miércoles, 28 de marzo de 2012

La banda de música de Los Llanos de Aridane

Banda de Música de Los Llanos de Aridane. .
    La música es la forma más bella de lo bello
                                                                       José Martí


       La forma de mi vida actual está, ciertamente determinada por mis raíces, por mi infancia.
       Por mi abuela María de Las Casas, la telegrafista de Los Llanos de Aridane, por la Plaza de España, por una pequeña pendiente, una especie de tobogán por donde los niños nos deslizábamos entre sus laureles de Indias, por el recuerdo de la recogida de las almendras. Por la Banda de música que tocaba con brío melodías clásicas, famosas zarzuelas, canciones folclóricas.
     La Banda, compuesta por virtuosos profesionales, estaba invitada a todas las fiestas y funciones públicas. Con sus alegrías y sus tristezas como una madre amorosa, siempre supo hacerse un hueco.    
      Por aquellos años sesenta yo era una adolescente y junto con mis amigas nos acercamos a la Plaza. Debía ser Viernes Santo en el valle de Aridane, cuando escuché por vez primera la Marcha Fúnebre de Chopin, era una de sus interpretaciones clásicas y a mí me pareció una celebración a la vida. Las calles alrededor estaban llenas de gente, paseaban muy emperifolladas, estrenando sus ropas. Me sonreían.  
     La chiquillería corría de un lado para otro, se agitaba. Los mayores reservaron con antelación los mejores sitios, permanecían en silencio, emocionados se les humedecían los ojos. La Banda lo controlaba todo y nadie hubiese podido negarlo, no hubo cosa más bella que aquel momento. De la Cumbre palmera descendía un aire frío, un olor a humedad, la Plaza estaba empapada. Y yo pensé en los signos de la muerte, en que la eternidad quizás se parezca a la vida. Entonces sentí que la Naturaleza se sacudía. La música nos abrazaba.
        Más tarde en mi casa intenté canturrear el concierto sin que nadie me escuchara. Siempre desafiné, el canto ha sido mi asignatura pendiente, hasta tal punto que en el Bachillerato marcaba de memoria el compás, movía las manos  mientras cantaba las notas: do re, mi, fa, sol, la si, do… Esas cosas estaban fuera de mi alcance.
       Han pasado muchos años desde que se creó la Banda de música en esa isla bonita, en Los Llanos de Aridane. Y han pasado por la España de los tiempos difíciles, por la España en que la gente vivía trincada. Pero gracias a la generosidad del pueblo, a suscripciones anónimas, ayudas municipales y sobre todo a un grupo de vecinos aridanenses pudieron adquirir instrumentos, formar una institución y permanecer viva durante tres siglos.
      El 29 de abril del 2008 la Corporación Municipal aprobó por unanimidad concederle la medalla de oro de la ciudad a la Banda de música coincidiendo con su 150 aniversario.
       Hoy, unos años más tarde con motivo de las Fiestas programadas para la Semana Santa me he vuelto a estremecer al acordarme de los conciertos de la Banda de Música, de las notas de la Marcha Fúnebre de Chopin.  

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viernes, 23 de marzo de 2012

El seminarista


¿Eres tú, mi príncipe? –sonrió
¡He esperado tanto tiempo!
Y él la tomó en sus brazos.

La Bella Durmiente de C. Perrault

Esta pelota fue un regalo, yo no la encontré.
Este fue el acontecimiento de mayor relevancia del verano. Estaba hecha de goma, de plástico de colores. Siempre coleccionamos posesiones materiales por seguridad, vanidad, o quizás por comodidad. En este caso el obsequio decía muy poco, pero hoy -buscando en el cuarto oscuro de los recuerdos- la he vuelto a encontrar.
Fue en agosto. Néstor acostumbraba a venir a nuestra casa cuando iba a la playa.
Una mañana apareció con la pelota y me la dio. Me perseguía por todas partes, sí, la pelota me miraba. Tenía la apariencia de un ojo. Estaba cubierta por un dibujo que formaba unos círculos pintados como los radios de una rueda. Yo le tenía miedo.
Jugábamos por toda la casa con ella. Néstor era rubio, reservado y con una mirada dulce. Mis vecinas decían que estaba estudiando para cura. Sus padres lo habían internado, desde muy pequeño, en un colegio regido por los padres franciscanos y ahora estaba preparando lo que él llamaba su vocación. Le gustaba la playa, las olas, las rocas, el acto de despojarse de las ropas, mi bañador rojo con dos tiritas amarradas al cuello. Mis piernas desnudas metidas dentro de los charcos, mi flotador. El mar nos observaba como una divinidad superior.
Aquella esfera tenía un gran sentido de la orientación y recordaba los lugares de un modo sorprendente. Estaba enseñada para que siempre entrara en el cuarto oscuro, así llamábamos a una de las habitaciones de mi casa. Era algo tenebrosa y la luz era pobre, entonces sus ojos se abrían como si fueran los de un gato en la oscuridad. El leve estrépito de las olas agitadas por la brisa se mezclaba con los golpes del balón.
Un día inventó un juego. El tiraba la pelota y yo debía buscarla. Nadie en casa podía saberlo. Como yo era buena alumna, entraba una y otra vez en aquella sala. Allí había una cama grande, de las antiguas, de hierro y con un colchón de crin muy duro; no tenía flexibilidad.
Yo corría detrás de ella. Fatigada me tendía con la cara pegada al jergón para buscarla y evitaba las posturas que los mayores llamaban indecentes. Él no tenía reparos, se lanzaba sobre mí para encontrarla juntos. Al principio, me agitaba, moviendo las manos e intentando chillar. Sabía que acostarme sobre el vientre era deshonesto. No comprendía el juego. Me tapaba la boca al mismo tiempo que miraba mis pantalones cortos. Parecía que quería estudiar mi anatomía.
Estaba atrapada. Me gustaba respirar a través de él, buscar su aliento. Tenía una piel suave, como él mismo. Intentó besarme. Dominaba la situación, pero me escabullí aunque hubiese deseado quedarme. Aquella estancia me daba miedo, a solas veía sombras que se movían y hablaban. Quizás fueran espíritus volátiles.
Su mirada era inexpresiva, pero enseguida se hizo relampagueante. La habitación estaba cubierta de humedades. No tenía ventanas. Estaba muy guapo y su cuerpo en bañador relucía moldeado. Lo observaba, lo miraba como si fuera un ser etéreo. Deseaba jugar un partido con un equipo formado por nosotros dos. Era como un gigante que lanzaba bocanadas de gases ardientes.
Sabía abrirse paso por el mundo, aunque en el fondo era un niño sin alma, semejante a mi muñeco, que anhelaba tener la puerta cerrada para estar a solas con su madre. El quería ser amado y yo, aunque disimulaba, también.
No sé cómo ocurrió, pero un día tomó mi mano y con una gran suavidad la llevó a un lugar escondido. Mi madre me había dicho que era un amigo de su sobrino. Lo apreciaban mucho. Mis dedos tropezaron con su joya. Era un lugar suave y aterciopelado que, al notar mi presencia, sufrió una gran metamorfosis. Dentro de sus ojos se dibujaron fantásticos colores y su resuello se convirtió en pompas de jabón.
-Será nuestro pacto secreto –dijo él.
Pensé correr por el largo pasillo de la casa. No supe qué contestar, embobada, cerré los párpados y me apretujé a él.
-Si tú quieres… -dije, finalmente.
Abrigada con su cuerpo, como si fuera un manto, sentí frío, escuché el viento y pensé en nuestros alisios que impulsan los botes de vela sobre el océano, en los rayos solares untados sobre las sábanas triangulares. Así estuvimos un largo rato, sin hablar. Aquel silencio fue una forma de unión.
Desde el primer día que Néstor vino a mi casa, me acerqué y le sonreí, me pareció una persona diferente. Mi aura no le fue ajena y yo sentía una gran curiosidad. Estaba de moda el cine religioso donde las monjas y los curas eran los protagonistas. Las veía todas. La historia de Bernardette, la niña a la que se le apareció la Virgen en un pueblo cercano a Lourdes, me impresionó; creo que Henry King la dirigió y ganó algún Oscar.
El jugaba igual que un viento huracanado, me derribaba una y otra vez, como si quisiera talar mi árbol.
En aquel partido no había espectadores a simple vista, sólo dos fotos llenaban la estancia. Una del día que me titulé en el colegio; estaba preciosa, y –como decía mi padre- más guapa que Rita Hayworth, más guapa que Lauren Bacall. Tenía una frase graciosa: apuntaba que conmigo se había roto el cliché. La otra foto era de mi primera comunión. En ella se respiraba un gran silencio y cara de dolor de corazón. La tarta de galletas que mi madre hacía con gran amor presidía el retrato.
Cuando estaba sola y entraba en el cuarto o pasaba por la galería siempre guardaba cierta precaución. Me daba miedo. De pequeña me habían contado que si mueres y debes promesas, tienes que volver. Alcanzar la purificación. Escuchaba voces o surgía una sombra amenazadora. Era una etapa que las almas debían pasar. Todo me daba miedo. El retrato representaba a las mil maravillas lo que significaba recibir el sacramento. Estábamos todas de premio, mis amigas y vecinas miraban sonrientes al fotógrafo, y yo recordaba una canción que se oía por la radio:
…Ha .cumplido siete años
y va a recibir a Dios;
mi niña toma rezando
su primera comunión
Mis jugos gástricos hacían su trabajo mientras contemplaba el pastel recubierto de un chocolate espeso, adornado con las cerezas lucía con un poder fascinador. Bostecé. Mi vestido era corto y en el pelo no llevaba ni flores ni corona, sólo un velo blanco igual que los que se usaban para ir a misa. Era obligatorio permanecer en ayunas hasta recibir la comunión. La viejilla, que parecía invisible, era capaz de organizar cualquier evento con un gran valor artístico.
Un paquete de galletones, galletas, canela molida, ralladura de limón al gusto, medio litro de leche, medio paquete de mantequilla, dos huevos, cuatro pastas de chocolate –sin comerte ninguna, aclaraba mi madre mientras me dictaba la receta-, un cuarto kilo de azúcar, un sobre de flan Potax y 50 gramos de cerezas cristalizadas.
Néstor me arrastraba en la cama por los pies, los acariciaba, pasaba los dedos por mis uñas pintadas siempre de fucsia. Se detenía en mis meñiques, flacos y un poco retorcidos. Notaba mi sudor. Me contaba acertijos y chistes picarones. En el momento que estaba a punto de levantarme, de saltar de la cama, de ir en busca de la pelota, me sujetaba con sus brazos, me empujaba lentamente. No se podía estar quieto, era un comportamiento poco decente. Yo no sabía jugar, le daba pequeños besos y dejaba que rozara sus labios en mi cuello. Estaban ardiendo. El truco era trabajar bien las yemas con la mantequilla, hacerlo con una cuchara de palo –puntualizaba mi madre- e ir añadiendo todos los ingredientes, dejar correr la imaginación. La cocina de mi casa era concurrida. Ella no entendía otro sitio mejor para recibir a mis amigas.
Es rígido, resistente y accidentado,
atrevido y por delante agujereado
y, de tanto golpear la ranura, agotado.
¿Qué es? Me preguntaba. Su cara al mirar la mía era un poema. Y muerto de la risa me daba la solución: Una llave.
Él y yo siempre buscábamos la soledad, retrasaba el regreso a su casa. Chocaba conmigo constantemente. Quiero juguetear –insistía. -Encontrar tu cerradura. ¡Era tan divertido! Se van mojando los galletones en la leche y se colocan en una bandeja. Se cubre con una capa de crema, así sucesivamente. Al final se baña con el chocolate, que debe estar bien frío; sin meter los deditos para llevárselos a la boca -¡cómo sabía!- y finalmente se adorna con las cerezas. Me empecé a encariñar con las travesuras de Néstor y sólo pensaba en una hora, en esa hora en que llegaría mi apuesto galán.
Comprendía que no podía competir con sus amigas tan sabias. Ambos éramos casi adolescentes. Yo era menuda, delgada y con poquito pecho. No sé por qué, pero no me crecían. Mi pelo era lacio, de color castaño. Mis ojos sí eran grandes y felinos, y gracias a los míos y a los de la pelota podíamos movernos a gusto en la oscuridad.
En los juegos se deslizaba por mi cuerpo sin cesar.
Una tarde le pregunté:
-¿Tú vas a misa todos los días y te confiesas?
-No comprendo por qué me haces esa pregunta.
Entonces le expliqué que yo había cambiado de confesor.
-¿Por qué? -¿Qué te ha preguntado?
-Muchas cosas, quería saber si había tenido malos pensamientos, si había leído cuentos picantes o revistas escabrosas u obscenas. Quería saberlo todo. Y en un momento determinado lo dijo de pronto: ¿Alguien ha acariciado tu cuerpo? ¿Te has dejado tocar?
Sentí mucha vergüenza. Pagué mi penitencia y no volví más a pesar de que me dio consejos para una buena vida y una santa muerte.
La conversación surgió en aquella cama, en aquella habitación oscura, donde yo me imaginaba que desfilaban brujas, que se camuflaban entre las paredes y palpitaban con sus orgías sexuales al mismo tiempo que nosotros. Sabía que no podía competir con sus amigas, tan sabias.
Yo era menuda, delgada y sin pecho.
Sentada en la oscuridad miraba sólo su cara y su amplia sonrisa; reclamaba mi atención. Le gustaba jugar con las tiritas de mi bañador, desabrocharlas. El lugar se llenó de encanto y la aventura lo inundó todo. Nunca me habían acariciado de esa forma.
Si tuviera que elegir un recuerdo, una sola imagen de todos los instantes tiernos que vamos guardando a lo largo de la vida, me tendría que fallar mucho la memoria para olvidarme de mi seminarista.
Fragmentos de mi libro “Del amor y las pasiones”. (Anroart)

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lunes, 19 de marzo de 2012

Orillas perfumadas



A la memoria de mi padre
Erase una vez un niño
que quería oír un cuento
donde fuera siempre niño
el personaje del cuento
Agustín Millares
Yo nací en un mundo donde las olas del mar estaban tan cerca que podía sentirlas, separar su espuma y huir de los hados enemigos que enlazaban los hielos. Y soñaba, soñaba siempre gracias al resplandor de los fuegos artificiales que encendía mi padre a través de los cuentos. El llenó mi infancia y madurez de destellos, chispas y cometas de colores. Por eso siempre he rechazado la tentación de emigrar de aquel universo de murmullos y lamentos principescos.
Así en ese periodo de mi niñez conocí todas las celebridades de la literatura infantil: A Pulgarcita, aquella niña tan pequeña que dormía en una cáscara de nuez y un día fue raptada por un sapo. A Karen, a quien sus zapatillas rojas la condenaron a bailar sin descanso, al Patito Feo… Así cruzaba el umbral para ceñirme el gorrito de Caperucita Roja o calzarme el zapatito de cristal de Cenicienta. Me veía tan rodeado por todos esos seres que deseaba convertirme en una de aquellas tres hadas buenas que, no temiéndole a Maléfica, ofrecieron sus dones a la Bella Durmiente…
Esta práctica de contar cuentos, sin prestar atención al rumor de la televisión, fue mi corazón de madera que creció como árbol indestructible…
El recinto construido bajo los auspicios de la fantasía, con simples decoraciones y grandes ventanales hacia el mar penetró en las tiernas cúpulas de nuestros corazones quedando blindadas y selladas por aquel calor familiar que supo preparar y allanar el alma para la siembra…
-¡Queremos un cuento!
Así bajo el pretexto de que nuestra maestra nos lo iba a preguntar al día siguiente, convencíamos a mi padre para que atravesara los pasadizos de luz invisible, donde prendía la hoguera en que se tostaban sus voces esmaltadas, confundiéndole de tal forma la chiquillería que algunas veces se sorprendía de ser capaz de inundarnos con su propósito de eternizar el instante…
Muchas de las historias que nos contaba no eran conocidas a través de la escritura sino que se hallaban diseminadas en su mente… Así nuestro narrador entraba en todos los rostros se detenía los miraba con lentitud, simulaba no recordar cómo seguía el cuento y esperaba desde el escenario que el público, hechizado y en silencio, adivinara los movimientos de los personajes, los acontecimientos más transcendentales de su inacabada historia. Con gran espontaneidad e ingenio el auditorio se batía en duelo, en voces y chillido, y de una forma desenfrenada referían toda la historia al dedillo, desconcertando totalmente al cuenta-cuentos…
Ascendíamos o descendíamos con un sabor ácido que cristalizaba en un final feliz, y la astuta bruja o el gigante de un solo ojo ardía despidiendo un desagradable olor.
En secreto escuchaba los movimientos del mar y navegaba con la pleamar y la bajamar, hasta perder totalmente la conciencia. De tanto bailar con ellas se incrustaron en mi carácter de tal forma que pasaba del cielo al infierno, con suma facilidad.
Ahora ha empezado a multiplicarse el asfalto, la casa ya no existe, el mar no se oye, mis amigos atravesaron los recuerdos salinos, mis hermanos moldean los sueños y yo conservo el tatuaje de aquel montón de palabras en las que solo queda mi padre, que, tembloroso, nos sigue contando un cuento.
Texto entresacado de mi libro “La Peña de la Vieja y otros relatos”
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viernes, 16 de marzo de 2012

El día de la mujer

…Si te pegan un palo no llores Lola
vale más llevar palos que dormir sola. Eres, eres
eres como la alpispa junto a la Sieca…
La alpispa de Néstor Álamo.

Cuando yo era pequeña existía un periódico que se llamaba “El Caso” y recuerdo que un día apareció una noticia que me quitó el sueño durante mucho tiempo. Estaba aterrorizada.
La crónica hablaba de un padre de familia, al parecer un dechado de virtudes que sin saber el por qué había matado a sus tres hijos y a su mujer que dormía plácidamente en su cama.
Él los había matado con un hacha.
Aquellos hachazos sonaron en mi cabeza, en mi conciencia, durante mi niñez. Estallaron en un miedo absurdo hacia todos los padres, hacia todos los hombres. Poco a poco me fui calmando, hablaba con mi padre, jugaba con él. Me enseñó a desenterrar miedos, tesoros. Me entendía, respetaba a mi madre, compartía cosas con los amigos. Supo disipar mi intranquilidad de tal forma que su ejemplo me ha servido para mantener una conversación ininterrumpida con el mal llamado sexo fuerte, a comprenderlos.
La mujer por instinto da, nutre, acepta. Ha sido el eje de las relaciones, obligaciones y actividades del día a día. Se podría decir que es el principal sujeto de la creación, de la humanidad.
Estos días se ha celebrado el Día Internacional de la Mujer, el día que reivindicamos y luchamos hacia la igualdad de los derechos y oportunidades con los hombres. Lo malo es que mientras haya que diferenciar a las mujeres por la lucha, por los derechos… estaremos en desventaja.
Además no debemos olvidar que ya desde la antigua Grecia, Lisístrata empezó una huelga sexual contra los hombres para poner fin a las guerras. En la Revolución Francesa las parisienses que pedían “libertad, igualdad y fraternidad”, marcharon hacia Versalles para exigir el sufragio femenino.
Estas reflexiones vienen a cuento porque la violencia doméstica, machista o de género, da igual el nombre, no se erradica, está a la orden del día. Parece que se apoya en una malentendida memoria histórica, donde las mujeres podían ser castigadas por los hombres si éstas los miraban a la cara o le hablaban sin su permiso, o el golpear a una mujer era motivo de orgullo, pues así ellos demostraban su superioridad.
La violencia contra las mujeres es la violación de los derechos humanos más universales.
Dice el Fondo de las Naciones Unidas que una de cada tres mujeres en el mundo ha sido golpeada, violada o padecido algún tipo de abuso. Y lo más sorprendente es que los países con mayor número de asesinatos de mujeres por sus parejas o ex parejas son los más civilizados y desarrollados de Europa: Finlandia y Suecia.
Sabemos que la conquista de la Igualdad de derechos y oportunidades no ha dejado de avanzar, pero a los resultados me remito. Queda mucho por hacer. Por eso en estos días en que los políticos hablan y hablan, prometen y prometen, deben tener presente que las leyes, la seguridad e independencia económica no es suficiente, no solucionará el problema.
Porque yo creo que la verdadera solución tendrá que ir acompañada de una educación en valores de respeto y de igualdad entre los sexos. Una educación que parta del seno familiar, de la escuela. Una educación donde toda la sociedad esté comprometida.

domingo, 11 de marzo de 2012

Lectura de poema Casa de Colón con motivo del día Internacional de la mujer.



   Cuando hacemos el amor de madrugada

   el río se consume y la habitación en llamas
  
   jadea como el bramido de un volcán

   que emana recuerdos amarillentos,

   esculpe corazones.

                            Aleja la muerte

   Cuando nos abrazamos en la penumbra

   tu aliento se pliega con el mío, el sabor

   de alisios libertinos agita el placer,

   se derriten las penas y los rencores.

                            Se olvida todo. 

   Cuando me estrechas y te estrechas,

   los espíritus diabólicos se disfrazan,

   escucho mi zambullida, las corrientes

   dormitadas. Vuelve la calma.

                                Se olvida todo. 

                                       De mi libro d. poemas" Las máscaras de Afrodita".(Idea)


sábado, 10 de marzo de 2012

Postales de la Naturaleza (exposición Club Naútico)



Dos exposiciones en el Real Club Naútico de Las Palmas Gran Canaria: Pintura de Aguja de Márial Valcárcel y postales de la naturaleza de María Sánchez Hernandez. Se podrá visitar hasta el día 14 de marzo.


 A María Sánchez Hernández siempre le atrajo el dibujo, los colores, la belleza del mundo. Lo misterioso. Le atrae la Naturaleza.
        Y porque tiene alma de pintora es capaz de acercarnos a la realidad que ve, de darle vida propia  con un realismo casi fotográfico, con un perfeccionamiento técnico y refinado de sus temas preferidos que son los animales, las aves, las flores, el paisaje.
        Con sus acuarelas nos aproxima a ese ardor romántico que crece sobre los poderes del cielo y de la tierra, y nos muestra una imagen enternecedora y rotunda de almas que viven en libertad. Así, con ella viajamos a paisajes que reverberan sobre la realidad natural como las cumbres y los pináculos de los Andes, y captamos la soledad y el silencio que los envuelve. Y sentimos la magia de la fauna y de la flora en las hojas doradas, en las hojas secas, que han perdido su perfume pero no su belleza. Contemplamos elementos vegetales, arboledas con finas ramas en donde lo espectacular es el color que aviva los sentidos. Y cuadros hiperrealistas que nos transmiten la poesía de las peonías y las flores de mundo. 
        Y, como si fueran juguetes que flotan, nos muestra las más pequeñas de las aves: los colibríes, que se suben a un árbol o bajan o retroceden, y que lucen una gama de colores que se funden entre sí, que brillan con mayor o menor intensidad según la incidencia de la luz. Con plumas que en muchas tradiciones son atesoradas por sus cualidades mágicas. Imágenes del poder de la naturaleza salvaje: leones, tigres y lobos, que no parece que huelan la carne humana desde lejos sino que son tan suaves y tan blandos, que se diría, como el famoso Platero, que son todos de algodón.
        Retratos y más retratos colmados de colorido, de pinceladas pequeñas y muy próximas entre si, de color su elemento esencial. Retratos en pequeños formatos que hacen las delicias de quienes los contemplan, como los matices de los gallos, compensados y agradables o las vacas que nos lanza una mirada como queriéndonos decir: ¿Dónde está el resto de nuestra manada? O el halcón que derrocha espontaneidad y movimiento, a la vez que nos observa, que capta el instante.
        María Sánchez dibuja la realidad con un delicado sentido de la observación,  con una pintura minuciosa y detallista. Porque es una pintora que domina el color y lo vuelca de una forma tan expresiva que consigue alcanzar una perfección fiel y detallada de la escena que quiere representar.

jueves, 8 de marzo de 2012

Presentación del Libro" Symphonia" del poeta Antonio Arroyo Silva.



El Viernes, 9 de marzo a la(s) 19:00 en la Biblioteca estatal, sala M. Padorno Prólogo de Rosario Valcárcel

                         No es el Poeta quien se conforma en el mundo,
                         es el mundo el que se conforma en el Poeta.
                                (Odiseo Elytis)

Hace solo un año con motivo de la Feria del Libro de Las Palmas de Gran Canaria presenté el anterior poemario de Antonio Arroyo “Caballo de la Luz”. Y en aquella ocasión me centré en sus haikús y comentaba que el poeta había transformado el rigor interpretativo de los versos de “Esquina Paradise” en una simbología del Universo, a lo infantil, a lo sencillo, al alma de la vida, al misterio de lo sagrado.
Y en este nuevo libro titulado Symphonia, sigue la misma línea, pero sazonando su diálogo lírico en un poema sinfónico.
Así de esa manera, nuestro poeta logra con sutil simetría que la palabra transmita nuevas sensaciones que, despierte sentimientos y evoque emociones. Y lo consigue, porque sabe realizar un dibujo armónico con los objetos de la naturaleza y la estética de los espacios, hasta tal punto que logra alcanzar una representación simbólica de lo universal.
En Symphonia domina la profunda curiosidad por los secretos del universo, por sus fuerzas creadoras en el culto a la luz, y a las aguas profundas de Gea; la madre Tierra, lo telúrico.
Busca en ese poder reproductor que nos da la vida los entresijos de su ser, y desde ahí penetra en la espiritualidad de los campos, en sus sonidos, en los sabores, en aquello que decía Gelman en “lo que huele el mundo”, en el aroma de la infancia.
Celebra Antonio Arroyo el cielo de la isla de La Palma, ese cielo casi extraterrenal, los mares de nubes, la humedad de las sombras y el dulzor de los pinos. Ese espacio estelar que sigue muy de cerca para conseguir la belleza.
Y son el brezal y la aulaga, la laurisilva y el drago, la graja y el guirre los que toman la palabra. Porque como él mismo dice no soy yo el que habla. Porque él al igual que los antiguos jefes indios lo que le gusta es penetrar en lo sencillo, esconderse en el bosque que reverbera, en esos bosques que están poblados de espíritus y de soledad, para desde allí escuchar el suave susurro del viento purificado por la lluvia horizontal y por el aroma de los pinos.  
Simphonia es un poemario dotado de gran sonoridad que encierra una poesía cálida y emotiva. Un poemario de versos cortos, lleno de simbologías y de metáforas, de sus experiencias vitales y de sus ensoñaciones. Es quizás un poemario más maduro en el que consciente o inconsciente ha tenido el propósito de hacer eterno lo efímero.
En Symphonia, Antonio Arroyo igual que Elytis está en la naturaleza, en la belleza y en la plenitud, está en la hermosura de su paisaje isleño; en la pureza indescriptible de la isla de La Palma.