miércoles, 4 de abril de 2012

LA SEMANA SANTA

      
Cuando Jesús entró en Jerusalén, toda la ciudad se alborotó y preguntaban: ¿Quién es éste? Y la muchedumbre respondía: Este es el profeta Jesús, de Nazaret de Galilea.
   

A medida que el tiempo pasa, me doy cuenta que el mundo ha cambiado totalmente y que por supuesto han cambiado nuestras vidas, nuestras formas de enfrentarnos a cualquier acontecimiento.
Por eso al llegar la Semana Santa me entra añoranza. Y me acuerdo de los ejercicios espirituales, de la lectura de los libros ejemplares, de películas sobre la Biblia, Benhur o Los Diez Mandamientos… Era el símbolo del amor y los reencuentros de las familias. Eran tiempos de ver a nuestros abuelos asomados a las ventanas para contemplar las procesiones, la gloria de las imágenes, las señoras ataviadas con mantillas negras y con nuestras mantillas blancas. De escuchar alguna saeta.
El mundo parecía que se paraba, los sentimientos se manifestaban en las calles. Eran Tiempos memorables para lo religioso, para las imágenes, para los imagineros como nuestro José Lujan Pérez, un grancanario que culminó la fachada neoclásica de la catedral de Las Palmas.
A mí la Procesión que más me gustaba era la del domingo de Ramos, la de la burrita. Era el día en que por fin estrenaba mi vestido nuevo, así que vestida de guapa entre ciento de niños y niñas esperábamos con las manos en alto, agitando las palmas y aplaudiendo. Yo abría y cerraba los ojos asombrada al ver al Señor con su carita tan sonriente. No parecía el dueño del mundo. Esa mañana el Sol siempre nos acompañaba y los bombos y platillos sonaban a alegría. ¡Cómo me gustaba escuchar las cornetas y los redobles de tambores!  Desfilar al lado de la banda de música y contemplar a aquellos primeros turistas, espectadores asombrados, haciendo fotografías. 
Después mi padre me subía en los cochitos del Parque de San Telmo, en los caballitos que subían y bajaban, en la ambulancia o en la caldera que daba vueltas y vueltas. 
Y al llegar a mi casa, mi madre nos sorprendía con algún postre. En esos días preparaba sus torrijas y la casa olía a canela y a limón.
Todos los días de la semana había una procesión y de las iglesias salían filas de devotos. No recuerdo bien las imágenes que sacaban el lunes pero sí que era el día de los seminaristas. ¡Qué serios avanzaban en procesión detrás de los tronos! Aunque el día más conmovedor era el día que trasladaban a la Virgen para que viera a su Hijo, era el día del Santo Encuentro, que coincidía con el miércoles. Algunas mujeres lloraban.
Así  las imágenes recorrían casi a diario el casco histórico, menos el jueves que visitábamos las iglesias, Los Monumentos. Me llamaba la atención la fuerza de aquellos santuarios, las velas que ardían erguidas en la penumbra como custodiando las imágenes de los santos que estaban cubiertos con telas de color malva. Y en un altar, bajo una luz tenue se explayaban enormes cestas de rosas, azucenas, claveles, gladiolos…, entre una platería reluciente y bellos jarrones repletos de flores y más flores.
Entonces nos arrodillábamos y musitábamos oraciones.
A partir del lunes santo se escuchaban lamentaciones y cantos de sufrimiento. El tiempo cada día se empeoraba más y más, como una señal de dolor. Incluso algunas veces llovía y en las casas se hacía un silencio. No se podía cantar, ni manifestar alegrías, las ropas se oscurecían. Se hacían Via Crucis y se cantaban Misereres. Las calles olían a incienso y  las radios sólo emitían música sacra, marchas fúnebres y las Siete Palabras que duraban una eternidad.
Después  silencios, muchos silencios. Yo cerraba los ojos y sólo veía lanzas, coronas de espinas, cruces y clavos. Sentía miedo. Menos mal que Dios es compasivo y hacía que llegara el sábado. Entonces se escuchaban las campanas. Resucitaba el tiempo.     
Hoy se habla de la huelga por la reforma laboral, de la crisis económica, de las vacaciones de primavera, de que las zonas de acampadas están repletas, que se han cubierto las plazas hoteleras, que el lleno se repite en las zonas costeras. Se habla del arranque de la Semana Santa, de los muertos de la operación de tráfico, de que la gasolina sube en esos días. De actividades y cursillos para que los niños no se aburran en su tiempo libre. 
Y algunos siguen creyendo que el paraíso terrenal está en estas manifestaciones, en la fuerza que emanan, en el rito al dolor. Otros piensan que los niños actuales desconocen esas historias, desconocen la Biblia, los personajes y los misterios.
Niños que cuando ven la procesión de la burrita se preguntan ¿Quién es éste?

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8 comentarios:

  1. Fantástica rememoración de la niñez, el espacio mágico de la vida. Aquellas procesiones con las bandas de música, las cornetas y tambores, el olor a incienso, el aroma de las azucenas y las flores de azahar... Bendita primavera remota de la infancia, el espacio mágico e inolvidable de la vida. Bien por esta escritora que cada día está mejor.

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  2. Mi querido Luis:

    Ya sabes que la evocación de la infancia es el único patrimonio que nos queda.

    Un beso grande.

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  3. Excelente Rosario. No sólo evocación de la infancia, haces que esa infancia desfile en esas letras. Traer ese territorio a la escritura, es lo que veo cuando te leo.
    A mí el recuerdo de la Semana Santa me trae más bien tristeza, aunque visto por el lado positivo esa tristeza me hace ser más optimista.
    Un abrazo grande.
    Antonio.

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  4. Todo lo que cuentas es muy ilustrativo y tal vez con un poquito de nostalgia, pero echo en falta algo que también se acostumbraba, visitar 7 iglesias la noche del Jueves Santos, costumbre muy extendida que supongo se te habrá pasado por alto, pero ello no nos puede llevar a que cualquier tiempo pasado fue mejor.En cuanto a tu observación del niño en la procesión de la burrita, no me extraña, dado lo que se comenta que no se si será chiste o realidad, me refiero al cura que le preguntó al niño si quería ser cristiano y el niño le contestó que no, que quería ser Messi.

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  5. Muchas gracias por su comentario Sr. o Sra. Jute

    Ahora bien No me olvidé de la tarde- noche del Jueves Santo...
    Comienzo la frase así: Así las imágenes recorrían casi a diario el casco histórico, menos el jueves que visitábamos las iglesias, Los Monumentos...

    Su comentario del cura no lo conocía pero me parece muy divertido.

    Un saludo cariñoso.

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  6. Al estar obcecado con el número 7 de las siete iglesias, no me percaté la parte que indicas, pero no importa, siempre es buen momento para conectar contigo. Disculpa por el nombre abreviado que es el uso para comentar noticias en los periódicos digitales, soy Juan Tejera el amigo de Carlos Campos. Hoy he comprado el libro de La Peña de la Vieja, que me interesó dado que he trabajado algo más de 40 años en la C/ Juan Rejón, muy próximo a Las Canteras y todo lo de esa zona despierta mi curiosidad. En cuanto al libro, ya llevo dos capítulos, el primero sobre la afición de tu abuelo por el cine que comparto y que intentó transmitirte y el 2º, que me ha dejado intrigado por averiguar si al fin fue Oscar el amor de tu vida. Espero no perder el contacto, Con un afectuoso saludo, Juan.

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  7. De nuevo gracias Juan Tejera por este comentario tan simpático. Por el interés por mi libro "La Peña de la vieja y otros relatos"...
    Sobre Oscar espero y deseo que tu mismo lo descubras leyendo otros libros míos...
    Un beso grande, grande.

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  8. Gran artículo, Rosario. Soy agnóstico, pero no insensible a la belleza que transmites a través de tus obras. Aunque suene raro, luego de leer algunas de tus creaciones se me ocurrió el relato breve que recién publiqué en concursotec. y colorín colorado..., porque tu exquisita sensibilidad femenina me inspiró. Dejo a tu iniciativa comentar dicho relato breve y los artículos que tengo en http://lobigus.blogspot.com/ y http://raguniano.blogspot.com/ pues cada uno busca apoyar la posibilidad de un mundo mejor para todos, y veo que esa también es tu línea, desde que eras niña espectadora hasta ahora, hecha mujer creadora. Un abrazo desde Venezuela.

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