apellidos. Por eso, aquí debo nombrar la participación
en el mismo de mi mujer, Marta de Santa Ana, y de mi padre, Daniel Roca Suárez.
También el apoyo expreso de Pilar Blanco y Juan José Benítez de Lugo por el
Gabinete Literario; de la concejala de Cultura del Ayuntamiento, entonces y
actual, Isabel García Bolta; de la directora de Filmoteca Canaria, María
González Calimano; y la profesora del IES Politécnico, Elena Carvajal. Carlos
de la Peña y José Antonio Benítez eran entonces alumnos de este centro sin los
cuales tampoco hubiera sido posible.
Que nuevas iniciativas, como por ejemplo esta, pudieran
nacer a partir de él era el objetivo más ambicioso de aquella búsqueda y
catalogación urgente y desesperada de materiales y testimonios que contó con un
apoyo popular inmediato. Entre tanto, hemos recogido algunos frutos. Uno de
ellos es la edición -histórica- en DVD de Tirma de Paolo Moffa a cargo de la
Filmoteca Canaria con testimonios del proyecto en sus extras. Otro, las
colaboraciones para una publicación a nivel nacional que está a punto de ver la
luz en Madrid. Gracias a este proyecto supieron que el filme se había rodado en
España. Otra es la colaboración para un documental sobre la playa de Las
Canteras emitido recientemente por televisión. La última es esta sorpresa: el
libro de Rosario Valcárcel.
La segunda razón de felicidad es porque el libro me parece
muestra de la identidad de la urbe a la que de forma implícita también
homenajea con él. Valcárcel es una ciudadana ejemplar que, con arte firme pero
cariñoso, se encarama sobre la multitud para describirnos un lugar que, como
los grandes, absorbe como una esponja las señales que le llegan de fuera. Un
espacio vital, sin complejos, muy generoso que ha perdido mucho tiempo -más del
que pudiéramos considerar normal- para zafarse de las cuerdas que la impiden
desarrollarse en toda su plenitud.
Rosario Valcárcel como la ciudad que demuestra amar, retrata
aquella Las Palmas subordinada, alegre, pequeña y oprimida bajo el peso de la
dictadura franquista, a través de de un joven quinceañera, María Teresa,
enamorada antes de lo bello, de lo puro, de lo feliz, que del bueno (¿o el
bobo?) de su novio José Antonio. Por eso la chica ama las ballenas como expresa
sin morderse la lengua en uno de los más bonitos pasajes del libro. Son un
símbolo de la naturaleza en toda su grandeza.
El contexto es el rodaje del filme “Moby Dick” en la ciudad,
circunstancia que es uno de los principales hitos históricos y sociales de esta
ciudad durante el siglo XX. El rodaje llegó como un regalo de Navidad, entre
finales de 1954 y enero 1955.
A partir de él podemos asociar Las Palmas de Gran Canaria
con nombres de talla universal como los escritores Herman Melville (autor del
clásico de la literatura); Ray Bradbury (coautor del guión, a cuya escritura
dedicó un libro premiado con el Premio Nacional del Libro en los Estados
Unidos; John Huston (co-autor del guión y director del filme, que fue premio al
Mejor Director del Círculo de Críticos de Nueva York) y Gregory Peck (el más
querido y admirado, el más deseado, que venía a la ciudad de hacer, nada menos,
que la deliciosa comedia romántica “Vacaciones en Roma”, de William Wyler,
junto a Audrey Hepburn). Peck (el capitán Ahab), que llegó a Las Palmas
acompañado de su novia Veronique Pasani, a quien había conocido durante aquel
rodaje en la capital italiana. Con quien se casaría el 31 de diciembre del
mismo año, 1955, un día antes de empezar 1956, año de estreno mundial de Moby
Dick.
Otros nombres que estuvieron en Gran Canaria, con el nombre
de sus personajes: Richard Basehart (Ismael), Seamus Nelly (Flask), Leo Genn
(Starbuck), Harry Andrews (Stubb), Edric Connor (Daggoo), Friedrich von Ledebur
(Queequeg), Bernard Miles (Manxman). Y finalmente, uno que ha pasado más
desapercibido, Oswald Morris, el director de fotografía, que había trabajado
con Huston en “Moulin Rouge”, y es responsable de filmes tan prestigiosos como
“Lolita” de Stanly Kubrick, “El violinista en el tejado” de Norman Jewison y
música inolvidable; y Los cañones de Navarone, también protagonizada por Gregory
Peck, con David Niven y Anthony Quinn.
Moby Dick fue la película más taquillera de 1956. Costó 4,5
millones de dólares y recaudó más del doble: 10,4 millones de dólares. ¿Cómo
explicamos a los jóvenes de hoy el significado de aquel impacto en la ciudad? Para
que lo entendieran en toda su dimensión no podríamos decirles, solamente, que
vino un formidable equipo de rodaje de Hollywood. Podrían pensar que eso es
algo tan fácil como 16 horas de vuelo en cómodos aviones supersónicos, retoque
de la imagen con un ordenador y a otra cosa. Mejor, habría que contarles que
durante la Navidad de 1954 los mismísimos extraterrestres visitaron esta
ciudad. Marcianos todo lo contrario a los que suele retratar el cine. Nada
hostiles, pues dieron trabajo y pagaron propinas en dólares, enseñaron técnicas
y materiales nuevos, trajeron maravillosos inventos desconocidos, participaron
en recepciones glamourosas y combates de boxeo; y se mezclaron con la población
hasta el punto de compartir juergas históricas.
Estimula comprobar que en el libro de Valcárcel hay muchas
anécdotas extraídas directamente del proyecto “Salvar la Memoria: 50 años de
Tirma y Moby Dick”. Narradas por nuestros héroes locales. Aquí la escritora
honra a sus protagonistas llamándolos por sus nombres reales: Manuel Márquez –el
figurante grumete al que dieron un bañador que se inflaba al contacto con el
agua, pues no sabía nadar-; Francisco
Correa –administrativo de la Casa Miller que tradujo las
directrices del jefe de construcción Mr. Jolly en los talleres Hull Blyth de la
Compañía Carbonera, localizada justo donde hoy está el edificio de Maphre
Guanarteme junto al mercado del Puerto-; Juan Socorro –que trabajó
en la construcción de la ballena-; y José Antonio Carvallo
–que patroneaba el remolcador que halando (de alas) o como, diríamos aquí,
“jalando” de la maqueta construida sobre una barcaza, daba vida a Moby Dick-.
Agradezco expresamente a Rosario Valcárcel que
aporte nuevas luces, fruto del buceo en la prensa de la época. Por ejemplo, la
llegada desde Londres y Lisboa en hidroavión de buena parte del equipo técnico
y artístico después de volar durante toda la noche. O en el traslado coyuntural
del rodaje al sur de la isla debido al mal tiempo; como ella misma indica en su
relato, de qué mejor manera podría reaccionar la Naturaleza ante el hecho de
que unos cineastas pretendieran filmar la caza final de la ballena blanca. Ya
lo impidió en aguas menos apacibles del Atlántico Norte rompiendo dos maquetas
de la ballena, como cuenta Huston en sus memorias. También incluye Valcárcel en
su relato la botadura con champán del cetáceo de madera, hierro y látex, a
cargo de la niña Amalita Guillén. La descripción de la llegada de John Huston y
Gregory Peck al aeropuerto de Gando es un gran arranque para el libro, que igualmente
tiene un final que no por previsible (¿inevitable?) deja de estar a gran
altura.
“Moby Dick en Las Canteras Beach” está dirigido a un público
juvenil a partir de 12 años, como se lee en su cubierta. Bien puesto por la
editorial. Porque quiere decir que está destinado a todo aquel -o aquella- que
haya superado los 12 años y se considere joven, aunque tenga 90. En esta ciudad
generosa y alegre son muchos más de los que parece. Pero no se dejan ver con
facilidad. Hay que buscarlos. El libro tiene por ello un enorme público
potencial. Y yo le deseo a su escritora, y a la editorial, que lo encuentre.
facebook/rosariovalcarcel/escritora; www.rosariovalcarcel.com
Como dice Jorge Rodríguez Padrón, un libro que se lee bien, ameno, fresco, espontáneo su lenguaje, tierna la chica que narra la historia desde sus recuerdos. También el argentino Leandro Pinto ha elogiado este libro, que muestra la superación constante de su autora.
ResponderEliminarMis mejores deseos, Rosario.
ResponderEliminarHermosa cronica de Luis Roca ...Me imagino que la recibes emocionada...Preciosa descripcion de un proyecto que no me cabe ninguna duda que será magnifico...Yo, espero conseguirlo a traves de la libreria de un buen amigo comun...y a lo mejor hay suerte y hasta lo consigo firmado...jejeje....un abrazo
ResponderEliminar¡Felicidades, Rosario!
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