sábado, 29 de octubre de 2016

De nuevo el Día de los difuntos, el Día de los muertos.


 flores, flores... para los muertos!
                         "Un tranvía llamado deseo"

El mes de Noviembre es el mes de la nostalgia, del misterio que nos roza, de los recuerdos.

Y cuando llegan épocas de crisis se revive la añoranza. Tiempos en que algunos corríamos por las verdes praderas con sueldos decentes y dinero para despilfarrar. Se revive la nostalgia de pasar las tardes-noches en casa viendo la televisión. Una televisión que nos parecía maravillosa con series como El fugitivo, Embrujada o Los ángeles de Charly. Y tardes de lluvias y de partidos de fútbol y hombres sentados delante del televisor siguiendo el partido al mismo tiempo que lo escuchaban a través de un transistor

Pero la programación estrella de la tele del mes de noviembre era El Tenorio de Zorrilla. "Estudio Uno" se constituyó en guardián de la cultura y emitía una serie casi siempre teatral donde afrontaba los misterios del corazón o un Tenorio que intentaba dar una explicación a esas preguntas que sobre la vida y la muerte nos hacemos los humanos con un Don Juan seductor y burlador de mujeres que asesinaba a hombres y deshonraba a los muertos. Un Don Juan que raptaba y seducía a una bellísima Doña Inés.

Y en el teatro como en el cine no puedo olvidar una secuencia inolvidable ¿Quién teme a Virginia Woolf?  El momento en que Edward Albee hace un homenaje a Tennessee Willians y entra Burton con un ramillete de flores secas repitiendo la famosa frase de "Un tranvía llamado deseo" ¡Flores, flores para los muertos! Y el grito desgarrador de Elizabeth Taylor porque su marido ha roto el pacto y ha asesinado al hijo ficticio.

Lo peor es que cuando llega el Día de los Difuntos y el de Todos los Santos me resulta triste pensar en nuestros seres queridos. Y no sé por qué vuelven a flotar esas palabras de la obra de T. Williams, la temperatura del aire desciende, se respira un intenso frío que va acompañado de recuerdos, de generosidad, de inteligencia, de amor. Por unos días nos contaminamos del efluvio de la muerte y dejamos atrás los egoísmos y los resentimientos. Y en silencio lloramos nuestras pérdidas.

El origen de la noche de Halloween, se remonta a la cultura céltica. Y era la noche en que los espíritus de los difuntos eran libres y vagaban por la Tierra. Creían que las almas benditas regresaban a la tierra, nos visitaban por unas horas. En una ocasión hubo entre esas almas un espíritu malévolo que iba por las casas pidiendo “truco o trato” y la leyenda asegura que lo mejor fue hacer un trato, es decir pactar con el espíritu, para librarse de las posibles maldiciones Y como protección surgió la idea de crear horrendas calabazas y encenderlas por dentro, no para darles luz como hacemos nosotros con nuestras velitas ardiendo, sino todo lo contrario son una velitas que tienen como fin espantarlos. Evitar encontrarse de nuevo con el espectro.

“Los antiguos griegos llevaban a sus muertos
pasteles, leche y vino. Nosotros seducidos
por una ilusión más refinada, sino más sabia,
les ofrecemos flores y libros”

Marcel Proust, Los placeres y los días

En la cultura anglicana y en la  luterana también cobraban vida los espíritus tanto que en algunas zonas la gente no dormía en sus camas esa noche para que los difuntos tuvieran un fugaz descanso.


En Méjico el día de los difuntos fue un culto anterior a la llegada de los españoles, ellos conservaban los cráneos como trofeos y los mostraban durante los rituales que simbolizaban la muerte y el renacimiento. 

Aún hoy mantienen la representación de la muerte, les hacen fiestas en los cementerios, elaboran altares en sus casas, e incluso les depositan sus alimentos preferidos. Celebran el Día de los Muertos Chiquitos, de los niños fallecidos, una Festividad que precede al Día de los Difuntos. Elaboran el pan de muertos que simboliza el ciclo de la vida y la muerte, y cocinan frijoles y arroz. Hoy completan la ofrenda colocando fotos de sus hijos disfrazados de calabazas o de brujitas.

En España y en Canarias en particular la familia se reunía y los mayores contaban a los pequeños de la casa los recuerdos de los que se habían ido. Todo alrededor de la mesa en donde siempre había algunos frutos secos, castañas, anís y con suerte vino de la cosecha familiar. Después acudían a los cementerios a limpiar las lápidas, enramar las tumbas y dedicar una oración de recuerdo y respeto a sus finado. Después el día 1 se celebraba el Rancho de Ánimas. Un grupo de personas recorrían las casas. Cantaban y tocaban el timple por los enfermos y por las ánimas de la familia.  

Hoy combinamos las costumbres tradicionales con otras más pintorescas llegadas del otro lado del Atlántico, así los cementerios se siguen visitando para enflorar y limpiar las tumbas de nuestros seres queridos que cobran vida. Les hablamos de acontecimientos presentes o pasados, de cosas que compartimos juntos. Pero con la muchedumbre los diálogos se entrecruzan y sin querer se crea malentendidos y miradas de extrañeza y de silencio y vagamos de un tema a otro.

En definitiva los que poseemos una ciega fe religiosa rezamos por los que se fueron pero no por el fin de su vida, sino por la continuación de un ciclo quizás porque eso nos da un efecto tranquilizador.

Pero cuando llegamos a una edad respetable entramos en una pesadilla y aturdidos rezamos más por nosotros, les pedimos a los que están más allá y a todos los dioses habidos y por haber para que nos ayuden con una muerte serena, en paz y con rapidez. Todo con la esperanza de que no nos trasladen a una mala residencia de ancianos o evitar ser durante un tiempo enfermos terminales, una pesada carga familiar.

En definitiva deseamos morir sin molestar a los demás.

Foto: Livia Amaya Samper  y foto entresacada de Internet.

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