Antonio Arroyo es un poeta, filólogo, premio de Poesía Juan Ramón Jiménez. Su obra goza de especial reconocimiento en Canarias y fuera de las islas. Pero Antonio también es amigo nuestro y, en estos días, nos ha regalado su nuevo libro Memoria del roce, al mismo tiempo que me ha comentado que en él vamos a encontrar un viaje poético a través de la memoria, el amor filial y los pequeños detalles que configuran nuestra existencia.
Efectivamente, aborda el poeta en este nuevo poemario, la infancia, el amor, la cotidianidad, de cómo era eso de morir, la orfandad, el chapoteo de los charquitos... Por sus páginas se cruzan algunos de los sentimientos más intensos que mueven la vida de sus seres queridos. La voz poética se instala en la ternura, en el amor por los pequeños detalles personales que forman un retrato y nos lleva a la admiración de una emoción con unos protagonistas únicos: padres, abuelos, hermanos y juntos transitamos por laberintos rurales y urbanos de su isla natal, La Palma.
Mamá espera impaciente mi llegada al final de la calle. / Abuelo espera en la memoria de mamá, / lo mismo que la abuelita. Yo mismo / espero esa memoria mientras llego / en ese instante final de la calle y mamá me regaña el retraso / y abuela le regaña a mamá / y abuelo dice déjalo estar.
Versificación libre con un ritmo de cadencia interior y una calidez que dialoga sin artificios con las figuras queridas. Hay en ella una apuesta por lo doméstico como lugar de resistencia: el patio, la pila, las flores, los animales de compañía -perros, gatos- se presentan como símbolos de una memoria entendida en el contexto del cuerpo y su interacción con el entorno que se ancla en la experiencia sensorial.
El cielo de la perra era el calor o abuelo fumaba un cigarrillo de mi hermana debajo de la cama, logran condensar la densidad de un mundo perdido y aún latente.
Nos invita a realizar una travesía emocional por la infancia, porque como decía Rilke, la verdadera patria del hombre es la infancia, y de este modo escuchamos en el poemario el eco colectivo de las desapariciones durante la Guerra Civil en la isla de La Palma, porque el poeta, pertenece a un tiempo y época determinada y no puede permanecer indiferente al momento que le tocó vivir. Así el poeta recorre instantáneas personales, situaciones en su casa, en el paisaje y, aunque en momentos no sabe en qué lugar se encuentra de la isla, su mente lo lleva a buscar a sus difuntos, lo lleva allá a Barlovento con aquel abuelo que vino en una foto desde Venezuela.
Nos manifiesta, también, Arroyo una voluntad de resistencia ante el olvido, aunque su objetivo no es escribir contra el tiempo del miedo y el silencio, sino narrar esa pérdida que habita, que interroga, evoca las desapariciones, atraviesa lo cotidiano mezclado con lo político.
Hoy he salido a buscar a mis muertos, sobre todo a muchos que no están bajo el ciprés del campamento. ¿Dónde yacen, dónde el vacío que dejan atrás la bruma?
Como vemos Antonio Arroyo Silva transforma lo íntimo en testimonio, lo doméstico en signo político y la ternura en resistencia. Logra construir una ética del recuerdo que invita tanto al individuo como a la isla de La Palma, hasta dejarnos la sensación de ser testigos privilegiados de este ejercicio de la memoria.
Recibe mis felicitaciones en mi abrazo apretado, amigo querido.
Rosario Valcárcel, escritora, poeta.
Blog-rosariovalcarcel.blogspot.com