Por Pedro J. Valcárcel
Solemos denostar de los Imperios, entendiéndolos como entes en torno a los cuales se agrupan una serie de naciones, tal es el caso del Sacro Imperio Romano Germánico, al que perteneció en su última etapa, María Teresa, reina consorte de Francisco I, quien promovió cambios socio políticos y religiosos en el tramo final del período de los Habsburgo. Fue en el S.XIX con Elisabeth de Austria, popularmente conocida como Sissi emperatriz, casada con Francisco José, ya dentro del Imperio Austro Húngaro, cuando se construyeron la mayor parte de los palacios, palacetes y edificios de grandiosidad artística que tanto embellecen la ciudad.
Es la una de la tarde, la Kartner Strasse, calle comercial por excelencia, burbujea de gente en un ir y venir con la vista puesta en las boutiques, algunas de ellas lujosas, locales de restauración en donde a buen seguro no faltará el escalope vienes (Wiener Schnitzel), y las sempiternas pastelerías, hasta alcanzar la catedral de San Esteban, desde cuyo transepto se pueden divisar al fondo, unas vidrieras en las que predomina el color rojo, dando mayor luminosidad al altar. Afuera, contrastando con la ceremoniosidad del interior del templo, la gente, mayormente jóvenes, se agolpan en grandes mesas cuadrangulares, en torno a un mercadillo, mientras dan cuenta de las conocidas salchichas bratwurst; entretanto, otro animado grupo, disfruta de los sones procedentes de una orquesta que nos obsequia música folklórica del país. Nos encontramos en el centro histórico y neurálgico de Viena. Previamente, divisamos la Staatsoper, imponente edificio de estilo renacentista, en cuya fachada podemos divisar la figura del genio austriaco de la música, Mozart, quien vivió allí parte de su vida.
Ya no se trata de aquella ciudad cuasi dormida de los años ochenta, en la que apenas había niños en las calles, con algunos negocios regentados por judíos y en la que el silencio habitual solo se veía interrumpido por el devenir del tranvía.
Los distritos están divididos en círculos. El eje central se agrupa en torno a la Ring Strasse, avenida principal, vertebrada por una rambla con doble sentido de circulación. Desde ella se accede al barrio antiguo.
Arquitectónicamente, el centro de Viena transita desde el neogótico de su catedral hasta el barroco, con algunas reminiscencias clásicas y neoclásicas. Al otro lado del río tras el inicio del nuevo milenio, la ciudad adoptó un estilo arquitectónico moderno, incluyendo rascacielos, con edificios de oficinas y viviendas que en nada se asemejan al resto, coronadas por el llamado Puente del Milenio, tal y como sucedió en Londres.
Algo más alejado, el Prater, término latino que significa prado, refiere al parque más representativo de Viena; se reacondicionó con motivo de la Eurocopa del año 2008, habilitando asimismo una parada de metro en las proximidades, así como mejorando su mobiliario urbano y dotándolo de árboles en los alrededores del estadio de fútbol que se encuentra en su interior. Un vagón original de la noria antigua permanece como recuerdo y añoranza de la película “El tercer hombre”, con Orson Welles como actor estelar, interpretando el role de Harry Lane, contrabandista de penicilina en la Viena de la post guerra, quien tan solo aparece una vez en escena, mientras los ecos de la banda sonora resuenan en tu cabeza, haciéndose presente.
Casi un centenar de palacios conforman la foto de Viena. En cuanto a las dulcerías, las hay para todos los gustos y precios, aunque nunca faltan ni la Apfel Torte, ni el Apfel Strudel ni la Sacker de chocolate. De entre todas destaca, Demel, confitería pastelería y chocolatería, cuyo interior es de estilo barroco, data de finales del SXVIII; actualmente con terraza incluida y un atril que franquea la entrada, con un letrero en inglés y en alemán, en el que te sugieren que esperes para ser atendido/a, antes de acceder a su interior tras una generosa cola. Una vez dentro, no conviene detenerse mucho en la elección, solamente cerrar los ojos, dirigirlos al techo y luego manteniéndolos cerrados, hacia las vitrinas, y señalar uno de los deliciosos dulces, seguro que no te vas a equivocar.
Los austriacos y muy especialmente los vieneses, sienten veneración por la música culta. Existen innumerables salones de palacios, castillos, teatros, el Kursalon…, donde poder disfrutarla, alternado el clasicismo con la música de valses de la familia Strauss.
Si les gusta la música clásica, son golosos y admiran el arte arquitectónico, ya saben adónde ir.
Foto: Staatsoper de Viena y programa
Blog-rosariovalcárcel.blogspot.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario