jueves, 5 de junio de 2014

CLAUDIO MAGRIS EN LAS CANARIAS

Dice la escritora catalana Nuria Amat en su libro Viajar es muy difícil: “Las ciudades están hechas de personas. Las ciudades literarias están hechas de escritores. Qué mejor recuerdo del viajero para con el lector (viajero también él pero quieto) que el envío de una postal ofreciendo la imagen viva y coloreada de las mejores instantáneas de viaje. Qué mejor regalo para un lector que las vistas de distintos escritores moviéndose por la ciudad fantasma”. Esta columna intenta recuperar las postales que han dejado los escritores de lugares para ellos entrañable.
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El mar, en español, es masculino, como en italiano, pero la gente de la costa que lidia concreta, físicamente con él, lo llama la mar, en femenino. Acaso también gracias a ese artículo el mar resista al nihilismo, a la irrealidad que parece sustraernos lo tangible de las cosas, los objetos y la experiencia sensible, la continuidad de la vida y su transmisión. El carácter épico del mar es también y sobre todo terrible, naufragios y tempestades, pena y lejanía, pero nunca abstracto, ficticio. Tal vez por ello pueda ser símbolo, a pesar de tanta furia devastadora, de la armonía, haciendo que la angustiada fantasía contemporánea logre imaginar, incluso en una película como Abyss de Cameron, que de las profundas tinieblas del océano no surgen monstruos, sino criaturas buenas que vienen para salvarnos; “variopintas mariposas”, como las llama Giovanni Grazzini en su Cine ’89 cual si señalara que la gracia y la levedad, la armoniosa aparición del bien, se habían refugiado en el fondo del mar. […]
Famosas por sus playas, a menudo estropeadas por una especulación de las peores en la construcción, las Canarias revelan una extraordinaria belleza sobre todo en su paisaje variado como el de un continente —ora áspero, ora exuberante— en los colores, en las plantas, especialmente en el azul de la jaracanda y en el rojo del tulipero del Gabón, en los grandiosos cráteres volcánicos del Teide. En Gran Canaria, el Roque Bentaiga era venerado como santuario por los originarios habitantes de la isla; mirando esta maciza cumbre metafísica, se piensa en el monolito de 2001: una odisea en el espacio y se comprende la relación entre la divinidad y las montañas. En Icod, en Tenerife, hay un drago antiquísimo. El drago es el árbol por excelencia de las Canarias, un mítico símbolo de las islas, objeto y lugar de culto y veneración. El de Icod es viejísimo, según algunos pluricentenario y, según otros, milenario; se yergue, pero sobre todo se ensancha y se expande, corre el riesgo de caer por demasía de fuerza, por exceso de vitalidad, por haberse dilatado demasiado en el mundo. En su tronco y sus ramas se abren surcos como arrugas o facciones, afloran barbas venerandas y cejas frondosas, protuberancias de manos callosas y hendiduras de ojos demoníacos. Ese árbol es una pluralidad; es tantos árboles, es un monte incidido por tajados y ríos, es un rostro que se transforma en múltiples rostros, una maraña, es la mueca y la irónica sonrisa de la metamorfosis.
Frente a ese drago se siente la seducción de la vejez, rica en tiempo e historias sin final, dionisíaca en la proliferación de su disolverse; la edad de ese drago, y también la muerte que ésta anuncia, tienen una majestuosa grandeza, pero sobre todo una inquietante vitalidad erótica, una transformación y regeneración sin fin.
Fuente: Claudio Magris, El infinito viajar (traducción de Pilar García Colmenarejo), Anagrama, Barcelona, 2008.
Delia Juárez G.
Autora del libro Gajes del oficio. La pasión de escribir y coordinadora de las antologías colectivas Y sin embargo yo te amaba. 

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