El pasado día 4 de abril presentamos en la Biblioteca Pública del Estado el último poemario de Lucía Rosa González.
Conocí a Lucía Rosa hace veinte años en la isla de La Palma. Creo que fue el día en que Luis León Barreto presentaba a la escritora palmera Ana Samblás, tristemente fallecida en el 2003. De lo que si me acuerdo bien es de los primeros encuentros en casa de Lucia y Miguel Ángel en Todoque, del olor a tomillo y a laurel, a flores, a campo. Recuerdo aquellos atardeceres alrededor de aperitivos con aceitunas, almendras, el bizcochón. Más tarde llegaron los asaderos. Y aún hoy evoco nuestras conversaciones literarias, eróticas y poéticas.
…¡Que no lo veíamos! ¡Lo juro! En la azotea, a oscuras, y como si
no existiera. Cerrábamos los ojos para abrirlos de refilón; y cero volcán. ¿Y
eso? ¿Bate el récord de terremotos y súbitamente calla? Ahorra la energía para
ralentizarse y durarse, se le ve el plumero, es una trampa. Nos desconcertamos
ante este parón de un modo masoquista, como si quisiéramos acrecentar la
tortura…
Pero hoy quiero presentarles, Vibración
de los nombres, el último poemario de Lucía Rosa, un libro escrito con ese dominio de los tiempos, con esa voluntad
indagadora en lo telúrico, enraizada a la tierra, a la lluvia, al viento, a las
tuneras, a las retamas heridas.
… Duele que se desangren estas
ramas/ Mira la parra madre, / ¿podrías enderezarla?, su raíz sobresale como un
puente/ bajo el techo del túnel.
Es una poesía de la experiencia, de emociones, de los recuerdos de
su madre, del paisaje.
Mi madre ha regresado con la lluvia. / ¿La rociarán de esperma/las
nubes agredidas/para verla nacer como otra madre/ de nuevo entre las dalias?/…
En Vibración de los nombres vemos una poesía de indagación,
de preguntas con imágenes literarias, en los sonidos de la naturaleza, los
frutos, la melancolía, en la búsqueda de la verdad, del gran acontecimiento que
vivimos día a día, en la que los seres humanos, casi perdidos, buscamos la luz,
la memoria, los latidos que nos muestra la inmortalidad de lo efímero, la
permanencia del presente, la duración del pasado.
Y en esa indagación, búsqueda y planteamiento vital con la palabra
exacta, se cobijan el ritmo y la musicalidad de poemas como: La música invisible. El concierto de góspel,
La cripta de la novia. Nos conmueve en La palabra que parpadea en La tormenta que nos une, La mirada de la
plaza o en las fisuras del Espejismo. Nos conmueve porque sabe desentrañar
la naturaleza misma del lenguaje, los recovecos de la voz que clama por debajo
del sonido.
En Vibración de los nombres nos encontramos con una poesía
que es a la vez aluvión y remanso, vuelo y camino hacia las profundidades de la
palabra que se hace murmullo o silencio.
El sol es un murmullo en los naranjos/ Descorren el telón sobre la huerta/ Y una
mujer que danza se desnuda; / por el roce punzante de la niebla/ siente que las
estrellas no vendrán/ No aplaudan
todavía/ Lo que florece en
torno a los naranjos no es azahar: un
hongo venenoso/ que se cuela en la tierra/ en la piel de la huerta/. Se ha rasgado tu capa entre las ramas, / ¿y
ahora cómo vas a guarecerte/ de la sed del levante que te sopla o la niebla,
sin alma, engullidora? …
La lectura de Vibración de los nombres, es una lectura que ejerce de invitación a
la conciencia, ya que todas las palabras son tan vivas y elegidas, que el
lector se deja llevar por el ritmo trascendental y pausado que le entrega sus
sentidos, quizás, porque supone una epifanía, supone el encuentro definitivo
con la poesía, con el lenguaje.
Gracias, Lucía Rosa González.
Impecable. Felicidades.
Blog-rosariovalcarcel.blogspot.com
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