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martes, 28 de agosto de 2018

A propósito de los “Cuentos gozosos” de Rosario Valcárcel.


Escrito por Elena Villamandos.

Los treinta y cinco cuentos que engloban esta composición literaria de Rosario Valcárcel vienen a conformar un tapiz cargado de matices, de sabiduría, de capacidad de observación de la escritora donde, además, da cobertura a muchas de las experiencias adquiridas a lo largo de su vida.

Tejido este tapiz con las mejores de sus sedas que son la sensibilidad, el tacto, la variedad de registros y la cercanía con la que la pluma de esta escritora suele conmovernos, estos treinta y cinco cuentos nos muestran momentos y escenas de la vida cotidiana desde una perspectiva muy intimista, desde el universo interior de Rosario, con todos sus matices y con toda su manera de percibir el mundo que nos rodea que, a la postre, no es tan diferente a como lo vivimos todos. Por eso no nos resulta difícil entrar en este universo de hechos cotidianos, de recuerdos de la infancia, de juventud, de aconteceres amorosos, sin dejar de vernos permanente reconocidos y de sentirnos retratados, como en un espejo que proyectase nuestra propia luz y también nuestras propias sombras.


Narrados con la ternura y la inocencia que caracteriza la escritura de Valcárcel, cada uno de estos cuentos resulta un pequeño diamante para la reflexión, el alegato social, la reivindicación de los placeres, el rescate de la memoria individual, no sin su toque de humor y de elegante ironía y tampoco exentos, especialmente los cuentos más eróticos, de cierto romanticismo que se respira, yo creo, que en casi toda su obra perteneciente a este género, que no es poca.

Otros relatos de corte más social le sirven a Rosario para, desde el testimonio de los personajes, sacar a la luz y denunciar la difícil situación que viven mujeres y niñas en países como la India. Cuentos tales como “Almas errantes” o “Boda ilegal”, nos muestran las pésimas condiciones en las que quedan las mujeres una vez han enviudado o las bodas ilegales que se producen entre hombres en edad adulta y niñas en la India. Por otro lado, en el cuento titulado “Mokhtar”, queda retratado el duro testimonio de un inmigrante del vecino continente africano y su odisea en patera hasta las costas canarias. Así Rosario se nos presenta como una escritora de corte crítico, realista, expresando sin excesivos artificios ni posturas cínicas y vacilantes, con un lenguaje claro, limpio y fácil de entender, su faceta más humanitaria.

Dentro de este mismo tipo de relatos quiero destacar también los siguientes títulos: “En la residencia de pensionistas”, “El tío Blas” y “Topacio”, pues en ellos toca temas tan a la orden del día como el abandono de los ancianos en las residencias o la situación de las mujeres inmigrantes hispanoamericanas que trabajan de cuidadoras y empleadas del hogar en casas de canarios, o las consecuencias del maltrato animal desde la realidad vivida por el propio animal, en este caso un toro, un extenso alegato este contra el “arte de la tauromaquia”, y lo pongo entre comillas por no decir “la tortura de seres vivos y su posterior inhumana matanza”.


El otro tipo de relatos con el que nos encontramos son aquellos que rescatan escenas de la memoria del pasado, tanto del más lejano como del más reciente, y que catalogo dentro de lo que serían los relatos de la experiencia. En ellos evoca Rosario situaciones relacionadas con experiencias vividas tanto del territorio de la infancia como de las otras etapas de la vida. Por ejemplo, en el cuento “A solas con los muertos” que es el primero del libro, Rosario refleja la percepción de la muerte a través de sus dos personajes y de los fenómenos paranormales que les suceden. En “Las mareas del Pino”, nos retrata, con ese enfoque especial con que Rosario suele iluminar sus recuerdos de la playa de las Canteras, una tierna escena de su infancia. Quiero hacer también aquí una especial reseña al cuento titulado “Piolín” donde, narrando la necesidad que un pájaro canario en Madrid tiene de bañarse dentro de su jaula para poder empezar a cantar, refleja de manera implícita la necesidad que los canarios tenemos de estar cerca del océano.

Por otro lado y como ya dije anteriormente, están los cuentos de marcado tinte erótico. Estos, reivindican el placer de los sentidos y, usando las escenas eróticas en su primer plano, no dejan sin embargo de mostrarnos el mundo interior, emotivo de los personajes. Sus personalidades, sus problemas de pareja, sus contrariedades emocionales y la manera en que estas son resueltas a través del sexo, del encuentro con el otro, y del placer que se derrama en la desnudez de los cuerpos que es a la vez lascivo y a la vez inocente, romántico y al mismo tiempo pícaro y lleno de guiños al liberalismo y a la apertura y normalización de la sexualidad, sea de la orientación que sea.



Solo me queda decir que, estos “Cuentos gozosos” de Rosario Valcárcel, se encuentran publicados en el mismo libro que los “Cuentos traviesos” de Luis León Barreto y que, aunque aquí solo reseñe la obra de Rosario, vale la pena leer el libro completo, pues los de Luis igualmente no tienen desperdicio alguno y merecerían otra reseña completa.

Con un formato precioso, el libro en su conjunto se nos presenta producto de una complicidad entre Rosario y Luis que se nos insinúa tierna e íntima, donde el espacio literario de cada uno es respetado por el otro, al igual que sus tan distintos universos narrativos, apoyándose para la publicación pero sin pisarse en el acto creativo.

No quiero acabar sin hacer un comentario sobre los dibujos de la portada que son realmente exquisitos, realizados por las ilustradoras Luz Sosa Pérez y Katerina Espevakovka.

En fin, un libro para leer a fondo y para disfrutar desde muchas visiones y reflexiones humanísticas más allá del acontecer de la palabra visible.


Fotos, Elena Villamandos, Rosario Valcárcel y las dos portadas del libro Cuentos gozosos, Cuentos traviesos, así como una vista del público asistente en la presentación del Club La Provincia y El Museo León y Castillo de Telde con Conchi Vera.

martes, 21 de agosto de 2018

Recordando al poeta palmero, Antonio Pino Pérez





LAURELES DE LA PLAZA


Laureles de la Plaza centenaria
que proyectáis una tupida sombra,
y en la noche profunda y solitaria,
arrulláis un misterio en vuestra fronda.

Porque evocáis la estirpe legendaria

de un pasado feliz que nadie nombra,
porque rezáis una inmortal plegaría,
por vuestra verde plenitud redonda.

Porque os perfuma un hálito de historia
y despreciando las miserias vanas
buscáis la luz, que es alcanzar la gloria,
Yo os bendigo, laureles de Los Llanos
Conmovidos por voces de campanas
Y entrelazados con amor de hermanos.

Laureles victoriosos, impasibles,
de la añorada selva trasplantados
para esparcir alientos indecibles
sobre la urbana paz de los tejados.

Quitasoles lujosos, increíbles,
en un verde perenne consagrados,
Para inspirar ensueños imposibles
Y acallar el amor de los hastiados.

Me llama la esperanza alentadora
de vuestras copas anchamente erguidas
a evocar en su sombra protectora.

Los recuerdos que el viento se llevó:
el secreto fugaz de tantas vidas
que la muerte implacable deshojó.

Laureles de la Plaza de Los Llanos…
Atrio del Templo, vegetal, abierto
a la comba de todos los arcanos
con el encanto de un refugio cierto.

Recortados laureles ciudadanos
en esta Plaza, que es hogar y es huerto.
Laureles compasivos, casi humanos,
donde siempre arribamos como a un puerto.

Decidles a la Virgen, mi Señora,
que hoy venimos a verla penitentes
a implorarla perdón por el que llora,

y a buscar en la fiebre de un anhelo,
laureles que circundan nuestras frentes
Con la aureola de un girón de cielo.



Antonio Pino Pérez (1904-1970) nace en El Paso y tras finalizar sus estudios en la Escuela de Odontología de Madrid en 1934, ejerce dos años más tarde en La Palma donde trabaja como dentista tanto en la capital de la isla como en el municipio de El Paso. Alcalde, concejal y consejero del Cabildo, ejerce una importante labor a favor de la declaración de La Caldera de Taburiente como propiedad pública.

Su obra "Dándole vueltas al viento", prologada por el cronista oficial de Los LLanos y poeta, Pedro Hernández, se presenta en 1982 en la Casa de La Cultura de El Paso.

Es notable su aportación a la creación de los Carros Alegóricos: Luz y Sombra, La Antesala de la Muerte, El Reinado Eterno, La Nave de la Esperanza, Alrededor de la Cruz y Canto Sobrenatural. Desde el 2014 la Biblioteca Municipal lleva también su nombre.

Hijo Predilecto de El Paso. Cada tres años, con motivo de la Festividad de La Bajada de la Virgen del Pino, su ciudad rinde homenaje a la poesía y a la figura Antonio Pino Pérez.

Recientemente se ha reeditado el libro ABARIM, que fue presentado por el también poeta Ricardo Hernández Bravo, conocedor de la obra desde su época de estudiante, en la que encontró una poesía intensamente vitalista que aunaba reflexión existencial, compromiso con el dolor humano y un fuerte sentido de la espiritualidad vinculado a la comunión con las bellezas del mundo.

Foto: Antonio Pino P y Laureles de Indias en la Plaza de Aridane, La Palma.

viernes, 3 de agosto de 2018

Poema español- aleman. Me gustaría morir en una isla del Egeo,


Me gustaría morir en una isla del Egeo 
abrazando al sol.              
Ulises Gaviota sobre el radiante mar,  
diluida por el desdén caeré como un saco.

Me gustaría morir en una isla del Egeo,
un atardecer anaranjado de septiembre.
donde el paisaje baña los ideales.

Antes saldré del Pireo,
con mis velas como alas, tensaré las jarcias
aspiraré la fragancia de los perfiles malvas: 
el ritual del mar  
yendo y viniendo. 
Me gustaría morir en una isla del Egeo,
entre sus risas y sus silencios.
La memoria es una página vacía, la nostalgia
de haberlo perdido todo.
una playa sin olas,
acrópolis sin dioses.


Cuando llegue el último suspiro

en lo alto de la colina
miraré hacía el poniente, huiré,
y oculta escucharé la profusión de
deidades y demonios.

El sol como bengalas me guiará,
ninfas y vestales indicarán
mi sendero.
Volveré al paraíso. 

Cuando llegue la hora                         
me desvaneceré tranquila
para encontrar mi espíritu.
Conoceré filósofos antiguos en otro lugar
ancianos del tagoror,

los sabios y perversos de Tyterogakat 
y las otras islas.



AUF EINER INSEL DER ÄGÄIS MÖCHTE ICH STERBEN,
Die Sonne umarmend.
Odysseus-Möwe über dem strahlenden Meer,
von der Gleichgültigkeit aufgelöst werde ich fallen wie ein Sack.

Auf einer Insel der Ägäis möchte ich sterben,
an einem orangenen Abend im September,
dort wo die Landschaft die Ideale umhüllt.

Zuvor werde ich Piräus verlassen,
mit meinen Segeln wie Flügel, werde die Taue spannen,
die Düfte der malvenfarbigen Profile einatmen:
das Ritual des Meeres
gehend und kommend.

Auf einer Insel der Ägäis möchte ich sterben,
umgeben von ihrem Lachen und ihrem Schweigen.
Das Gedächtnis ist eine leere Seite, die Wehmut,
alles verloren zu haben,
ein Strand ohne Wellen,
eine Akropolis ohne Götter.


Wenn der letzte Seufzer kommt
auf dem Gipfel des Hügels
werde ich nach Okzident blicken, werde fliehen,
und versteckt den unzähligen
Göttern und Dämonen zuhören.

Die Sonne wird mich wie eine Leuchtkugel leiten,
Nympfen und Vestalinnen werden mir den Weg
weisen.
Ich werde ins Paradies zurückkehren.

Wenn die Stunde schlägt,
gelassen werde ich mich auflösen,
um meinen Geist zu treffen.
Ich werde alte Philosophen kennen lernen, an einem anderen Platz
die alten Männer des Tagoror,
die Weisen und Perversen von Tyterogakat,
und der anderen Inseln.


Foto portada, obra de la pintora Inés Melado.