miércoles, 14 de diciembre de 2022

RETAZOS DE ASTURIAS

Las manecillas del reloj no sobrepasan las diez de la mañana, unos tímidos rayos de Sol ayudan a diluir la humedad, al fondo de la plaza emerge la catedral del Salvador con una confluencia de estilos destacando el románico. Desde S. XII y aún hoy en la actualidad, hay un dicho popular para designar la llamada ruta francesa hacia Santiago de Compostela que reza así: “Quien va a Santiago sin pasar previamente por El Salvador visita a su lacayo pero no a su Señor”. En la parte opuesta destaca la escultura de una señora que luce tan segura como orgullosa de sí misma, se trata de Ana Ozores, la protagonista de Leopoldo Alas “Clarín” en su novela La Regenta. En Vetusta tal y como la definió el autor, la vida parece haberse detenido, apenas unos escasos viandantes transitan por los alrededores de la Plaza de la Catedral, también llamada de Alfonso II el Casto; nos encontramos en Oviedo, concretamente en su casco antiguo. Proseguimos a través de un entramado de calles y pequeñas placitas testigos de la historia más remota de la ciudad, algunos de cuyos vestigios amurallados desde la época medieval, aún permanecen.




Oviedo es una ciudad pulcra en la que no abundan las papeleras, señalando de esta manera el civismo de sus gentes. La ciudad está vertebrada por la calle Uría, su arteria principal; cuenta la historia que hace varios siglos, en dicha calle había un carballón, nombre con el que se designa en Oviedo al roble y a su vez señala el apelativo con el que son conocidos los naturales ovetenses, también llamados carballones. La calle Uría, mira hacia un lado al Parque de San Francisco, pulmón de la ciudad, y hacia el otro, al Teatro Campoamor, sede de los Premios Príncipe (ahora Princesa) de Asturias. La ciudad se extiende a modo de toboganes según si subes o bajas, representando un museo al aire libre con más de un centenar de esculturas, algunas tan destacadas como “La maternidad” de Botero. Unos cien metros más allá “Culis Monumentalibus”, realizada por escultor vasco Eduardo Úrculo, y también no muy alejada en una calle transversal de la zona comercial, la dedicada a Woody Allen, convertido en uno de los emblemas actuales de la ciudad; es igualmente muy popular la de Mafalda, sentada en un banco en el Parque de San Francisco, émula de la existente en el bonaerense barrio de San Telmo; allí, donde Mafalda divisaba más gente que personas. Asimismo, la ciudad nos muestra una arquitectura señorial, con algunos balcones cerrados muy frecuentes en Castilla León.

La calle Gascona es la más animada de la ciudad; proliferan los restaurantes sidrerías con terrazas para degustar los platos típicos de la tierra, muestra de las raíces culturales de la ciudad y de la región; entre ellos destacan las fabes, el cachopo y el pote. Platos muy calóricos generosamente servidos a precios razonables, a menudo acompañado con la sidrina de garrafón escanciada, bebida gaseosa de manzana pero menos dulce que la comercial embotellada.




El “menú del desarme”, compuesto de garbanzos con bacalao, espinacas, callos y de postre arroz con leche, muy usual en los restaurantes ovetenses, lleva consigo una leyenda sobre la que circulan varias versiones. Tiene como trasfondo la Guerra Civil disputada en Oviedo en el año 1833 entre los partidarios isabelinos o liberales y los carlistas, seguidores de una parte de la hija del fallecido Fernando VII y de la otra, los del hermano del rey. La más nombrada es aquella según la cual, el ejército liberal invitó al carlista a la copiosa comida que más arriba se detalla. Fue tal el marasmo que le entró a la tropa carlista, que quedaron dormidos, hecho aprovechado por los isabelinos (mayoría entre el pueblo ovetense) para desarmarlos. Existe asimismo una representación anual, con soldados vestidos de la época, cañones, munición y pueblo llano, en la que se representa dicha batalla.

El trayecto desde Oviedo hasta la costa occidental agrada a la vista. El recorrido transcurre entre prados donde pastan apaciblemente las vacas -allí es muy común la modalidad “carreña”- con la sempiterna Cordillera Cantábrica al fondo en medio de hórreos y paneras, lugar donde los campesinos guardaban desde antaño los víveres, especialmente en los meses más crudos del invierno, construidos a su vez salvaguardando una cierta elevación sobre el terreno para evitar el agua y la humedad, siendo a su vez una constante del paisaje asturiano.



Todo el litoral de la costa cantábrica suele ser alto y abrupto con amplia tradición marinera, salpicado a su vez de no pocas desgracias y sucesivos naufragios consecuencia de la debilidad de las embarcaciones, del mar bravío como de los vientos que la azotan. Así lo señalan algunos grabados que podemos encontrar en Luarca, la llamada Villa Blanca de la Costa Verde. Al asomarnos desde lo alto, se dibujan una considerable cantidad de casas blancas colgadas del risco frente al puerto pesquero, barruntando una vida dedicada en exclusividad al mar. Al otro lado del risco en la parte superior, está enclavado el cementerio donde descansa Severo Ochoa, Nobel de Medicina. Poco más arriba, accedimos a una pequeña capilla en la que los luarquenses veneran a su patrona, La Virgen del Rosario frente al Cabo de Bustos.


Cudillero presenta las mismas características, con la particularidad del colorido de sus casas que penden del risco. En su parte inferior colindando con el mar, restaurantes para bolsillos saludables ofrecen pescado y marisco fresco.

Cadavedo o Cadaveu, cercano a Luarca es un caserío hermoso. Situado a una cierta altitud sobre el nivel del mar, apetece el paseo entre hórreos, casas, huertas y una pequeña capilla protegida con celo por los lugareños, en la que nos encontraremos a su Virgen de Riégala decorada con un abundante apoyo floral. Mas abajo la playa, completa el entorno en contraste con el enorme prado en las alturas dando como resultado un enclave de enorme belleza natural.

De Avilés, tercera ciudad en importancia en Asturias tras Oviedo y Gijón, merece especial atención su centro histórico con su Plaza de España y la no menos hermosa iglesia románica de San Antonio de Padua.

Gijón, lugar de nacimiento de Jovellanos, ciudad volcada al mar, ostenta el mayor núcleo poblacional de Asturias; ofrece especial interés su playa de San Lorenzo, la estatua que distingue a Pelayo, considerado el primer rey de Asturias, disfrutar del paseo por su avenida, llamada por los gijoneses, El Muro, el enorme parque de Isabel La Católica y el casco pesquero antiguo que se yergue hacia arriba con sabor marinero, son algunos de sus principales atractivos.

La gente norteña, en la que destaca su nobleza y su laboriosidad así como su corrección, suele ser breve, no abunda en el discurso. En Asturias existe además la peculiaridad de la no existencia de un término medio, todo es o grande o pequeño, y con el recurso probablemente originario del bable y ese tono cantarín que se torna cariñoso al oído, acompañado por sufijos como “ico” “uca”, “iño” “uña”…, con el que suelen adornar muchas de sus palabras, elaboran su discurso y a su vez, les hace más cercanos. Tierra hermosa y diferente que merece visitarla. Y vivenciarla.

                                                                            Pedro J. Valcárcel.


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