martes, 7 de noviembre de 2023

Mallorca, el paraíso del Mediterráneo español

Pedro J Valcárcel


Apetecía pasear por el centro de Palma. Abordamos el frente marítimo construido en los años sesenta, con el comienzo del boom turístico español, cuando el por aquel entonces ministro franquista, don Manuel Fraga, hizo célebre aquella sentencia según la cual, “España era diferente”, a través de una inmensa avenida junto a una hilera de palmeras con la vista puesta en la catedral de estilo neogótico, y aunque el día barruntaba algo de lluvia, finalmente disfrutamos del buen tiempo. Nos encaminamos hacia el centro histórico y comercial en medio de un enjambre de calles estrechas con sugerentes escaparates de tiendas, iglesias que formaron parte de la historia de la ciudad y el resquicio para el descanso de algunas plazoletas con terrazas para el aperitivo y negocios de restauración, rodeados de un mobiliario arquitectónico que transita desde Roma, Bizancio, vestigios árabes y el barroco, hasta el modernismo, junto a las tradicionales construcciones mallorquinas con la contraventana verde y la cortina blanca a modo de toldo de las casas señoriales. Todo ello, producto de las diversas invasiones a las que se vio sometida la isla, de parte de los romanos, bizantinos y musulmanes, en un enclave estratégico favorecedor para el comercio con los fenicios, hasta que finalmente, las tropas de Jaime I, cuya estatua emerge en la Plaza de España, conquistaron y cristianizaron la Isla.


La Serra Muntana (con dicción mallorquina), se extiende a lo largo del noroeste de la Isla hasta Pollença -y poco más allá, Alcudia, antigua capital de Mallorca, con su castillo como importante reclamo turístico y en dirección a la costa, su enorme cala limitando con la avenida, para turismo de masas-, previamente en ruta desde la autovía, donde el paisaje se torna verde y el valle se agranda, divisamos algunos pueblos como Inca, con sesgos antiguos teñidos de color arena, propios del Mediterráneo. La costa espera al abrigo de las calas más pequeñas y atractivas, siendo mayormente frecuentadas por turismo alemán con los primeros rayos de Sol de la mañana, en una conjunción de contrastes en los que destacan el color turqués de un mar en calma que reposa al abrigo de una costa alta y rocosa, y más hacia arriba, la arboleda que nos acompaña a través del sendero en descenso, hasta llegar al paraíso.

Valldemossa, que bien podría ser el epítome de cualquier pueblo cumbrero canario -con las lógicas diferencias- en semejanza a la altura sobre el nivel del mar y el fresco que corre por sus angostas y empedradas callejuelas, allí donde Chopin vivió su idilio con la periodista y escritora francesa George Sand, y donde también Rubén Darío dejó su huella, es probablemente, el pueblo con mayor atractivo de la isla. El pan de papa con un rocío por encima de azúcar glas, una empanada mallorquina o la ensaimada al gusto, son un buen reclamo para el descanso y disfrute del lugar, servido todo ello por la acostumbrada afabilidad isleña.

Calo des moro

Metidos en las tripas de la Isla, llegamos a Manacor, inmenso pueblo, donde apenas destaca la plaza principal y su catedral. A la salida y próxima a un descampado, se ubica la Academia de Tenis de Rafa Nadal, actualmente, quizá el único reclamo turístico del lugar, un enorme emporio para promocionar el tenis, formar tenistas hasta con alojamiento, disfrutar de su museo, de su tienda, spa, gimnasio, o de alguno de sus cuatros restaurantes, a precios convenidos según la categoría de la elección. Y en dirección sur este hacia la costa: Porto Cristo, pueblo y puerto deportivo con cala incluida. Invita al paseo y a disfrutar del buen ambiente que se respira. A los más chismosos, a retratarse tomando como fondo, el yate del tenista.

Si a todo ello lo acompañamos de la gastronomía autóctona, amplia, gustosa y variada, sugiere la visita.

Foto entresacada de las redes y foto enviada por Pedro Valcárcel

Blog-rosariovalcárcel.blogspot.com

 

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