Cuando el virrey subió a su coche con la virreina, para
dirigirse al baile en casa del marqués, el criado mulato se quedó escondido en
un rincón del patio, hasta que cesaron todos los ruidos del palacio. Sacó
entonces una inmensa llave, y abrió la puerta del salón central. Encendió una
antorcha y se situó ante el gran tapiz que adornaba el fondo del salón, y que representaba
una hermosa escena de bacantes y caballeros desnudos.
El mulato extendió las manos y acarició el cuerpo de una
Diana que se adelantaba sobre el tapiz. Murmuraba en voz baja, hasta que de
pronto gritó:
-¡Venid! ¡Danzad!
Los personajes tomaron movimiento y fueron descendiendo al
salón. Comenzó la música del sabbat, y la danza de los cuerpos en medio de las
antorchas. Ante el mulato, los personajes del tapiz iban cumpliendo el rito de
adoración al macho cabrío.
Diana permanecía a su lado, besándole de vez en cuando con
golosa codicia.
Después de consumidas las viandas del banquete, vino el
momento de la fornicación, hasta que sonó el canto del gallo y los personajes
se fueron metiendo uno tras otro en el tejido. Sólo quedaron, trenzados en el
suelo, Diana y el mulato, al cual encontraron a la mañana siguiente desnudo y
muerto en el suelo con unos desconocidos pámpanos manchados de sangre en la
mano. Diana no estaba en el tapiz.
Cuento y foto de Pedro Gómez Valderrama, (Colombia, 1923-1992) Fo
La Nave de los Locos y otros relatos, Madrid,
Alianza, 1984, págs. 127-128.
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