Lo
primero que habría que decir, ante un libro tan peculiar como el que el lector
tiene ahora entre sus manos, es que no hay que dejarse llevar por lo que el
título —tan atrayente en su simplicidad— parecería indicarnos en primera
instancia. Poemas del Viejo, en
efecto, remite en seguida, aparentemente, a versos que se escriben en la etapa
final de una vida, y que pueden abordar temas muy heterogéneos. Versos de ese
tipo —quiero decir, versos correspondientes a esa fase última de la vida, y de
temática muy variada— los escribieron Lope de Vega y John Donne, Goethe y
Victor Hugo, Giuseppe Ungaretti y Jorge Guillén. A la etapa final de Lope, por
ejemplo, se le ha querido dar el nombre de «ciclo de senectute», por más que en él no todo fueran actitudes ascéticas
y meditatio mortis: también hubo
espacio y tiempo para el juego, la risa, la parodia. Si pensamos, por el
contrario, en Ungaretti y su libro de 1960 Il
taccuino del vecchio, lo que observamos es el conjunto de las obsesiones
que ya conocíamos en libros anteriores del poeta italiano, ahora bajo la
«mordedura» (l’addentare) del tiempo
y sus estragos. «Yo creo —escribió Ungaretti— que en la poesía de la vejez no
se da la frescura, la ilusión de la juventud, pero creo que se da una suma tal
de experiencia que se llega —y no siempre se llega— a encontrar la palabra
necesaria, se consigue la poesía más alta.» Pero los temas del taccuino, reconozcámoslo, seguían siendo
muy variados: la soledad, el dolor, el corazón que aún ama.
En los Poemas del Viejo de Eugen Dorcescu estamos ante una realidad o un
mundo bien diferente. Desde la pieza inicial, lo que en ellos se aborda y se
explora es la experiencia misma de la vejez, esa dramática realidad de un ser
que, de hecho, no vive, sino que se sobrevive a sí mismo, como se nos dice en
un momento dado. Claro está que aparecen aquí, de manera paralela, otros temas
(desde la corporalidad hasta la «niebla» de Thánatos), pero todos ellos giran
en torno al significado de la vejez, una vejez que llega al final de «la
aventura incomprensible de la existencia». De ahí el sostenido dramatismo de
estos versos, su profundidad que es, al mismo tiempo, angustia y voluntad de
conocimiento. Del viejo se habla aquí siempre en tercera persona («El viejo
conoce exactamente…», «el viejo observa», «el viejo se obstina…»), como si esa
distancia permitiera a la voz lírica objetivar la realidad de la que habla, el
mundo de ese ser «trágico y desgraciado» inscrito entre el aire y la ceniza.
Pero también hay aquí belleza, una «belleza desgarradora» del ser consciente de
su finitud y de la solidaridad y la armonía del cosmos. La existencia aguarda
su fin, y se entrega a él para que tenga lugar el flujo eterno del cosmos, para
que el ser pueda ascender «los peldaños eternamente jóvenes de la eternidad».
Cuando, en la primavera de 2009, leí por
vez primera —y por un feliz azar— la poesía del rumano Eugen Dorcescu (Timisoara,
1942), no pude menos que experimentar la sensación de estar ante un autor en el
que convergen algunas líneas esenciales de la lírica moderna. Una honda
exploración del sentido de la trascendencia —a veces inseparablemente unido a
las lecciones de la mística occidental— se da la mano, en esta poesía, con una
poderosa búsqueda metafísica («metafísica, no filosófica», insistía Juan Ramón
Jiménez) cuyo centro o eje es el ser frente a la eternidad. La gran tradición
de la poesía rumana, desde Mihai Eminescu hasta Tudor Arghezi —una tradición
que en España, o en lengua española, conocemos, por desgracia, de manera harto
insuficiente—, se ve asumida en cada verso de Dorcescu, acrisolada en cada una
de sus palabras, y enlaza con algunas de las grandes preocupaciones que, desde
Mallarmé hasta Luzi o Bonnefoy, determinan el lenguaje y el mundo de la más
viva poesía europea de la modernidad.
No será inútil llamar la atención sobre
Dorcescu como poeta europeo, por mucho que las condiciones sociales y
culturales de su país, durante demasiados años, lo hayan aislado en gran medida
en los límites de su lengua, y sólo en los últimos tiempos esta obra haya
empezado a ser conocida en el resto del continente. Porque lo importante es que
en la obra misma de Dorcescu están puestas algunas de las claves más hondas de
la modernidad poética, y de manera muy especial lo que Mario Luzi ha llamado
«la dialéctica entre la existencia y la esencia», esto es, el necesario
intercambio entre la experiencia vital misma y el fondo ontológico en el que
esa existencia se inscribe. Del equilibrio, de la solidaridad entre esos dos
planos, depende la palabra poética; una dialéctica, en efecto, «sin la cual
—añade Luzi— la poesía, al menos en nuestro sentido, no tendría lugar».
El lector no sólo asiste en estos Poemas del Viejo a esa dialéctica sino
que se sumerge en ella, la siente agitarse en la conciencia, entre ese
senequismo (aquí a veces muy estricto) que toda meditación sobre la finitud
implica necesariamente en nuestra tradición y un agudo sentimiento del drama,
no menos característico de una parte muy significativa de esa tradición, y no
sólo en su admirable fase barroca. Eugen Dorcescu nos sitúa ante ese drama con
palabras al mismo tiempo desnudas e inquietantes, unas palabras que no
renuncian —no pueden renunciar en modo alguno— al sentimiento del misterio,
como si éste fuera el sentimiento más constitutivamente humano, nuestra más
viva posesión sensible.
Poemas
del Viejo: palabras entregadas, sí, «a la liberación, al dolor, a la luz»,
según se lee en una de las piezas. Pero también, y ante todo, entregadas al
misterio, a ese espacio (y a ese tiempo) entre existencia y esencia que nos
constituye, y del que la palabra poética está llamada siempre a ser un bello,
irradiante, insustituible testimonio.
Tegueste, Tenerife, 15 de
noviembre de 2011
___________
* Prefacio del libro
Eugen Dorcescu, Poemas del Viejo –
Poemele Bătrânului, Traducción del rumano: Rosa Lentini şi Eugen Dorcescu,
Ediciones Igitur, Montblanc (Tarragona), Spania, 2012. Analecta Literaria –
Ecos de Babel, Argentina ,
6 mai 2013.
Fotos: Andrés Sánchez Robayna y Eugen Dorcescu
Fotos: Andrés Sánchez Robayna y Eugen Dorcescu
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