viernes, 1 de julio de 2022

EL DIA QUE VIAJE A LAKE DISTRICT

  Por Pedro J. Valcárcel

 “Nada hay más molesto para el hombre que seguir el camino que le conduce a sí mismo”, decía Hermann Hesse en su novela, Demian. Sucede en muchas ocasiones, sobre todo cuando las heridas de la vida enfrentan la corrección con tu proyecto vital, mientras, el horizonte que marca el crepúsculo de los años venideros -ese incierto futuro a expensas de los designios del destino-, inclina la balanza, reafirmando los principios y acelerando las decisiones. De modo que con el único soporte de la ilusión, rescaté, una vez más, el impulso vivencial de la adolescencia, esa etapa en la que vivíamos felices ajenos a los posibles peligros que podían acecharnos, y sin más preámbulos, mes y medio más tarde, me reencontré con uno de mis sueños, paseando por Windermere, pequeño y pintoresco pueblo inglés, ubicado en la región de los lagos, distanciado de Manchester a 135 kilómetros, al noroeste de Inglaterra, tras cuatro horas de avión y casi dos horas y media de tren.

 A pesar de que en Junio los días se hacen más largos, allí los atardeceres, bajo un cielo generalmente cubierto de nubes, se tornan oscuros, los escasos clientes de las terrazas ubicadas en High St iniciaron el regreso a casa, a sus hoteles, o a las guest houses, abundantes en la zona, la calle desierta, mientras algo más abajo se podía divisar a la gente saliendo del supermercado, Sainsbury´s. Tocaba reponer fuerzas y descansar; la mañana siguiente abordábamos un tour que nos llevaría a lo largo de diez de los lagos más representativos en Lake District.



Tras el desayuno de rigor, me dispuse a dar una vuelta por el entorno, para aliviar la espera. El microbús nos recogería a escasos metros del hotel. Amaneció con tiempo desapacible, nuboso y con una ligera llovizna. Encaminé mis pasos hacia Mountain Goat, la agencia organizadora de los tours; tras una breve charla con una compañera de viaje procedente de Birmingham, el guía llegó con puntualidad británica, hizo una comprobación del número de viajeros, explicó los pormenores del día junto con algunas instrucciones útiles, y emprendimos la marcha. La carretera serpenteaba en medio de su estrechez, en franca armonía con el verdor del monte, como señalaba desde lo alto del castillo donde permanecía cautiva, Ana, la joven esposa de Barba Azúl, siguiendo el relato de Perrault, mientras el paisaje, sugería un regalo para los ojos. El guía apuraba su comentario acerca de las batallas que se libraron en la zona, en la época del emperador Hadrian, salpicado con algunas anécdotas trágicas relacionadas con los lagos, como el fatal accidente sufrido por un   intrépido navegante a los mandos de su lancha motora, tras haber batido el record de velocidad, y el infortunado accidente de dos jóvenes, en las heladas aguas de otro de los lagos. Historias reconvertidas en leyendas, que ayudan a entender la idiosincrasia de los habitantes de un área que en un tiempo no tan remoto fue industrial, y que actualmente vive del turismo.

Detrás, fuimos dejando a través de nuestra ruta, Windermere, Grassmere, Ambleside, con el intervalo de algunas paradas para tomarnos un café, disfrutar de un scone con mantequilla, u obtener algunas fotos con nuestro móvil. Entretanto, el sol nos obsequió una jornada tan agradable como, a decir del guía, inusual. Nos detuvimos en una mina donde se extraía la piedra que constituía el sustrato de los valles y montañas teñidas de verde, en simbiosis con la orilla del agua. El almuerzo en Keswick, celebrando su mercadillo semanal, marcó la penúltima parada. Poco después, abordamos el monumento neolítico de Castleringg Stone Circle, para finalmente desde allí, iniciar el regreso hasta Windermere.

Con la proximidad de la noche, el pueblo que durante la jornada previa pareció adormecido, recobró su viveza, las sillas y mesas de las terrazas, de pronto aparecieron ocupadas de gente joven y menos joven, la vida cobró vigor bajo un cielo plomizo, indiferente para los contertulios, un take away de un restaurante chino próximo a mí alojamiento, facilitó la cena.

Al día siguiente nos acercamos a la estación de trenes, en las afueras del pueblo. En su interior se hacía visible un letrero anunciando huelga, con los consiguientes cambios de horario. Si bien no supuso mayor contratiempo salvo una hora de retraso y dos cambios de trenes a lo largo del trayecto, antes de llegar a nuestra estación de Oxford Road en Manchester.

Manchester represent


ó el inicio de la Revolución Industrial. Fue la primera ciudad industrializada del mundo. De allí partió el primer tren que poco después portaría el algodón procedente de Liverpool. Y un siglo después, colmó sus fábricas de emigrantes italianos e irlandeses. No es pues extraño, que el símbolo que representa a la ciudad sea una abeja obrera, visible en Saint Peters Square, frente a la John Rylands Library. Desde allí se divisa uno de los edificios más emblemáticos de la ciudad, el Ayuntamiento, cuya planta baja alberga un hotel de lujo; siguiendo el camino hacia abajo, la ciudad universitaria, en la lejanía más próxima, la estela de enormes y modernos edificios, y si caminamos en el sentido opuesto, alcanzaremos Piccadilly Gardens, centro neurálgico de la ciudad. No es el epítome de una urbe hermosa y monumental, si exceptuamos algunos monumentos, como en el que se nos aparece Albert Fleming, nacido en esa ciudad.

Frente a Piccadilly Gardens, justo en la esquina con Oldham St, resuenan con fuerza unos buffles ubicados en el suelo a la entrada de una pequeña tienda, en la que se podían adquirir discos de vinilo y Cds, second hand, usados. De pronto me detuve, como si la vida parara por unos instantes atento a la escucha de la Balada de John & Yoko, en las voces de John Lennon y de Paul Mc Cartney, desoyendo la sentencia de John, según la cual “la vida es lo que sucede mientras estás planeando otros asuntos”. La zona comercial nos depara una ciudad vibrante que late bulliciosa, un melting pot entre un ir y venir de gente de todas las nacionalidades, una ciudad en libertad, en la que no es inusual el anuncio ruidoso a través de unos altavoces, de la representación de la piedad, ejemplificada en Jesucristo, mientras a escasos metros, una señora ataviada con su chador, implora a Alá, al cruzarse con una joven que descubre su abdomen debajo de un sugerente top. A escasos metros, un nuevo predicador, lee con la ayuda de un micrófono, su versión de la Biblia, y poco más allá un artista urbano con rastas en su cabellera, intenta hacer prevalecer su música por medio de su saxofón. Formas diferentes de entender la vida. Tampoco se adorna de grandes parques donde el césped brota de forma espontánea y los bancos de madera invitan al descanso y a la meditación, a la sombra de un árbol, con la mirada puesta en un estanque o en un pequeño lago. Tras bordear el Rockdale Canal, sorteando varios centros comerciales, dirigí mis pasos en la búsqueda de la catedral, otro de los edificios más emblemáticos de la ciudad, sin embargo, el azar quiso llevarme hasta Shambles Square, donde los cerveceros apuran sus pints en los pubs más representativos de la ciudad, el Sinclair y el Wellington. La plaza cubierta de mesas rectangulares con enormes tablones al unísono con algunas circulares, acogen a la multitud. Y como según el refrán, la curiosidad siempre anda en la búsqueda de la novedad, justo en la trasera de dicha plaza, contrastando con el bullicio previo, se nos aparece ubicada en el interior de un pequeño parquecito, la catedral de Manchester de estilo neogótico, en cuyo interior, con entrada gratuita, destacan sus vidrieras, el coro, la sillería y el enmaderado de su techo. Poco más arriba, Ancoats, barrio con ambiente alternativo, y mucho más abajo, Castefield, completan el recorrido.

 De regreso a Oxford Road, el ambiente en la terraza del Paramount, sugiere una media pinta de sidra, la tarde fenece y una repentina ráfaga de viento me azota todo el cuerpo. Dirijo la mirada hacia el infinito, de pronto la calle aparece semi desierta, sin coches en el horizonte más próximo ni viandantes a mi alrededor; allá a lo lejos, el destello de las luces de los semáforos, anuncian el final y el principio de un nuevo día. Como la vida misma.



 


2 comentarios:

  1. Sorprendente texto de Pedro, animoso y con ganas Describe los paisajes y las vivencias de su querido paisaje inglés Muy descriptivo El tiene muchos viajes que contar

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    1. Gracias Luis. Algunos otros viajes podrían comentarse. Entre UK y yo, siempre hay un viaje pendiente y una especial conexión. Un abrazo. Pedro V

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