Pedro J. Valcárcel.
La conformación poblacional de Hungría, desde su más remoto pasado, es el epítome que hoy sacude a Europa: la emigración. La leyenda atribuye a Turul ave mitológico, el guía que llevó a sus antiguos pobladores a través de las estepas rusas, allá por el siglo IX, un total de siete tribus, incluyendo a la etnia gitana, de la que ellos reniegan, bajo el mando de Arpad, hasta lo que hoy conocemos como Hungría. Si bien no podemos soslayar que este país, fue refugio para los judíos durante la pasada II Guerra Mundial. El barrio judío de Budapest y sus sinagogas, es buena muestra de ello. Un país que ha sufrido invasiones como la de los turcos otomanos en el S.XVI, prolongada -hasta que fueron finalmente expulsados-, durante siglo y medio. Fue durante la etapa en la que formó parte de Imperio austro húngaro, cuando consiguieron tener un Parlamento y Lengua propia. Más recientemente, la etapa de la dominación soviética. Quizá esto explique la política actual de su gobierno en materia de emigración, ante la ausencia de una política europea común al respecto.
Para adentrarnos en el conocimiento de la ciudad de Budapest, hay que considerar tres factores, la división de la ciudad entre Buda (la parte alta, donde se estableció el Palacio Real), reconvertido en una pinacoteca durante la estadía soviética después de la II Guerra Mundial, algo de lo que se lamenta actualmente, buena parte del pueblo húngaro, y la sede del palacio gubernamental; el Danubio, que vertebra ambas partes de la ciudad, la más alta de Buda, y la baja de Pest, donde se encuentra el Parlamento, en una ladera lindando con el río, auténtica joya arquitectónica neo gótica, visita de obligado cumplimiento. Interiormente es de una belleza imponente, y la Avenida Andrassy, un enorme boulevard, dicen allí, a imagen y semejanza de los Campos Elíseos parisinos, a través de la cual podemos contemplar un conglomerado de edificios decadentes predominando desde el Clasicismo hasta el Barroco, para culminar el paseo en el monumento arquitectónico que se alza en la Plaza de los Héroes. Destacan igualmente el Café New York, cuyo interior es deslumbrante, en concordancia con sus precios; el Palacio París, actualmente reconvertido en un famoso hotel emblema, la catedral de San Esteban, su Santo Patrón en honor al rey Esteban, de su etapa más remota. ¡Y cómo no! las termas, de la ocupación romana. Una ciudad que transita entre lo antiguo y lo moderno, siendo fiel ejemplo de ello, su Mercado Central, que más bien recuerda a los nuestros de los años 60, y a los viejos tranvías de la etapa soviética que conviven con los más modernos de fabricación alemana. Mientras, la vida callejera transcurre con tranquilidad, tan solo alterada por las sirenas de las ambulancias y coches de la policía, hasta bien avanzada la noche. Pareciera que forma parte de su idiosincrasia. Los pasos de peatones regulados por semáforos dan un guiño occidental al paisaje urbano ante la rapidez con la que se pasa del verde al rojo.
La visita a la parte alta de la ciudad, conocida como Buda, es accesible a través de algunos de sus puentes sobre el Danubio. El de Las Cadenas, el de Elizabeth, en recuerdo a su querida Sissi, tan repudiada en Austria y tan querida en Budapest, donde vivió por espacio de siete años, y el Puente Verde, el antiguo Franz Joseph, actualmente renombrado como Puente de La Libertad.
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