La ninfa
Liriópe, violada por Cefiso, dio a luz un hermoso niño al que llamó Narciso.
Tenía ya dieciséis y su hermosura era indescriptible. De él se enamoró Eco.
Era Eco
una joven muy charlatana que recibió un terrible castigo, precisamente por
hablar tanto. Juno fue quien la castigó y Júpiter el motivo. Ella recibió el
castigo y él… nada. Cada vez que el dios quería “yacer” en el monte con alguna
ninfa, mandaba a Eco ante Juno siempre con las mismas órdenes:
-Ve a ver a mi esposa y dale conversación. Cuéntale lo que quieras. Tenla entretenida para que no me busque.
La
joven obedecía al momento los mandatos
del dios. Y, cuando veía que la ninfa de turno ya se marchaba, se despedía de
la diosa.
Mas
Juno descubrió el engaño y castigo severamente a la niña:
-Tu
lengua, le dijo, - con la que tantas veces me has burlado hablará, pero sólo
será capaz de repetir las palabras que oigas, y no todas. Ya no podrás entretener
más a la gente y mucho menos a mí.
Eco no
alcanzo a conocer la magnitud del castigo hasta que se enamoró de Narciso. El
joven iba todos los días a cazar. Sin que éste lo supiera, la ninfa lo seguía
por los campos y los montes. Oculta para que no la descubriera, no cesaba de observarlo
y admirarlo, y día a día crecía en ella la llama del amor. Numerosas veces
intento llamarlo y entablar con él conversación, pero las palabras no salían de
su boca.
Un día
Narciso oyó un ruido a sus espaldas. Se volvió para ver quien o qué había allí
pero no vio nada:
-¿Hay
alguien ahí? preguntó
-Ahí,
respondió Eco.
Narciso
miró a su alrededor. No había nadie.
-Quien quieras
que seas, comenzó a decir, -sal.
La
joven repitió la orden.
-Sal.
La
ninfa repetía una y otra vez sus palabras finales.
Dijo
entonces Narciso: -Ven y así nos veremos. Juntémonos.
Con
gran deseo pronunció Eco esta última palabrea. Y mientras la decía, apartaba
con sus manos los arbustos que la separaban del joven y tendía sus manos hacia
el cuello que deseaba abrazar. Narciso huyó y dejó el abrazo sin dar.
Eco sintiéndose
despreciada, se ocultó en el bosque y a partir de ese momento vivió en cuevas
solitarias. Pero no podía olvidar a su amor. Por las noches no lograba
conciliar el sueño y se iba consumiendo poco a poco. Finalmente solo quedaron
la voz y los huesos. Estos se transformaron en piedra siendo la voz lo único
que permaneció.
Nadie podía ver ya a la joven pero todos
podían oírla. El sonido fue lo único que quedó de ella.
(Texto
adaptado de Ovidio, Metamorfosis III, 339 -402)
Antología
(selección y adaptación Cristina Sánchez Martínez
Foto: Eco y Narciso, de Internet.
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