miércoles, 27 de junio de 2012

Los Dioses de la Naturaleza.-Javier Rodríguez en el Naútico

El mar es como un viejo camarada de infancia a quien estoy unido con salvaje amor. Yo respiré de niño su salobre fragancia, y aún llevo en mis oídos su bárbaro fragor…

                                             Tomás Morales


La pintura de Javier Rodríguez nos remite al principio de los tiempos, al origen de la vida y a la felicidad, nos remite a la memoria, al misterio, a la mítica de las Hespérides.

A una realidad nueva, a una tierra que se defiende del viento, de la humedad sobre las aguas, de esas olas arrolladoras que recorren los océanos. Recrea nuestro artista la arena, las rocas, las conchas marinas, el musgo y las algas. Las criaturas marinas. Y todo eso lo consigue a través de la espontaneidad y efusividad de los tonos y el color.

Y nos muestra una serie de paisajes imaginarios, desde donde asoman bajeles vegetales, cielos con nubes navegantes, arenas de playas luminosas y mareas que se sumergen. El alba que brota de la espuma. Todo tan rico en detalles que convierte sus obras en una tempestad de color y de tonos, de estallidos y de silencios. De latidos envueltos como el aire, de olas que simulan velos preciosos en las profundidades marinas...

Porque él trata con un gusto delicioso y refinado sus colores, explora los registros sonoros del pigmento, los fusiona y los expande por el lienzo con unas combinaciones tan sutiles que consigue que lo real y lo sobrenatural se confunda.

Pinta Javier amaneceres y atardeceres: apacibles y cálidos. Recoge esos momentos previos al ocaso en el que el sol cambia la tonalidad de la atmósfera. Momentos, tan ardorosos, que tienen la capacidad de envolver nuestros sentidos, de expandir energía, de traspasar los límites del marco, de extenderse por toda la sala y crear una atmósfera auténticamente poética.

Algunos mañanas Javier Rodríguez se sitúa con su caballete en la playa de su niñez, en ese escenario de tantas vidas, en Las Canteras, y pinta escenas desde La Puntilla al Confital. Homenajea su infancia y nos muestra La Peña de La Vieja, la Peña de la Galleta, la del Burro. Los Lisos y todas  las demás rocas fortificadas por La Barra. Pinta el silencio y murmura sus nombres y observa como se balacean las sebas y las aguavivas, como se convierten en figuras extrañas que merodean cerca de la arena. Y contempla el reposo de las olas, la nostalgia flotando bajo los charcos, el aliento de los surtidores al colarse entre las rocas. El alma del cielo.

Y nos muestra también el mar confiado, el bullicio de la noche de San Juan, donde brotan hogueras como manantiales de acuarelas.

Porque nuestro artista igual que los impresionistas prefiere mostrar los momentos soñados de la vida, desempolvar su álbum de fotografías, pensar a través de su pintura y dar rienda suelta a sus emociones. Transformar la realidad, lo desconocido que procede de su subconsciente.

Y refleja la cultura del mar y pinta sus tatuajes en color, donde predominan las distintas tonalidades de azules y turquesas contrarrestadas con la calidez de los tonos rosáceos, siena y empolvados, o blancos con guiños del violeta de la amatista. Y todos los verdes o amarillos imaginables que aplica con plenitud, aumentando así la sensación de irrealidad.

Percibimos el cromatismo de su paleta en las nubes deshilachadas, en sus oquedades, en las cuevas pedregosas o en las costas batidas por las olas.

Y nos cuenta que cruza los pasadizos de la luz, y en la oscuridad su pintura prende como una lumbre, como cánticos acariciantes del que brotan destellos, chispas que se envuelven en un halo de rojos encendidos. Del color que tanto en Oriente como en Occidente utilizan para alejar la maldad, del color de las ceremonias hindúes.

En la pintura de Javier Rodríguez hay poética, texturas que viajan más allá de la expresividad, una poesía que se distancia de lo cotidiano y de lo visible y que utiliza lo real para incluir el sueño, lo mistérico, las emociones, la sensualidad, lo irreal. La explosión de las nebulosas como semilleros estelares.

Percibimos también el cromatismo de su paleta en los fondos marinos empapados de un animalario fantástico, de jardines que florecen repleto de algas, de peces que culebrean o que ágiles saltan por el aire, de lirios de mar, de mariposas que desfilan como fugaces relámpagos anaranjados.

Refleja nuestro artista con pincelada corta y segura un mundo lleno de formas, de figuras míticas captadas con sensibilidad y movimiento, figuras que chapotean con ninfas frágiles y sensuales. Hadas que marcan una atmósfera realmente mágica. Hondonadas a modo de tobogán que se adentran en el mar en busca de todos los tesoros.  

Javier ha paseado su pintura por Alemania, Inglaterra, Holanda, Tenerife… Ha realizado murales para hoteles de las islas y para restaurantes eróticos en donde podemos contemplar unos  angelitos sensuales, rojizos entre fuegos derretidos. Es un experto pintor que sigue colgando su obra con gran éxito y que  ahora con la cercanía de una musa como su compañera Pino Vallejo ha potenciado sus anhelos y sus fantasías.

La pintura de Javier me cautiva porque se sustenta en la capacidad para transmitir en el lenguaje plástico la trascendencia de lo imaginario. Un lenguaje repleto de sentimientos y emociones.

Me identifico con nuestro pintor en la presencia de los sueños y en las imágenes, en la magia y los colores que trata con un gusto delicioso, bello y armonioso. Me identifico con Javier Rodríguez quizás porque estoy unida por los mismos sueños o protegida por los mismos espíritus.

domingo, 24 de junio de 2012

Los alisios en la Pintura de Natalia Bellis


 Penetré en el árbol, en su sistema sanguíneo, lo recorrí como una larga caricia de savia y vida, un abrir de pétalos, un estremecimiento de hojas. Sentí su tacto rugoso, la delicada arquitectura de sus ramas y me extendí en los pasadizos vegetales de esta nueva piel… “La Mujer habitada” de Gioconda Belli


Los vientos soplan. Y en las islas ese poder está en manos de los alisios que como si fuesen seres vivos son capaces de templar la temperatura, de hacer renacer la vegetación, de cobijarnos y protegernos del calor, pero también cuentan que los alisios tienen poderes de encantamiento mágico, y debe ser cierto  porque Natalia Bellis nos dice que se identifica con las influencias atlánticas, y que su luz no solo ha inundado su retina, sino que ha cambiado su expresión lírica, su manera de pensar, de ver los colores, de transmitir e interpretar un sentimiento y de ver el mundo. Los alisios le han dado vida a su paleta alegre, a su pintura.

Los comienzos de Natalia Bellis fueron con el pintor Rubén Darío Velázquez quien le enseñó la pintura moderna. Después poco a poco ha ido buscando su propia personalidad, sus ensoñaciones y sus fantasías en contacto con los jardines  y la flora, con el mundo espiritual, con la naturaleza, con las viejas estampas imaginarias.

Así habita la tierra, sus corazones, distingue la verde penumbra sembrada de brillos, aspira el dulzor de las plataneras que beben de la acequia, los árboles que suspiran y se agitan en la noche. 

Y recuerda su infancia y se adentra en el  hábitat,  en el olor a las noches frescas, en su suave brisa. Y revive con intensidad el aroma de las plantas que le penetra por todos lo poros, escucha el croar de las ranas. Y se empapa de cuanto hay de misterioso, de mágico, de susurrante en las hojas de los árboles, en el verde, en las aguas oscuras. Entonces le vienen destellos, la humedad, los matices, las formas, el sabor peculiar del fruto, la poesía misteriosa, el color, y como diría Borges el peso del alma.
Y le da rienda suelta a su fuerza vital, a sus emociones, y pinta escenas insulares: plátanos verdes, muy verdes, la corteza de los árboles, su bellota, sus hojas tiernas o maduras y las flores en los distintos momentos de florescencia. Y derrocha pinceladas luminosas con gamas de colores artificiales porque no le gusta reflejar la realidad tal cual la ve, sino aquella que surge de la memoria del olvido, de la fantasía.

Y se aprovisiona visualmente de la naturaleza, del mar de Sardina del Norte y sus diversiones infantiles que le han dejado la huella de los faros erguidos, de las barcas que se mecen a sí mismas, de la cultura del mar: charcos y peces, barcas y fondos marinos y playas solitarias. Y la reinterpreta a partir de su percepción.

Pero también podemos ver dípticos y trípticos y tablas de flores pintadas a modo de puzles y  escenas del costumbrismo de nuestra vecina África, escenas que ella titula “Mi tiempo en Marruecos” donde nos muestra: mujeres y camellos, el singular colorido del desierto, el viento que se arrastra  y el contraste de la luz. La soledad.

Porque su pintura emana de la luz,  del color y del juego que desborda con libertad, de una búsqueda constante que se expresa en el recurso emocionado de la memoria. De la riqueza y exuberancia de nuestra tierra, de un color que es sinónimo del paraíso: el verde.

Y así como nuestro conocido Néstor pintó biombos repletos de flores, frutas, loros y hasta el popular rascacio, Natalia nos ofrece igualmente biombos con decoraciones vegetales, trazos que parecen pintados en el aire con fondos en masas de color que reflejan su capacidad decorativa, acentuada por un cromatismo alegre, muy personal. Porque ella al igual que César Manrique está convencida que el arte  tendría que resultar útil para la vida, para el bienestar y la felicidad humana

viernes, 22 de junio de 2012

Solsticio de verano

Se aproximaba  el solsticio de verano. Nos pasábamos varios días recogiendo trastos viejos por todo el barrio, preparando la base de la hoguera. Recorríamos las casas de los vecinos y coleccionábamos gran variedad de enseres. Era la ofrenda a las llamas: ropas inservibles, sillas viejas, mesas destartaladas, cajas que quizás contuvieron cartas secretas. Revistas y periódicos que nunca se leyeron. Pedazos de mobiliario llenos de historias. Debíamos quemar el mal. Por las calles, los papahuevos anunciaban la fiesta. ¡Me divertía tanto corriendo tras ellos! Sonaban tambores, maracas y cornetas. Desfilaba. Ellos bailaban saludaban, se acercaban a los niños, se abalanzaban. Los asustaban.
En la arena hicimos un montón con los cachivaches que habíamos recolectado. Era la noche para la liberación, para exorcizar malos tiempos. El chico que más me gustaba me cogió la mano, me la apretó. No me retiré; al contrario, se me escapó una sonrisa en forma de pompas de jabón. Anxo me besó cerca de la boca, me proporcionó una sensación acariciante, me quedé rígida. En ese momento decidí que no me lavaría la cara en un año. Me tembló el corazón, sabía que eso era pecado, yo quería ser virgen hasta que me casara. ¡Cuántas cosas bonitas me decía! El cielo, regado de estrellas incandescentes, se derretía. Aquella noche había miles, nos vigilaban. Me acordé de las palabras de mamá:
-Ten mucho cuidado con los hombres. No les consientas todo.
Las parejas que habían bajado a la arena anhelaban que oscureciera, los chiquillos del barrio practicaban canciones, saltos y brincos. Jugaban, se divertían. Esperaban que pronto ardieran las hogueras y escalaran alto, tan alto como las casas. Que se abrieran de par en par los castillos fantásticos y las princesas encantadas se desencantaran. Esperaban que dieran las doce.
Chocolate, molinillo, corre, corre/que te pillo/a estirar, a estirar,/que el demonio va a pasar…
Sí, las hogueras estaban a punto de ser prendidas. Hacíamos coros, Satanás también pretendía bailar alrededor de nuestras almas. Aquella noche no iba a dormir. Era la fiesta del infierno. El fuego era el protagonista.
Mi padre me había dado permiso para que volviese más tarde a casa. Anxo estaba en nuestra pandilla. Tendría tres o cuatro años más que yo, así que podría tener dieciocho. El gran instante avanzaba, fluía sobre el aire. Iban a dar las doce. Las llamas de las pequeñas fogatas salían a la oscuridad, iluminaban el mar, convertían las sombras de la arena en fantasmas, en brujas encaramadas sobre sus escobas. Rasgando el aire, vestidas con faldas muy anchas y pañuelos oscuros en la cabeza. Mis amigas se refugiaban con sus novios. Estaban enraladas.

No había chiringuitos, ni algodón de azúcar, ni garrapiñadas. Las vecinas ofrecían papas y piñas asadas. Los niños las cogían con las manos, otros a escondidas encendían un cigarrillo. Roque, el más pequeño del grupo, y Nicolás se lo pasaban muy bien prendiendo la mecha de los voladores. Me asusté mucho. Siempre tuve desconfianza, creía que iban a estallar en mi cara.
Bernardo le sujetó el brazo a Juana María y saltaron los chorros de fuego, las fogaleras. Dos, tres, hasta siete veces; les gustaba hacer apuestas a ver quien brincaba más alto y bailaba alrededor del fuego. Por fin podría realizar mi sueño, pedir mi deseo. Sentí la presencia de alientos, duendes que –amparados en la oscuridad- nos acompañaban, se solazaban envueltos en las fogatas. Crac, crac, crac. Las chispas de las llamas se enredaban, crujían. Yo cerré los ojos. Pensé en el chico que más me gustaba. En secreto, muy bajito y sin pronunciar palabra alguna, dije: Haz que Anxo siempre me ame, que no se separe de mí. Lo repetí varias veces para que se hiciera realidad….

miércoles, 20 de junio de 2012

Elsa López: Una gasa delante de mis ojos

Por la blanda arena
Que lame el mar
Su pequeña huella
No vuelve más…

Escuchábamos  Alfonsina y el mar una canción entrañable y tierna y contemplábamos en una pantalla unas fotografías de la poeta argentina. Así comenzó la presentación del último libro de Elsa López “Una gasa delante de mis ojos”. Una presentación en la que nuestra autora, como siempre, nos cautivó. 
-Un libro que es un homenaje a la poeta Alfonsina Storni, a una vida de sucesiones, de momentos duros -dijo Elsa. Un homenaje a una mujer que cuentan que se suicidó entrando en el mar, deslizándose poco a poco. Pero que yo creo añade que esa es la versión romántica, que en realidad no pudo ser así porque ella no sabía nadar. Tenía mucho miedo al mar.

Ahora bien, si es cierto que llegó al Mar de Plata y que llegó allí por algo en concreto y que probablemente  fijó su mirada en la masa azul y se arrojó de la escollera del Club argentino de Mujeres. De hecho ya lo había intentado en dos ocasiones anteriores y aquel 22 de octubre de 1938 en Buenos Aires, enferma, muy enferma y cansada, empieza a deambular y se dirige a la estación de trenes, y saca un billete solo de ida.

Elsa López recuperó documentos de Alfonsina, ordenó fotos y papeles, se carteó con su hijo, vio películas. Lloró. Y con todo ese material creó “Una gasa delante de mis ojos”. Se había propuesto escribir una novela de una novela o de una sombra, como diría don Miguel de Unamuno. Una novela que es un canto a la libertad personal, al derecho a elegir y decidir un destino propio. 

Nos hablaba escogiendo cuidadosamente las palabras, los detalles, acerca de la poeta, esos detalles repletos de nostalgia y de ternura que importan al lector, como cuando Alfonsina decidió tener a su único hijo, a Alejandro, en la sociedad hipócrita en que le tocó vivir y a la que le costaba entender, pero ella tenía una resistencia tenaz y no se dio por vencida. Lo resolvió, a pesar de la insistencia del macho (su pareja) de que se librara de su hijo. Sí, adoptó una aptitud de lucha y de conciencia y toma una decisión: tenerlo sola.

Alfonsina fue Premio Nacional de Argentina, ejerció como maestra y escribió sus poesías y algunas obras de teatro y durante ese periodo se propuso sobre todo a defender a la mujer. Dedicó gran parte de su vida a luchar, a defender el derecho a la educación, al trabajo, a la posibilidad de que pudieran votar, opinar. Al derecho a la maternidad, al sexo. Viajó por Europa y tuvo muy buenas relaciones con Gabriela Mistral, conoció a Delmira Agustini. La pasearon como persona importante del mundo de la literatura. Elsa hablaba despacio, emocionada y recitó algunos poemas íntimos de la argentina como: Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame/Ponme una lámpara a la cabecera; /Una constelación: la que te guste; / Todas son buenas; bájala un poquito.

La hermana de Alfonsina era una mujer hermosa. Ella era menuda, chata, simpática y locuaz pero tenía una gran curiosidad, le gustaba la interpretación, el mundo del arte, y ese aire de misterio que eso conlleva le ayudó a crearse una personalidad fuerte, a prestar atención a su cuerpo y a su atrevimiento, a rodearse de mujeres cantantes, escritoras.  A convertirse en actriz. Hablaba en público y llegó a dar mítines sin que le temblara la voz. Consiguió hacerse un lugar en los círculos literarios de aquel momento, y tuvo mucho éxito entre los hombres que la escuchaban: unos con respeto y otros quizás atentos a su falda.  

Elsa López hablaba con ese gesto dulce tan suyo. Movía sus manos con cierto candor, incluso se sonrojó cuando dijo:-No quiero hablar de mi libro, quiero hablar de ella, de Alfonsina Storni. Quiero que conozcan su tono. Quiero que conozcan su voz en los poemas como el retrato que ella hace de sí misma:

Tú me quieres blanca/ Tú me quieres alba, / me quieres de espumas,/me quieres de nácar.  /Que sea azucena sobre todas, casta./De perfume tenue./Corola cerrada. 

La nueva novela de Elsa López “Una gasa delante de mis ojos” ahonda en la vida, obra, pensamiento y emociones de la escritora Alfonsina Storni Martignoni. Construye una apasionante historia, especula en el desasosiego, la angustia y el dolor que impulsaron a la escritora argentina al suicidio, cuando constató en su propio cuerpo que ya no había esperanzas para terminar con el avanzando cáncer que le habían diagnosticado.

Elsa nos descubre en esta nueva novela la confesión de la poeta, de su propia vida. Y nos revela que está escrita en primera persona para que el lector pueda comprender las razones de su alma, como si fueran dichas al oído.

sábado, 16 de junio de 2012


El próximo martes, día 19 a las 7.45 de la tarde se presentará en el Gabinete Literario de Las Palmas de Gran Canaria, “Moby Dick en Las Canteras Beach”.


Rosario Valcárcel regresa a su infancia para recoger  recuerdos y anécdotas de los días en que el director John Huston  vino a Gran Canaria acompañado del actor Gregory Peck y otros artistas de relevancia internacional para filmar las últimas escenas de la película Moby Dick en el mar de El Confital, con lo cual fue como si Hollywood desembarcara en nuestras islas.  Relata con gran amenidad  los acontecimientos que envolvían a Canarias en los años 1954- 55.
Nos cuenta el valor de la amistad, la iniciación a la vida, como fue el rodaje con muchas extras de la isla y los personajes que intervinieron en el proceso.
Avanza con estilo cotidiano y sondea con gran habilidad los pensamientos y las emociones más profundas.

"Pienso que la película Moby Dick ha quedado para siempre en la historia de
Nuestras  islas y en el panorama cinematográfico. Me detengo en las emociones ingenuas que me provocó mi ballena blanca, grande, muy grande, con su cabeza levantada y su expresión bondadosa, y me llega a la memoria la serenidad de su mirada, el latir de su corazón, aquel candor tan infantil que emanaba de ella desde la primera vez que la vi" dice la autora en las páginas de este libro

Nos muestra los sentimientos, la lucha titánica del bien y el mal que se establece entre el capitán Ahab, interpretado por Gregory Peck, y la ballena blanca, que fue construida en los astilleros de nuestro Puerto de La Luz., y que en la novela de Melville fue perseguida obsesivamente por el viejo ballenero. El propio director John Huston elogió en sus memorias la habilidad de los hombres que construyeron la impresionante ballena y a los canarios que trabajaron en el rodaje.

viernes, 15 de junio de 2012

Un fragmento en recuerdo Lola, enviado por Melu

Dos veces en toda mi vida he llorado por causa de mi tía Lola

La primera vez yo tenía diez años y vivía en Venezuela, adonde había emigrado mi padre. Aquí, en Las Palmas, Lola se había casado y pronto nos llegó la noticia de que "esperaba la cigüeña", como delicadamente se decía entonces. Y lloré de envidia por aquel niño que iba a nacer, que sería nada menos que hijo de un hada. Recuerdo que me escondía ocultando las lágrimas, pues lo del hada era un secreto que no se podía decir.



Y es que mi tía Lola, según mis primeros recuerdos, fue siempre alguien especial, distinta de todo y de todos. En el mundo de hadas y brujas en el que vivía la mayoría de los niños de aquellos años, la solución a lo que no se entendía era muy sencilla: magia. Y como yo no comprendía nada de aquella persona tan diferente, solo cabía admitir que Lola era, indiscutiblemente, un hada (Y todavía hoy no estoy segura de que no lo fuera. ...
El hada tuvo un hijo.
Yo no sé si mueren las hadas.
Dije antes que solo dos veces en mi vida había llorado por causa de mi tía Lola.

Foto: Dolores de la Fe.


domingo, 10 de junio de 2012

Mokhtar

¡Oh, mar!
dame tu mano derecha
para que transitemos
el redondo planeta
hacia cualquier mar.
Abdelkrim Tabbal

Es moreno no muy alto y tiene los ojos grandes.
Se llama Mokhtar y está trabajando en una peluquería de Siete Palmas, haciendo las prácticas de sus estudios. Hace un mes cumplió los dieciocho años.
Yo nunca lo había visto, por eso al entrar en el Salón me sorprendió que saliera a recibirme. No sabía lo que pasaba, sólo pensé que quizás la antigua propietaria habría traspasado el negocio.
¿Qué se va a hacer?
Me preguntó. Lo miré un par de veces antes de contestarle. Luego me colocó una bata, una toalla sobre los hombros y empezó a inspeccionar mi cabeza con sus ágiles dedos que no se detenían, mientras yo le explicaba que quería renovar mis mechas. Luego se produjo un silencio, una sensación de irrealidad.
Cuando ya tenía preparado el tinte aparecieron mis peluqueras de toda la vida. Me sentí aliviada. Él se quedó cerca observando como Yaiza deslizaba el pincel sobre mi cabello, mientras Maricela, la dueña del negocio le daba instrucciones. Yo lo miraba por el espejo una y otra vez, reparaba en todos sus movimientos, en como iba vestido, en su mirada que revelaba mucho. Pensé un montón de cosas. Estaba desconcertada, extraña y no sé por qué quise saber algo de él, así que me incliné y le dije:
-¿Cómo llegaste a esta isla?
-Vine en una patera en el 2007, el 18 de enero.
Sorprendida, me giré y le miré a los ojos. Sentí una mezcla de emoción y de respeto.
Mokhtar me contó que su viaje duró cuatro días. Fue una aventura terrible, decía -mientras sondeaba en su recuerdo- navegábamos sobre un mar inmenso, sentados sin poder movernos, apretados y manteniendo el equilibrio cuando las olas parecían que nos iban a envolver y los violentos golpes de viento empujaban la patera. Cuatro días sobre un mundo misterioso y desolado, sobre la gran manta del océano cubierta por un halo de niebla.
Me daba mucho miedo. Me acordaba de que no sabía nadar.
Los más viejos establecieron turnos, continuó. Guardias de día y de noche para que los cuatro menores achicáramos con garrafas el agua que entraba en la patera. Hubo un momento que casi se hunde. Fue horrible. Me entró un sudor frío, mareado, vomitaba y sentía que se me iba a arrancar el cuerpo.
Mokhtar gesticulaba con las manos para explicarme que estuvieron a punto de hundirse, mientras  ordenaba los productos de la peluquería. A mí se me escapaba alguna palabra por el ruido de los secaderos. Luego añadió con una sonrisa triste:
-Mientras dormitábamos los compañeros se robaban unos a otros los tesoros que guardábamos en las mochilas, en la mía había unas zapatillas deportivas, un chándal y un bocadillo, todo desapareció. No alcancé a comer nada.  
De pronto un barco se nos acercó con sus luces encendidas, el mar retumbaba y nos angustiamos, creíamos que el océano nos iba a engullir, que nos íbamos a diluir. Por instinto me agarré fuerte, me sujeté a la patera. Creí que todo se iba a desvanecer y dominado por el pánico me puse a rezar. El patrón nos alejó, corrimos un gran peligro. Mokhtar no paraba de hablar, recordaba muy bien el viaje. Parecía una historia dentro de otra historia, sin puntos ni comas. Yo cada vez me sentía peor.
Mi padre me dijo que el marcharme de Marruecos sería insensato, mientras agitaba la cabeza de forma negativa. Me recordó que hacía unos días había naufragado una patera donde iba un primo mío, añadió que todos habían muerto. Me quedé helado. Él deseaba que me hiciera policía que me hiciera un futuro allí. Yo tenía claro que no podía seguir su consejo. Vivíamos cerca de Sidi Ifni en un pueblo donde se hace aceite que llaman Argan, es un aceite que lo hacen los bereberes. Pero los Ait Baamran tenemos problemas, estamos marginados. Es difícil vivir con el olor de la pobreza. A pesar de ser como otros de carne y hueso nos han olvidado. Pedí dinero a toda la familia y poco a poco reuní los quinientos euros que necesitaba para embarcar.  
Una noche sin luna llegamos a un lugar muy pequeño, a la isla de La Graciosa. Mis amigos y yo, asustados, nos tiramos al agua y no nadamos, corrimos. Mouloud se partió una pierna al tropezar con unas rocas afiladas. Los demás se escondieron, querían escapar. Nadie nos esperaba. A mí me parecía que la isla daba vueltas. Me extrañó que hiciese tanto frío. Cerca de la playa nos encontramos con un señor, estaba en la puerta de su casa con unos perros. Nos dio unas mantas y comida y luego nos preguntó si quería que llamara a la policía. Nosotros sabíamos que eso era lo mejor. Yo tenía dieciséis años y mis amigos eran aún más pequeños. Me dolía la cabeza, el cuerpo lo tenía colorado, me ardía.
Pronto llegó la policía, la ambulancia y nos trasladaron a una comisaría. Por la tarde nos subieron en un barco rumbo a Lanzarote, llegamos a Playa Honda. Allí asistimos a revisiones médicas, nos sometieron a pruebas óseas. Pruebas y más pruebas. Luego nos ubicaron en celdas y nos dieron de comer un bocadillo de pavo con queso amarillo. Como no sabíamos lo que era, lo tiramos, sólo comimos el pan. Yo soy musulmán.
Unos días más tarde nos subieron a bordo de otro barco, llegamos a Gran Canaria. Durante dos años he permanecido en Centros de Acogidas para menores. He estudiado en Centros educativos, he aprendido muchas cosas, y en los talleres hice un curso de Peluquería.
Pero al cumplir los dieciocho años, añadió Mokhtar, El Gobierno español me ha dado un plazo de tres meses para arreglar mis papeles, para por fin poder trabajar y mandar dinero a mis padres. Regularizar mi situación. Pero en tan poco tiempo es tan difícil como que haga un viaje a la luna. Sin embargo he tenido suerte mi maestra habló con Maricela, y ella se ha convertido en mi hada madrina. Ahora vivo en su casa, hago las prácticas de mis estudios en su Salón y pronto tendré mis papeles en regla. Tendré la recompensa por todo el sufrimiento. Podré ir a ver a mi familia sin que me detenga la policía.
Ya hace algunos días que fui a la peluquería y admito que estoy deseando volver para hablar con Mokhtar, para escuchar sus aventuras, sus secretos. Los secretos y las penalidades de los miles de jóvenes que llegan a nuestras tierras en una patera.

miércoles, 6 de junio de 2012

La voz mirada

El mar no tiene tiempo, es la felicidad.
 Aquiles Javier.

En el poemario del poeta Aquiles he descubierto que apuesta por una poesía cercana y entendible, una poesía llena de encanto y sinceridad. Una poesía que pasa su mirada por el paso del tiempo, la relación amorosa, el sentimiento del desamparo, de la enfermedad o el miedo a la caducidad de la vida. A la muerte.
      Así su primer poema Phoenix Canariensis se adentra en el significado mitológico de la palmera, en el árbol sagrado de los antiguos canarios, en su simbología ancestral. El poeta contempla a través de él, la infancia y la memoria:   El columpio que me llevaba/me traía y de nuevo ahora/me eleva a su follaje, /es la misma certeza/que bajo su fresca caricia/ adquirí en la fugaz infancia:/Esta es mi casa./ cuna de dioses mitológicos,/ árbol de vida, hija del mar/ en los reinos antiguos…
      El árbol está visto como padre protector. Y el poeta aspira a ser el Ave Fénix capaz de renacer de los estragos del pasado. 

       En su segundo poema el autor habla de la sociedad de consumo, de las luces y abalorios, de un centro comercial multitudinario, lleno de ruidos. Y de nuevo hay una mirada de añoranza, de recuerdo, de melancolía hacia el pasado, del almanaque del Che, los arrebatos idearios, el fuego de los primeros amores que difícilmente vuelve a prender con la misma fuerza. Pero el poeta consigue el equilibrio dando un salto del pasado al presente:

   ….Los sábados libres son amplios; /contienen los domingos. /Pasa por el adosado, pasión
         Otras veces en la oscuridad del dormitorio, en su cama hay ilusiones desparramadas, vidas ajenas y sueños que se esconden entre lo placentero y la pesadilla sigilosa, y envuelven al poeta en las dudas del enamorado, en el miedo: 
       Allí te encuentro con otro hombre/el mismo siempre, /el de todos los sueños.
 Igual que para Neruda, el paso del tiempo y la muerte son una preocupación como en el poemario Residencia en la tierra, y concretamente En tango del viudo:
      Y qué amenazadores me parecen los nombres de los meses/ y la palabra invierno qué sonido de tambor lúgubre tiene. En Aquiles también existe esa reflexión constante sobre la fugacidad de la vida, ese misterio sorprendente y eterno, ese descontento de la naturaleza, de que se va a morir sin posibilidad de modificar o rescatar el pasado. Ese descontento del hombre como ser social.

      Imposible volver a ser/ como las hojas de aquella palmera, /cuya sombra la vislumbra impertérrita, /que toman su vigor del mismo tronco. /Nunca jamás. Tres éramos mañana.
 El paisaje también está presente como un medio de proyectarse a sí mismo, así en “Un día en la playa” el autor renace la fantasía ante el mar, los rituales de los bronceadores y los cuerpos. El cromatismo.      
  …Se descubre el jardín/ de mil una incipientes flores/ y lunas encharcadas, /origen de este aroma/ a guerra entre pandillas y cangrejos/ a los amoríos entre las barcas…/
      El poeta rompe los límites de la realidad y remonta el vuelo a esos espacios inmensos de la imaginación.
       Y en el tramo último del libro, vuelve a reflejar nuestro autor la preocupación por el poder aniquilador del tiempo, la relatividad de las cosas zanjadas siempre por el tiempo, la muerte como entidad todopoderosa. Ese misterioso compañero que nos ampara en el comienzo y en el final de nuestras vidas. Así Ante la inminencia de la tragedia… que es el primer verso de un soneto. Se aprecia la proximidad del desenlace, la herida crónica de sabernos seres perecederos. El descenso a los infiernos. 
       Entendió que hay que mirar el mundo de una forma especial y poner los ojos en las cosas que nos rodean, entendió los lazos de complicidad que hay entre el lector y el poeta. Ha entendido el lenguaje a través del cual se expresa esa mirada. 
      La Voz mirada es un libro publicado por la editorial Idea en la colección Aguerre que contiene unas bellas ilustraciones de su hija Arime. Es un libro escrito con las emociones. Un poemario que te invita a callar para escuchar la voz, la voz mirada del poeta.  

viernes, 1 de junio de 2012

Manfred, el inquilino



El demonio a mi lado acecha en tentaciones como un aire impalpable lo siento en torno mío; lo respiro, lo siento quemando mis pulmones de un culpable deseo con que, en vano porfío. Baudelaire




Existía en la antigua China un emperador llamado Ming Hwang que concedía a las mariposas el derecho a escogerles los amores a las jovencitas.

Yo ese derecho no se lo concedería a nadie, ni siquiera a unas bellas mariposas. Pero tropecé con mi madre, a la que le encantaba hacer el papel de Celestina y quería a toda costa encontrarme un novio, casarme de nuevo.  

-Mi hija, tienes que buscarte a alguien, rehacer tu vida. No olvides que muy pronto cumplirás los cincuenta. Necesitas un nuevo matrimonio. No quiero irme y dejarte sola. 

Supervisaba mis papeles, revolvía mi bolso, curioseaba en mi agenda. Organizaba mi vida con sus tejemanejes. Yo no quería volver a compartir mi vida con un hombre. Todos quieren las mismas cosas, los mismos sacrificios.

Pero un día ocurrió algo que a ella le vino como anillo al dedo y no perdió la oportunidad.

-Tienes que ir allá, porque ese hombre no para de quejarse.

-¿Qué le pasa ahora a tu inquilino?

-Dice que tiene humedades en la casa y que tenemos que arreglarlas.

Y aunque me chiflaba ir a La Palma traté de disuadirla, puse objeciones. No estaba animada. Pero insistió e insistió y recurrió a lo mejor que se le da, que es dar órdenes y organizar la vida de los demás.

Cogí el primer vuelo del sábado con destino a la Isla Bonita.

Manfred no era una persona de las que pasan desapercibidas. Era alto, delgado, blancuzco, con ojos azules y una boca muy provocativa, tendría apenas treinta años. Aquel día me recordó a Troy Donahue, aquel protagonista de la película Parrish. Una película que causó estragos en los años sesenta y que mi madre aún seguía viendo y suspirando. ¡Cuánto le gustaba vivir de sus nostalgias! Compartirlas conmigo. Disfrutar de la misma película una y otra vez. 

Nuestro inquilino era el clásico alemán, loco por investigar las especies botánicas de la isla y estaba tan entretenido con su trabajo que se había resignado a vivir con las excusas que le había puesto mi madre para demorar los arreglos. Había trasladado la cama, las sillas, una pila de libros, un aparato de música y macetas con plantas verdes a la única habitación donde no había goteras. La casa olía a humedad y a tierra mojada.

-Después de las lluvias esto se ha puesto muy mal y le agradezco el esfuerzo que ha hecho, el venir hasta aquí para ayudarme.

Su español era bastante bueno y hablaba correcto y con dulzura. No me quedó más remedio que darle la razón a pesar de que la reparación iba a ser costosa y estábamos en plena cuesta de enero.

Lo puse en contacto con albañiles y fontaneros y quedé en abonarle el importe de los arreglos. Entonces agradecido me invitó a cenar, presentía que no debía aceptar pero como él insistió… Además debo confesar que -aunque las emociones se endurecen con los años- mientras él me hablaba sentí una violenta agitación y una sensación de fiebre en mis mejillas.

No lo pensé. Llevaba dentro las voces de mi madre, esas voces que me alentaban a soltarme el pelo. Cambié mi vuelo que salía aquella misma noche por otro para el día siguiente.

-Está bien, acepto.

Y me llevó a Tazacorte, “a un lugar más cálido y acogedor”, eso dijo. Por un momento pensé que igual en cualquier momento dejaría nuestra casa para irse a vivir a la costa. Pero me tranquilizó cuando me explicó que le gustaba El “Paso” por su proximidad a la masa boscosa, por sus petroglifos guanches, por la Caldera de Taburiente…

-¡Por la amistad! -brindó juguetón, mirándome con avidez, mientras levantaba una copa de vino en un restaurante que estaba ubicado justo en la orilla del mar.

Desprendía tanta fuerza, tanto magnetismo que me sentí segura con él y como si fuese una colegiala mi corazón empezó a latir. Nunca había experimentado esa sensación con ningún otro… Pero me dio miedo, apenas lo conocía y no quería que pensara que era una conquista fácil. Sabía que algunas veces las amistades duran el tiempo de beberse una botella juntos. Además había salido de una relación negativa y mi gran temor es que me ocurriera lo mismo.

Así que sobrevolé la escena que estaba viviendo y desvié su mirada.

Durante un rato contemplé el juego de las olas, el eterno flujo que sube y baja como un escarceo sexual. Necesitaba protegerme. Me volví mística.

Pero él no paraba de hablar, era muy dicharachero y yo estaba tan hechizada con su presencia que pensé que igual sabía amar con locura. Devoré la cena y bebí y bebí de aquel vino tibio con sabor a tea, cuando de pronto rozó su mano con la mía, mientras me proponía que fuéramos a su casa para escuchar música. Me estremecí.

Había sido un día intenso y por un momento mi vida era intensa. No sabía que decirle, indecisa y nerviosa sentí que me estrechaba entre sus brazos con una emoción particular. Y sentí cómo su mano subía a mi cuello, cómo acariciaba mis pechos lentamente, cómo su mano bajaba a mi sexo. No fui capaz de negar su propuesta.

Además no quería malograr la pasión, no quería que el momento se estropeara por la timidez, ni por culpa de los fracasos y de los miedos que me habían inculcado en mi adolescencia. 

Mi cuerpo ardía de deseo y disfrutaba sabiéndome deseada. Me complacía que los ojos de Manfred no se apartaran de mi cuerpo.

Pero por razones que no entendía, no podía hacerlo.

Pintura: Inés Melado, Fotografía: Andrés Brito