viernes, 7 de abril de 2017

DE NUEVO, SEMANA SANTA


 Cuando Jesús entró en Jerusalén, toda la ciudad se alborotó y preguntaban: ¿Quién es éste? Y la muchedumbre respondía: Este es el profeta Jesús, de Nazaret de Galilea.

   
         A medida que el tiempo pasa, me doy cuenta de que el mundo ha cambiado totalmente y que por supuesto han cambiado nuestras vidas, nuestras formas de enfrentarnos a cualquier acontecimiento.
        Por eso al llegar la Semana Santa me entra añoranza y me acuerdo de aquellos ejercicios espirituales, de la lectura de los libros ejemplares, de películas sobre la Biblia, Benhur o Los Diez Mandamientos… Era el símbolo del amor y los reencuentros, de las familias. Eran tiempos de ver a nuestros abuelos asomados a las ventanas para contemplar las procesiones, la gloria de las imágenes, las señoras ataviadas con mantillas negras y con nuestras mantillas blancas. Y la saeta que alguien lanza desde un balcón
Quién me presta una escalera /para subir al madero, / para quitarle los clavos
a Jesús el Nazareno?



El mundo parecía que se paraba, los sentimientos se manifestaban en las calles. Eran tiempos memorables para lo religioso, las imágenes, los imagineros como nuestro José Lujan Pérez, un grancanario que culminó la fachada neoclásica de la catedral de Las Palmas.
        A mí la Procesión que más me gustaba era la del domingo de Ramos, la del Paso de la Burrita. Al llegar ese día, por fin estrenaba mi vestido nuevo, así que vestida de guapa, entre ciento de niños y niñas, esperaba con las manos en alto agitando las palmas y aplaudiendo. Yo abría y cerraba los ojos asombrada al ver al Señor con su carita tan sonriente. No parecía el dueño del mundo.
       Esa mañana el Sol siempre nos acompañaba y los bombos y platillos sonaban a alegría. ¡Cómo me gustaba escuchar los sonidos de cornetas y redobles de tambores!  Desfilar al lado de la banda de música y contemplar a aquellos primeros turistas, espectadores asombrados, haciendo fotografías. 
        Después mi padre me subía en los cochitos que instalaban en el Parque de San Telmo: en los caballitos que subían y bajaban, en la ambulancia o en la caldera que daba vueltas y vueltas. 
        Y al llegar a mi casa, mi madre nos sorprendía con algún postre. Esa semana preparaba sus torrijas y la casa olía a canela y a limón.
       Todos los días de la semana había una procesión y de las iglesias salían filas de devotos. No recuerdo bien las imágenes que sacaban el lunes pero sí que era el día de los seminaristas. ¡Qué serios avanzaban en procesión detrás de los tronos! Envueltos en sus capas rojas. Aunque el día más conmovedor era el día que trasladaban a la Virgen para que viera a su Hijo, llagado, subido en una peana. Era el día del Santo Encuentro y coincidía con el miércoles. Algunas mujeres lloraban.
      Así las imágenes recorrían casi a diario el casco histórico, menos el jueves que visitábamos las iglesias, los Monumentos. Me llamaba la atención la fuerza de aquellos santuarios, las velas que ardían erguidas en la penumbra como custodiando las imágenes de los santos que estaban cubiertos con telas de color malva. Y en un altar, bajo una luz tenue, se explayaban enormes cestas de rosas, azucenas, claveles, gladiolos…, entre una platería reluciente y bellos jarrones repletos de flores y más flores.
      Entonces nos arrodillábamos y musitábamos oraciones.
      En esos días se escuchaban lamentaciones y cantos de sufrimiento y el tiempo cada día se empeoraba más y más, como una señal de dolor. Incluso algunas veces llovía y en las casas se hacía un silencio. No se podía cantar, ni manifestar alegrías, las ropas se oscurecían. Se hacían Vía Crucis y se cantaban Misereres. Las calles olían a incienso y las radios sólo emitían música sacra, marchas fúnebres y las Siete Palabras que duraban una eternidad.
        Después  silencios, muchos silencios. Yo cerraba los ojos y sólo veía curas ataviados con sus sotanas negras, lanzas, coronas de espinas, cruces y clavos. Sentía miedo. Menos mal que Dios es compasivo y hacía que llegara el sábado. Entonces se escuchaban el repicar de las campanas. Resucitaba el tiempo.     
        Hoy se habla de las vacaciones de primavera, de que las zonas de acampadas están repletas, que se han cubierto las plazas hoteleras, que el lleno se repite en las zonas costeras. Se habla del arranque de la Semana Santa, de los muertos de la operación de tráfico, de que la gasolina sube en esos días. De actividades y cursillos para que los niños no se aburran en su tiempo libre. 
      Y algunos siguen creyendo que el paraíso terrenal está en estas manifestaciones, en la fuerza que emanan, en el rito al sufrimiento, otros piensan que los niños actuales desconocen esas historias, desconocen la Biblia, los personajes y los misterios.
     Niños que cuando ven la procesión de La Burrita se preguntan ¿Quién es éste?

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