En
uno de sus poemas dedicado a Toñi, Antonio Arroyo comienza con unos versos que
son una invitación narrativa y confidencial del instante efímero, gozado como
eternidad y permanente en el recuerdo.
No recuerdo el primer poema de amor; / pero tampoco
el último, / que sin duda será el que mañana /comience a rescribir desde el
olvido o casi / desde la desmemoria.
No recuerdo tu cuerpo de papel en dina cuatro / en
donde/ un día de febrero / apoyé el maremoto de mis manos y casi /todos los
nombres propios del diamante; / pero sé que mi carne aún se escribe en la tuya
/ y en tus labios se dice /algo muy parecido a un huracán de tinta…
A nuestra cultura, la literatura erótica le ha
costado bastante llegar a la mayoría de edad, estar a disposición del público
en general hasta hace relativamente poco tiempo. Aunque, siempre ha existido y
las grandes librerías de Occidente poseen secciones enteras dedicadas a ella.
Con frecuencia el gran arte y los iconos religiosos han languidecido ocultos en
los sótanos de los museos si son sexualmente explícitos, por el contrario las
primeras civilizaciones orientales, más antiguas y sabias, consideraron el sexo
como un tema importante, exento de culpabilidad durante miles de años.
Los
primeros antecedentes acerca de una reflexión sobre el discurso erótico se
manifiesta en la Antigüedad griega y romana con filósofos y poetas.
A lo largo del tiempo,
muchos
han sido los poetas que se han
aproximado a la corriente erótica cultivándola desde el siglo XI hasta nuestros
días.
En España las sociedades patriarcales frenaron y negaron el disfrute del
sexo de la mujer marcado por la religión, la culpa y los tabúes. El deseo y el
sexo era un dominio esencialmente masculino. Nosotras lo vivimos como sombras pecaminosas,
lo vivimos entre el cielo y el infierno impidiendo el influjo de Eros. Existía
una incapacidad para entrar en los dominios de Afrodita, la diosa del amor y el
placer, de alguna forma se sublimaba, por lo tanto no ha sido un tema que se
haya prodigado en tiempos pretéritos. Pese a todo hubo recovecos por donde se
escapaba la felicidad, la alegría, la pasión.
El erotismo y el sexo han estado asociados a la sociedad, la cultura, la
literatura, desde el inicio de los tiempos, pero en la actualidad, libros como
En tu casa o en la mía, de Antonio
Arroyo, hubiese estado prohibido, desterrado o distribuido de manera privada.
De hecho a finales del XVIII las obras del Marqués de Sade, Delmira Agustini,
John Cleland, fueron libros polémicos. Más tarde, a principios del siglo XX,
escritores y artistas de todas clases y calidades trataron
de escribir abiertamente sobre el sexo de
manera cada vez más explícita, eso sí exponiéndose a sanciones, multas,
encarcelamiento o destierro.
Pero hoy, hablar del amor, lujuria, pasión, deseo, infidelidad,
insatisfacción o juego placentero y todas las exaltaciones sexuales, son algo
que están presente en todas las facetas de la vida: en la política, en la moda,
en los medios de comunicación, en la expresión de lo literario. Se ha
convertido en un himno a la condición humana, a la vida.
Porque como cantaba Bob
Dylan ¡Los tiempos están cambiando! Y cambiaron en
aquellos años sesenta, cuando margullábamos en ilusiones inauditas, cambiaron con la llegada de la revolución sexual. Aunque en
1978 la alegría se enturbió con la
llegada del sida. Y pasamos de un extremo a otro en cuanto a los
comportamientos, costumbres, pensamientos, más que con la moral represiva que
arrastrábamos, más que con las prohibiciones religiosas, que afortunadamente
han ido perdiendo su poder, al menos en Occidente.
Valga lo hasta aquí dicho a manera de
preámbulo para comentar En tu casa o en
la mía, de Antonio Arroyo. El poeta cambia el cauce expresivo y se
introduce en el íntimo territorio del amor, del placer, de la pasión. Se
“estrena” en el territorio del erotismo. Y digo se estrena entre comillas
porque no es ningún secreto, él mismo lo ha dicho muchas veces: Lo erótico habita
en todos los poemas, me ha confesado y, se reafirma
en ese pensamiento titulando -Todos los poemas son eróticos- al último poema de
éste libro que usted tiene en sus manos.
En la poesía de Arroyo,
lo erótico está unido al amor, al deseo y tiene la capacidad de erotizar al
lenguaje y al mundo que se refiere. La poesía es pura sensualidad, una metáfora
de la sexualidad humana.
En
tu casa o en la mía, es un libro de poemas torrencial,
vivo, fresco, lujurioso. Con frases cargadas de placer, aromas y metáforas en
el que la presencia de Eros reina sobre todo los
poemas que lo componen. Está dividido en tres apartados: De amor y desmemoria, el dulce fruto de
vivir y la Vulva del volcán.
En la primera parte, de
amor y desmemoria nos muestra Antonio Arroyo sus secretos, la experiencia
amorosa unida a la felicidad acogedora que es más que una mera unión
transitoria de dos cuerpos.Nos muestra su capacidad para vivir gozar y seducir el
lenguaje, nos muestra sus pulsaciones, sus
movimientos en la plenitud de su saber poético, de su intuición para aunar un
alto interés lingüístico. Y lo hace con esa capacidad que él tiene para mostrar
lo cerca que están el erotismo y el amor. Escuchemos la voz del poeta en el poema
Azucena:
… Duermo tras ese
sueño donde velas/ con la espalda mojada en el sudor/ que nos sube, nos baja
del abismo, / sin saber ya de orillas ni de vados, / a los ríos y olas de tu
cuerpo…
La lírica de Antonio
Arroyo Silva, proyecta vitalidad en el ámbito lingüístico por su derroche
verbal, amplitud metafórica y en la conformación de un mundo interior denso,
enlazado, heterogéneo:
Lujuria que me das no he de arrancarte. / No quiero
en tu blancura / perderme ni olvidar que es la noche /una mota en el ojo de la
luz. / Y es que te pertenezco, flor escrita. / Te pertenezco como el agua a la
tierra que impulsa en su aluvión
Frente al intimismo de
un yo, que se desvela en confidencias y añoranzas de las pasiones que aún arden
en los poemas iníciales, da paso a una segunda parte que titula El dulce fruto de vivir, en el que
vínculo entre la comida y el goce sensual, no solo es lo primero que aprendimos
al nacer, esa sensación del bebé prendido del pezón, inmerso en el calor y el
olor de su madre sino que debemos reconocer que es puramente erótica y nos deja
una huella imborrable para el resto de la vida. Desde la lactancia hasta la
muerte, la comida y el sexo tienen la misma fuerza.
El poeta cultiva esa capacidad que tiene la
poesía como arte dual, como inspiración de gran capacidad sensorial e
imaginativa que reside en los frutos sabrosos, en los aromas, en la comida y en
el placer erótico que produce. Un erotismo aderezado con recursos culinarios,
una acumulación de imágenes que provoca el vértigo del placer y el
acaparamiento de las sensaciones, parecido al ansía de los cuerpos entregándose
a la consumación del amor y el deseo.
Grandes actores y
escritores desde Henry Miller en sus Trópicos, Pablo Neruda en sus Odas a la
comida, Laura Esquivel, en Como agua para chocolate, entre otros, festejan la
mesa, buscan la envoltura carnal, el buen comer y la abundancia. Antonio Arroyo
con su poética creativa, participa también con esas emociones casi místicas entre los sonidos,
olores, sabores con los órganos de percepción.
El
pomelo es mi manera / de tenerte. No engordan su carne roja / mis encías de
lobo. Siempre afilas / el ansia de mi lengua por creerte / naranja mandarina,
pero hay sangre / que tu herida me deja en el misterio.
En
la tercera parte del poemario, Antonio Arroyo, cierra el libro con los poemas
al Volcán- Mujer. Y nos ofrece la metáfora de la pérdida, el dolor íntimo, los
sueños, las pesadillas, la muerte. Un volcán que todo lo erosionó y lo degradó
llevando la vida hacía su extinción. Escuchemos el poema Tajuya:
Desde la carretera, abierta al aire
/y al vuelo de los pájaros, la vulva / que el volcán dejó para los dioses / que
miran desde el cielo los estertores/ de la isla. Mujer más que nunca /
relamiendo la leche merengada / de algún macho celeste. Allí, desde / la
carretera, la muy puta, / con el pubis pintado de azufre, / corriéndose por
aldeas, platanares…/ para dejar la
mancha negra / del último orgasmo, Proserpina /se abrió de piernas y soltó el
fuego / de sus entrañas. Nadie / añora esa cosecha.
Juega Antonio Arroyo
con el pálpito del volcán de La Palma, la sensualidad de su boca convertida en
vagina, en color, luminosidad, sonoridad erotismo, silencio. Juega a escuchar
el latido, a zambullirse en sus honduras, en la placenta volcánica que lo
envuelve hasta el punto de sentir en el volcán una relación plenamente carnal.
Y leo y releo los
poemas del volcán, del paisaje y de las almas. Observo cómo el poeta acecha
cada verso, recorre el desasosiego, la tragedia, la zozobra, el estallido
doloroso, y alcanzo la emoción lírica, el miedo al pensar que quizás todos los
dioses han muerto. Entonces intento retener ese temblor cuyo origen motiva que
la poesía sea creíble como dijo Justo Jorge Padrón.
…Y entre la niebla abre sus piernas / y muestra el
fruto de la vida por si / la lanza de Pericles le cayera / del cielo y
floreciera de nuevo / la gloria de Atenas. El orgasmo / está servido, Aspasia,
Deja el fuego / dentro de ti. La savia ya viene / a alimentar tu sexo.
Me salto el
curriculum que todos conocemos… Solo diré.
Recibe
en el 2.018 el Premio Hispanoamericano de Poesía Juan Ramón Jiménez, por Las horas muertas. No tiene pereza para arropar afán a los
compañeros en sus presentaciones, para participar cuando lo invitan, con su
candor, su voz y sus silencios recitando poemas, leyendo relatos.
Antonio
Arroyo Silva nos induce En tu casa o en
la mía, a penetrar en su mundo interior con una mirada de amplio recorrido
por los caminos del erotismo, del arte, la gastronomía y la belleza, donde el
volcán de Cumbre Vieja de la isla de La Palma tiene también un gran
protagonismo.
Rosario
Valcárcel, poeta, narradora.