Por Rosario Valcárcel
Es la pregunta que se hizo Paul Auster cuando el New York Times le encarga
un cuento navideño que finalmente se lo inspiró su amigo Auggie Wren, un
fotográfo que retrata, diariamente la misma esquina del barrio de Brooklyn. Una
historia que fue la simiente de la película Smoke. Un relato que recorre la
realidad sentimental del alma humana.
Porque la literatura descubre mundos nuevos, materializa el sueño en un
papel, decía Patrick Modiano, el novelista francés ganador del Premio Nobel de
literatura, 2014, entre otras distinciones.
A veces es inspiración de películas, un regalo que nos recuerda el
significado de La Navidad, desde los clásicos de los hermanos Grimm y Andersen
al Cuento de Navidad de Charles Dickens, al maravilloso film ¡Qué
bello es vivir! de Frank Capra, retrato de la nostalgia navideña, una razón
de ser y de estar en el mundo.
Películas inspiradas en hechos ficticios o reales. Familias que, en alas
del progreso, intentan infundir la esperanza de que algún día podremos
vivir en un mundo mejor. Y acogen a un mendigo en su mesa entre manjares, vinos
y el arbolito que, parpadea entre copas y acordes de villancicos, entre risas o llantos de la
Noche Buena. Películas basadas en ideales de dolor, en el caos, olvido e
indiferencia de pueblos sometidos al terrorismo, violencia, guerra, en las que
la fuerza de la Navidad solo es capaz de conseguir unas horas de tregua. No el
fin del conflicto, esa paz tan deseada y recordada en estas fechas. La paz
duradera que no se gana porque la guerra es un negocio repugnante de poderosas
potencias militares que hieden.
¿Qué sé yo de la Navidad?
De esa Noche que nace el Niño Dios, de aquella infancia en que Papá Noel
golpeaba la puerta de nuestra casa y, sin saber qué hacer ni qué decir:
gritábamos, movíamos las manos y los brazos con gran alboroto, mientras él
agitaba una ruidosa campana y se acercaba a cada uno de nosotros que lo
observábamos con cierto temor.
Entonces, sin prisas y con aire de bondad, se inclinaba ante el árbol
navideño, que habíamos adornado mis hermanos, mamá y yo con tanto amor, y
depositaba a sus pies numerosos regalos colmando las aspiraciones de todos.
Mientras yo, a escondidas tras los pantalones de mi padre, miraba como se
despedía.
Han pasado muchos años pero todavía estoy poseída por ese hombre del que no
estoy segura de que fuese de carne y hueso, de que fuese real, por lo que al
igual que Auster, confundida, me pregunto:
¿Qué sé yo de la Navidad?
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