miércoles, 29 de febrero de 2012

Tratado del carnaval en Niza

     Samir Delgado es un poeta, un amigo, un hombre de costa, de aires tibios y entorno turístico.
     Un escritor  de los que podríamos denominar audaces, lleno de energía y de fertilidad. Proclive a la pasión, al gusto por la ironía y las emociones del lenguaje. Un hombre que necesita vivir y escribir y denunciar,  y derrumbar ciertas barreras desde la cultura, que muestra un gran respeto por la inteligencia y por el arte, tanto que como si se tratara de un buen vino, lleno de regocijo y efervescencia, de vértigo juguetón, paladea y deja fluir su literatura con citas de maestros clásicos y contemporáneos.
      Y sobre todo está Niza, un nombre lleno de símbolos y de fuerza seductora, que se presta en este poemario a plurales interpretaciones, y que nos conduce a su amada, al amor, a su impulso, dicho en sus propias palabras a “la cristalización de los deseos”. 
    Porque la literatura de las pasiones y de la sensualidad nos lleva como la vida misma por caminos imprevisibles, por llamaradas lujuriosas que nunca deben extinguirse por completo, sin embargo la poesía de Samir no son los deseos locos de Henry Miller y Anaïs Nin que actúan desde la palabra descarnada, ni se asemeja a la poesía de Charles Bukowski o Almudena Grandes. En su  “Tratado del carnaval de Niza” la mirada se desliza fresca, nueva, entre miles de bombillas de colores que parpadean durante la noche, en ese instante en que lo amoroso y lo erótico se entrelazan con el deseo e irrumpen con fuerza pero en este caso envueltos en esos titubeantes años de aventura juvenil, en esos instante dulces en que cerramos las puertas al mundo, en que echamos el candado.
     Y cuenta su noviazgo, su amor, como quien escribe página secretas, realizando todo lo que se considera bello en poesía.  

   ¿Lo que más me gusta de ti?
    Haciendo un recuerdo milimétrico
    de todos tus encantos
    de los pies a la cabeza
    yo me quedo siempre callado nena
    porque lo que me gusta mas de ti
   es ver el mundo a través de tus ojos.

      Los guiños culturales del autor son constantes y a través de ellos manifiesta la desconfianza ante la vida y la necesidad de retener lo efímero, de desarrollar dramáticamente un tema anecdótico o romántico, o una mirada a un cuadro, porque él igual que los impresionistas captura el instante, lo eterniza.
    Y participa en el carnaval de la vida y entre los oleajes y los fuegos artificiales, se moldea a través de los sentidos:

  Martes de carnaval:
tú bailando al son del invierno
con sabor a manzanas de caramelo.
Y el eco lejano de carrozas encantadas
lloviendo su purpurina por toda la ciudad.

   Samir expresa la búsqueda de la utopía, la exaltación de los sueños que ayudan a la vida. Ese es el leitmotiv del poemario “Tratado del carnaval de Niza” donde canta a la vida, a la esperanza y sobre todo a la invocación, a la mujer amada, Niza.
     Por eso  no duda en exponer abiertamente sus emociones y sus sentimientos cotidianos, trozos de la vida, en poemas breves, sinceros, desnudos, llenos de imágenes y símbolos que le dan al texto un carácter atrevido y moderno.
     Y al final en este simbólico carnaval llega el entierro de la sardina. Centellea esa cercanía cotidiana y describe actitudes de un carnaval:

Llora que te llora el travesti con gafas de sol
enlutado y su peluca amanecida de confetis
ritual del fuego. Baile de disfraces. Resaca.
Anoche nadie guardó las calles de la capital.

domingo, 26 de febrero de 2012

LA LLEGADA DE LOS INDIANOS

 Para todos los palmeros que hacen posible esta fiesta.

El lunes de Carnaval se celebró la Fiesta de los Indianos en La Palma, y por primera vez llegó al Puerto de Santa Cruz un barco lleno hasta rebosar de Indianos procedentes de Tenerife.
Un barco que simulaba llegar desde la otra parte de nuestra Atlántico, impulsado por un mar de sombras grisáceas, por voces que resonaban por el Malecón, un barco que atracó como decía Carmen Laforet en su libro “La llegada” sin gran prisa por llegar al otro lado del mundo.
Pero cuando por fin colocaron la escalinata y empezaron a bajar los pasajeros, pudimos ver junto con sus compañeros de viaje a un personaje de excepción, a un pasajero especial, a Sosó, más conocido por la Negra Tomasa, que con su cuerpo regordete, su vestido impecable, su sonrisa entrañable, sus mejillas pintadas y sus pestañas verdes fluorescentes derrochaba gracia y talento, bailaba al son del ritmo caribeño:

Maní, Maní
Si te quieres por el pico divertir
Comete un cucuruchito de maní …

En seguida la explosión de alegría y de generosidad nos atrapó, se adueñó de todos. Se escucharon palmas, se dieron vivas y con voces enloquecidas  entonamos canciones. Y llenos de risas y vestidos de riguroso blanco no dejábamos de agitar los polvos con fuerza, con tanta, tanta fuerza que rápidamente una polvacera quedó suspendida en el aire y se convertía en una humareda de plata que nos llenaba de júbilo y de tal excitación que gritábamos:

-¡Viva la Negra Tomasa!


Yo estaba tan extasiada que hubiese deseado abrazarla.
Mientras, en el atrio del Ayuntamiento capitalino, una multitud ansiosa esperaba el tradicional ritual de la llegada. Este año, de nuevo con unos seres maravillosos, con Antonio Abdo, Pilar Rey, Quique Santacruz y acompañante. Emocionados esperaban el retorno con los representantes oficiales.
Por fin La Negra Tomasa llega a la Plaza de España con ese don innato que posee para hechizar la fiesta, flota en medio de una multitud que se agolpaba entre sus calles, que vibraba entre densas nubes de polvo que semejaban a una hoguera. Y entonces recordé aquellos tiempos en que éramos niños pobres,  en que la vida era humilde y nos acercábamos extasiados y con miradas tímidas a darles la bienvenida, a besarles, a curiosear la llegada de nuestros compatriotas que llegaban después de cumplir un sueño, de hacer el mundo.
Todos iban vestidos muy elegantes. Ellos fumando cigarros puros, con los bolsillos repletos de dólares acarreando jaulas con loros y pesados baúles, ellas con sus faldas largas, sus pamelas y sus abalorios.  Ataviados a la usanza americana bailaban bajo un decorado renacentista que parecía que crepitaba, que a pesar de estar desdibujado por el tiempo también se emocionaba. Porque la Fiesta de los Indianos consigue con mucha clase rememorar la antigua llegada de miles de palmeros que volvieron desde Cuba.
Consigue a través de esas cataratas de polvo ensalzar la memoria de aquellos años de lucha y de dificultades económicas, consigue acercarnos a las sombras y las luces de miles de hombres y mujeres emigrantes que al regresar a su tierra se les comenzó a llamar Indianos.
Un año más, la fiesta de los Indianos vuelve a triunfar, a trascurrir según el ritual de la época, con el ritmo palpitante de la música, con el diálogo de la tradición, con el encanto de la dicha ante la vida, con esa lírica que envuelve el regreso. Transcurrió  igual que una batalla blanca que deja escapar la fragancia de su olor, su ligero temblor.
Una fiesta que nos recuerda que estamos hechos de polvos y de sueños. Unos polvos que a pesar de haber pasado varios días, aun sus huellas permanecerán entre nosotros durante mucho tiempo como testimonio del mestizaje cultural entre La Palma y Cuba.


jueves, 16 de febrero de 2012

FELIZ DRAG QUEEN S, FELICES INDIANOS, FELIZ CARNAVAL

¿Me conoces mascarita?
Una frase genial que me ha hecho recordar a esas caretas de las que hablaba Alonso Quesada. Esas caretas pendientes de un hilo que cruza de lado a lado el almacén. A esos muchachos que compraran su careta el sábado y el domingo entraran en su casa con ella puesta. La sostendrán con la mano y se la quitarán cada momento...
Esta careta continuaba nuestro literato, es como el tiempo. Al pasar el domingo de Carnaval por la tienda del ultramarino, nos advierte con sus ojos fríos y su sonrisa petrificada que ha pasado un año más y que todo ha sido lo mismo, y que los días que van a venir después que ella se esconda serán como ella misma… Acartonados e indiferentes.
Este año continuaba Alonso ha mostrado su faz más pronto; en el montón de las otras caretas, ellas, que es la más expresiva, la menos “careta” de todas, sobresale como suplicando al comprador que se la lleve. Pero ninguno la ama. Otras caretas más modernas y más graciosas van saliendo. Ella se quedará solitaria, abandonada, otra vez… 

Del amor y las pasiones


Y feliz día de los enamorados.

Las semanas y los meses pasaban deprisa.
Un día como los demás, Celina y Jorge iban al mismo sitio. Estaba nerviosa. No recordaba cómo había llegado hasta allí pero siempre la llevaba al mismo lugar.  Era una zona muy tranquila, situada en las afueras de la capital. Él tomaba por atajos caminos de tierra. Ella observaba el océano, lo percibía lejos, enorme, desde aquella cima parecía aún mayor. Siempre pensaba que la veían.
Era un lugar abandonado, y se había convertido en su refugio clandestino. La brisa soplaba, se escuchaba el cuchicheo del mar y el sol en declive mostraba la luz más auténtica. Ambos estaban casados. Él no quería volver a casa tan pronto.
Aquel día, ella se había puesto una blusa ceñida, sin botones y muy escotada de color rojo, la falda era muy amplia como a él le gustaba. Quería seducirlo.  Sentada en el sillón del automóvil tenía la sensación de desconfianza cuando él le pasó el brazo por encima mientras le decía al oído: te echo tanto de menos. Ella se quedaba inmóvil sonriente, contenta, protegida. Siempre esperaba que él diera el primer paso y que repitiera su frase favorita.
-Si te hubiese conocido antes ¡seríamos tan felices!
Al fondo, el barrio pesquero de San Cristóbal se desperezaba ajeno a sus complicidades. A lo lejos las barcas, como signos de vida, se bamboleaban, perceptibles por las camisas blancas y arremangadas de sus ocupantes. Las sardinas, que oían el tintineo de los remos de madera, huían despavoridas formando una bola apretada. Los pulpos, morenas, salemas y gueldes, al divisar las linternas estaban al acecho, menos alguna  sepia enamorada que vibraba y emitía una luz débil fosforescente, captada de inmediato por un macho que intentaba abrazarla en una estela de colores, mientras le musitaba:
-Dime que me quieres como siempre.
El pescador aprovechaba el idilio y los balbuceos de la extraña parejita y los subía a bordo, con precaución de no acercarse demasiado al irritado galán que estaba dispuesto a descargar su rabia y su tinta en el entrometido marinero que interrumpía sus amores.
Jorge no dejaba de mirarla. Le enlazaba las manos, se acercaba con cautela. La comunicación entre ellos era igual que la de los extraterrestres: telepática. Él quería acariciarla, hablarle de sexo. Ella también. Aquel día el tema fue el sexo oral, lo bueno y hermoso que era. Se regalaban un tiempo de contemplación, de oración a través de acercamientos, de roces y voces silenciosas. Sin dar cuenta la conversación se acercaba a lo que ella creía la perversión. Le habían dicho que en Estados Unidos su práctica callejera era delito. Pero tantas cosas son delito, pensaba. ¡Era tan maravilloso! Pero se sentía tan cortada que le preguntó:
-¿Qué piensas de mi?
En vez de contestarle, intento besarla. No la escuchaba, estaba atraído por sus labios, por su nariz, por sus muslos blanquecinos. De pronto ella dijo:
-Te quiero, y deseo estar contigo.
Las manos de Jorge se desbordaban, escribían en su cuerpo su ansiedad.
-Yo también te deseo, y me gustas que digas sí, cuando quieres decir sí.
Se envolvían, se besaban. No le importaba ya que la vieran. Sabía que todo es muy fugaz.
En las tinieblas las barquillas seguían allí. Respiraban entre las sombras, patrullaban el horizonte.
-Tengo ganas de dejarlo todo. Pedir un traslado en el trabajo y vivir muy lejos, pero juntos-confesaba Jorge.
-Estas loco, olvídalo, acércate a mí.
Él respondía con un silencio, le subía la falda, colocaba tiernamente su cabeza entre sus muslos, la olía, la lamía, la roía. Celina se sentaba sobre Jorge, se entrelazaban sin prisas. Aquel coche se agrandaba. Se daban vueltas como si fueran de goma, se miraban con ternura, se rozaban, se enganchaban. Mecían sus cuerpos como botes sobre el mar. Querían apretarse, revolverse, engullirse. Trataban de satisfacer su apetito. Por un momento el tiempo no existía.
Soñaban con un encuentro lejos, con dejarse arrastrar por la corriente, sobre el tronco de un árbol, con deslizarse sobre las aguas… Se acercaban todo lo que podían. El inmenso océano los separaba, el ruido los confinaba, las ondas los arrastraba, los zarandeaba. Tragaban agua. Se escondían entre los movimientos de las crestas, entre sus ronquidos, entre sus sábanas.
-Me gustas demasiado, le decía.
La fragancia del yodo y el sabor del salitre se mezclaban en su boca. Se resbalaba entre las paredes   de su cañón, de sus curvas. Le acariciaba los seños, la apretaba contra él. Quería infiltrarse, entrar por la puerta principal. Lavarse con su aliento, en su fragancia de locas pasiones. Ella lo comprendía, contenía su respiración, se sumergía en el monumental charco, se succionaban en los caprichosos dibujos que forman las aguas, las fantásticas sebas y las pálidas medusas que flotaban suspendidas como globos. Lo dejaba hacer, no podía dejar de alimentar su gozo. Sus dedos trepaban con parsimonia. Huían de la velocidad. Celina, igual que una sirena, le ofrecía susurros diabólicos. Jorge encandilado, esperaba en su fantasía que lo devorasen.


Fragmento de un relato entresacado de mi libro “Del amor y las pasiones”, de la editorial Anroart.


lunes, 6 de febrero de 2012

Bienaventurado


A mi isla adoptiva La Palma y a la elegancia y sutileza de sus vinos

 El alcohol ha sido hecho para soportar el vacío del Universo, el mecimiento de los planetas, su rotación imperturbable en el espacio, su silenciosa indiferencia en el lugar de vuestro dolor.
Marguerite Duras

En la antigua Benahoare las húmedas
bodegas renacen. Se juran las pipas.

Jóvenes y viejos pisan las uvas en antiguos lagares
resuenan tañidos de alegría, fluyen círculos
de espuma, libaciones, cohetes y saltapericos,
se mecen en una aureola.
Licuan la oscuridad.

De la uva sale el vino, de la aceituna el aceite…

Las grajas con ojos enamorados nos visitan,
danzan sobre el jugo de las bacanales,
sobre las esmeraldas y los rubíes.
Todos sorben el líquido hilarante
ahuyentan miedos y pesares. Juguetea la infancia:
Saran Martín, tirín, tirín…

Huele a vino, a cochino a la brasa y a tomillo,
reavivan los rescoldos, la algazara,
se escancian copas, brindis. Se escuchan
bucios, canciones sentidas, los latidos
las brujas, las profecías,
las ánimas benditas.

El vino, diabólica tentación de los dioses
nos rodea con brazos apasionados,
nos transporta a regiones soberanas, al fluir
de las épocas, a emociones irracionales,
a la embriaguez de Lot. Nos permite
acarrear la vida, desafiar nuestro destino.
Alejarnos de la muerte.

De la uva sale el vino, de la aceituna el aceite…

Degustan los caldos, los deseos insinuantes,
las castañas tostadas, los estremecimientos.
Viven sus sueños, retienen el aliento,
evocan décimas y romances.
Y entre el estallido de los fuegos que
semejan nuestra propia vida, resuena
la memoria de los rezos.

Y cantan  a coro:
¡Bienaventurado el vino de nuestra tierra palmera!
Saran Martín, tirín, tirín…



Este poema ganó el primer premio en las Jornadas de la viña y el vino de S. Martín 2.011, organizada por el Consejo Regulador de la Denominación de Origen de "Vinos La Palma".