flores,
flores... para los muertos!
"Un tranvía llamado deseo"
"Un tranvía llamado deseo"
El mes de Noviembre es el mes de la nostalgia, del
misterio que nos roza, de los recuerdos.
Y cuando llegan épocas de crisis se revive la añoranza.
Tiempos en que algunos corríamos por las verdes praderas, con sueldos decentes
y dinero para despilfarrar. Se revive la nostalgia de pasar las tardes-noches
en casa viendo la televisión. Una televisión que nos parecía maravillosa con series
como El fugitivo, Embrujada o Los ángeles de Charly. Y tardes de lluvias y de
partidos de fútbol y hombres sentados delante del televisor siguiendo el
partido al mismo tiempo que lo escuchaban a través de un transistor.
Pero la programación
estrella de la tele del mes de noviembre era El Tenorio de
Zorrilla. "Estudio Uno" se constituyó en guardián de la cultura
y emitía una serie casi siempre teatral donde afrontaba los misterios del
corazón o un Tenorio que intentaba dar una explicación a esas preguntas que
sobre la vida y la muerte nos hacemos los humanos con un Don Juan seductor y
burlador de mujeres que asesinaba a hombres y deshonraba a los muertos. Un Don
Juan que raptaba y seducía a una bellísima Doña Inés.
Y en el teatro como
en el cine no puedo olvidar una secuencia inolvidable ¿Quién teme a Virginia
Woolf? El momento en que Edward Albee hace un homenaje a Tenenesse
Willians y entra Burton con un ramillete de flores secas repitiendo la famosa
frase de "Un tranvía llamado deseo" ¡Flores, flores para los muertos!
Y el grito desgarrador de Elizabeth Taylor porque su marido ha roto el pacto y
ha asesinado al hijo ficticio.
Lo peor es que cuando
llega el día de los difuntos y el de todos los santos me resulta triste pensar
en nuestros seres queridos. Y no sé por qué vuelven a flotar esas palabras de
la obra de Williams, la temperatura del aire desciende, se respira un intenso
frío que va acompañado de recuerdos, de generosidad, de inteligencia, de amor.
Por unos días nos contaminamos del efluvio de la muerte y dejamos atrás los
egoísmos y los resentimientos. Y en silencio lloramos nuestras pérdidas.
El origen de la noche
de Halloween, se remonta a la cultura céltica. Y era la noche en que los
espíritus de los difuntos eran libres y vagaban por la Tierra. Creían que las
almas benditas regresaban a la tierra, nos visitaban por unas horas. En una
ocasión hubo entre esas almas un espíritu malévolo que iba por las casas
pidiendo “truco o trato” y la leyenda asegura que lo mejor fue hacer un trato,
es decir pactar con el espíritu, para librarse de las posibles maldiciones Y
como protección surgió la idea de crear horrendas calabazas y encenderlas por
dentro, no para darles luz como hacemos nosotros con nuestras velitas ardiendo,
sino todo lo contrario son una velitas que tienen como fin espantarlos. Evitar
encontrarse de nuevo con el espectro.
En la cultura
anglicana y en la luterana también cobraban vida los espíritus tanto que
en algunas zonas la gente no dormía en sus camas esa noche para que los
difuntos tuvieran un fugaz descanso.
En Méjico el día de
los difuntos fue un culto anterior a la llegada de los españoles, ellos
conservaban los cráneos como trofeos y los mostraban durante los rituales que
simbolizaban la muerte y el renacimiento. Aún hoy mantienen la representación
de la muerte, les hacen fiestas en los cementerios, elaboran altares en sus
casas, e incluso les depositan sus alimentos preferidos. Celebran el Día de los Muertos Chiquitos, de
los niños fallecidos, una Festividad que precede al Día de los Difuntos.
Elaboran el pan de muertos que simboliza el ciclo de la vida y la muerte, y
cocinan frijoles y arroz. Hoy completan la ofrenda colocando fotos de sus hijos
disfrazados de calabazas o de brujitas.
En España combinamos
las costumbres tradicionales con otras más pintorescas llegadas del otro lado
del Atlántico, así los cementerios se siguen visitando para enflorar y limpiar
las tumbas de nuestros seres queridos que cobran vida. Les hablamos de acontecimientos
presentes o pasados, de cosas que compartimos juntos. Pero con la muchedumbre
los diálogos se entrecruzan y sin querer se crea malentendidos y miradas de
extrañeza y de silencio y vagamos de un tema a otro.
En definitiva los que
poseemos una ciega fe religiosa rezamos por los que se fueron pero no por el
fin de su vida, sino por la continuación de un ciclo quizás porque eso nos da
un efecto tranquilizador.
Pero cuando llegamos
a una edad respetable entramos en una pesadilla y aturdidos rezamos más por
nosotros, les pedimos a los que están más allá y a todos los dioses habidos y
por haber para que nos ayuden con una muerte serena, en paz y con rapidez. Todo
con la esperanza de que no nos trasladen a una mala residencia de ancianos o
evitar ser durante un tiempo enfermos terminales, una pesada carga familiar.
En definitiva deseamos
morir sin molestar a los demás.
Foto cementerio Montjuic
facebook/rosariovalcarcel/escritora
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