Escrito por Elena Villamandos.
Los treinta y cinco cuentos que
engloban esta composición literaria de Rosario Valcárcel vienen a conformar un
tapiz cargado de matices, de sabiduría, de capacidad de observación de la
escritora donde, además, da cobertura a muchas de las experiencias adquiridas a
lo largo de su vida.
Tejido este tapiz con las mejores de
sus sedas que son la sensibilidad, el tacto, la variedad de registros y la
cercanía con la que la pluma de esta escritora suele conmovernos, estos treinta
y cinco cuentos nos muestran momentos y escenas de la vida cotidiana desde una
perspectiva muy intimista, desde el universo interior de Rosario, con todos sus
matices y con toda su manera de percibir el mundo que nos rodea que, a la
postre, no es tan diferente a como lo vivimos todos. Por eso no nos resulta
difícil entrar en este universo de hechos cotidianos, de recuerdos de la
infancia, de juventud, de aconteceres amorosos, sin dejar de vernos permanente
reconocidos y de sentirnos retratados, como en un espejo que proyectase nuestra
propia luz y también nuestras propias sombras.
Narrados con la ternura y la
inocencia que caracteriza la escritura de Valcárcel, cada uno de estos cuentos
resulta un pequeño diamante para la reflexión, el alegato social, la
reivindicación de los placeres, el rescate de la memoria individual, no sin su
toque de humor y de elegante ironía y tampoco exentos, especialmente los
cuentos más eróticos, de cierto romanticismo que se respira, yo creo, que en
casi toda su obra perteneciente a este género, que no es poca.
Otros relatos de corte más social le sirven a Rosario para, desde el testimonio de los personajes, sacar a la luz y denunciar la difícil situación que viven mujeres y niñas en países como la India. Cuentos tales como “Almas errantes” o “Boda ilegal”, nos muestran las pésimas condiciones en las que quedan las mujeres una vez han enviudado o las bodas ilegales que se producen entre hombres en edad adulta y niñas en la India. Por otro lado, en el cuento titulado “Mokhtar”, queda retratado el duro testimonio de un inmigrante del vecino continente africano y su odisea en patera hasta las costas canarias. Así Rosario se nos presenta como una escritora de corte crítico, realista, expresando sin excesivos artificios ni posturas cínicas y vacilantes, con un lenguaje claro, limpio y fácil de entender, su faceta más humanitaria.
Dentro de este mismo tipo de relatos quiero destacar también los siguientes títulos: “En la residencia de pensionistas”, “El tío Blas” y “Topacio”, pues en ellos toca temas tan a la orden del día como el abandono de los ancianos en las residencias o la situación de las mujeres inmigrantes hispanoamericanas que trabajan de cuidadoras y empleadas del hogar en casas de canarios, o las consecuencias del maltrato animal desde la realidad vivida por el propio animal, en este caso un toro, un extenso alegato este contra el “arte de la tauromaquia”, y lo pongo entre comillas por no decir “la tortura de seres vivos y su posterior inhumana matanza”.
Por otro lado y como ya dije anteriormente, están los cuentos de marcado tinte erótico. Estos, reivindican el placer de los sentidos y, usando las escenas eróticas en su primer plano, no dejan sin embargo de mostrarnos el mundo interior, emotivo de los personajes. Sus personalidades, sus problemas de pareja, sus contrariedades emocionales y la manera en que estas son resueltas a través del sexo, del encuentro con el otro, y del placer que se derrama en la desnudez de los cuerpos que es a la vez lascivo y a la vez inocente, romántico y al mismo tiempo pícaro y lleno de guiños al liberalismo y a la apertura y normalización de la sexualidad, sea de la orientación que sea.
Solo me queda decir que, estos “Cuentos
gozosos” de Rosario Valcárcel, se encuentran publicados en el mismo libro que
los “Cuentos traviesos” de Luis León Barreto y que, aunque aquí solo reseñe la
obra de Rosario, vale la pena leer el libro completo, pues los de Luis
igualmente no tienen desperdicio alguno y merecerían otra reseña completa.
Con un formato precioso, el libro en
su conjunto se nos presenta producto de una complicidad entre Rosario y Luis
que se nos insinúa tierna e íntima, donde el espacio literario de cada uno es
respetado por el otro, al igual que sus tan distintos universos narrativos,
apoyándose para la publicación pero sin pisarse en el acto creativo.
No quiero acabar sin hacer un
comentario sobre los dibujos de la portada que son realmente exquisitos,
realizados por las ilustradoras Luz Sosa Pérez y Katerina Espevakovka.
En fin, un libro para leer a fondo y
para disfrutar desde muchas visiones y reflexiones humanísticas más allá del
acontecer de la palabra visible.
Fotos, Elena Villamandos, Rosario Valcárcel y las dos portadas del libro Cuentos gozosos, Cuentos traviesos, así como una vista del público asistente en la presentación del Club La Provincia y El Museo León y Castillo de Telde con Conchi Vera.
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