…Siguió por la finca, por las vides
invernales, hundiéndose en el áspero
picón
hasta media pierna…, “La isla y los demonios”, Carmen Laforet
El corcho salto por los aires y las burbujas se balancearon
por mi cuerpo, por los muebles, por la mesa, las paredes, por la alfombra.
Desde Noé no había visto una inundación parecida.
Aquella tarde Dominik había comprado varias botellas y con
mucho cariño las tendió en la nevera, las acarició y las vigiló para que no se
enfriaran demasiado. Había descubierto sus matices a tierra ácida y seca.
-Retira el corcho suavemente –le insistí.
Pero no siguió mi consejo. Disfrutó como un chiquillo cuando
el tapón saltó, cuando salió disparado como una bala. No podía controlar los
sobresaltos de aquella agua maravillosa.
Las chispitas me salpicaban, me hacían reír, los vapores me
seducían con un poder irresistible, se volatilizaban igual que un reflujo de
aguas escondidas. Y de pronto pronunció las palabras rituales:
-! Por nosotros!
Las gotas palpitaban luminosas, pálidas pero sonrientes.
Nuestros labios expresaron leves movimientos, yo los sentía mojados, resbaladizos. Él me
aseguró que aquellas moléculas de oro eran milagrosas.
-¿Qué quieres decir? –le pregunté.
-¿No sientes algo especial? –añadió.
No sabía qué decirle. Mi cabeza empezó a darme vueltas igual
que si me estuviese probando dieciocho veces un mismo sombrero. Volvimos a
brindar.
¡Por nosotros!
Aquella tarde la chimenea de mi dormitorio funcionaba mal.
El humo estaba reacio a emprender su viaje definitivo. Parecía un desfile de
espíritus. Entonces llamé a Dominik, él era el encargado de la casa. Solucionó
el problema.
Después se lavó las manos en el baño y desde fuera escuché el
murmullo que producía el chorro del agua abierto.
Aquel rumor me traslado a mi infancia en el pueblo, al
sonido de cuando Manuel y yo nos bañábamos en el estanque de su tío. El sol
cegaba mis ojos. Nos tropezábamos el uno con el otro. Yo encogía el cuerpo,
tomaba buches de agua; estaba tibia. Nos convertíamos en Narcisos, nos
chingábamos, separábamos las piernas, nos rozábamos los muslos pero cuando
intentaba besar aquellos labios incitantes, se desvanecía entre ondas
fantasmales.
Debajo del charco se sacudían imágenes abultadas en blanco y
negro, manoseos, tacto afelpado. Se adivinaban nuestros vellos desgreñados,
magnéticos. Nuestros genitales y un semen turbio.
Éramos unos chiquillos.
Mientras estaba en esos pensamientos fue cuando escuché a
Dominik. Fue cuando pronuncio las palabras rituales:
-! Por nosotros!
Al acercarse noté una violenta agitación agradable, el olor
de su cuerpo, la esencia del néctar. Me dejé arrastrar por aquella corriente,
me asome a la vida. Es curioso nunca fui vulnerable a los encantos de un
hombre. La energía crecía; embriagado de placer acerqué mis labios a los suyos,
sentí el anhelo de besarlo. La sensación fría de la bebida y el calor de su
lengua me hicieron perder la razón. Él abrió su boca sedienta y nuestros
dientes chocaron, nos mordimos la lengua, nos enredamos en los jugos de la fruta
madura. Lo noté ansioso desorientado. Fingió poner reparos. Se despidió.
-No te vayas, quédate conmigo, confía en mí.
Me miró con recelo pero obedeció. Necesitaba poseerlo,
estaba dispuesto a retenerlo como fuera. Tomé la palma de su mano y la deje
deslizarse por mi camisa, mientras acercaba mis dedos a su entrepierna. Se
estremeció.
-Nadie puede ver lo que estamos haciendo.
Tropecé con su slip y noté esa resbaladiza sensación que se
iba dilatando, creciendo. Ninguno de los dos nos movimos. Cada uno esperaba que
el otro activase aquella bomba. Ese placer
desconocido. No se asustó, de sobra sabía que esa era la forma en que
ocurren las cosas. Me escondí entre sus brazos, en mi arresto. Lo note empapado en
sudor frío. Nunca había sentido las caricias de un hombre.
-Todo va bien -le dije en tono cariñoso.
El lirismo de la uva fue irresistible, tanto que pegado a mí
meneaba el resbaladizo culo en frenético abandono. Cataba más sorbos y los
retenía entre mi lengua, entre mis encías. Pensé en su tiempo de gestación, en
el silencio. Pensé qué quizás él y yo estábamos hechos del mismo material.
Yo llevaba casado tres años y estaba enamorado de Julieta.
Pero aquella noche Dominik y yo hicimos resurgir esas partes oscuras de uno
mismo, nos volvimos a fundir con mucha fuerza y como si hubiese terminado una
guerra y tuviésemos hambre sexual de años, derramé todos mis flujos, escuché
el silencio tras los espasmos
musculares, entre las pasiones del corazón humano.
Sentí sed y las burbujas se balancearon por mi cuerpo.
Foto: bajada de Internet.
facebook/rosariovalcarcel/escritora
Un buen relato, con ritmo y sabiduría narrativa
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