Por Eduardo Sanguinetti, filósofo y poeta
"Amarnos, aun cuando queden pocos días/ Amarnos porque estamos solos y nadie logrará rescatarnos/ No nos queda sino este recurso: amarnos/ No tendríamos que tomar en cuenta nada más/ Unos pocos metros cuadrados bastarían/ Y nos amaremos mientras se pueda..." Fragmento de mi poemario: "Balada de la vieja nueva ola para héroes solitarios" Ediciones de Arte Gaglianone, 1993.
Siempre he creído, que la renuncia al amor, se base o no en un pretexto de tipo ideológico, es uno de los grandes crímenes que, en el curso de su vida, pueda cometer un hombre dotado de todos sus elementos constitutivos, sensibilidad, instinto y sabiduría, cuidando de sí, en el espacio que nos ofrece la radicalidad del amor.
Si existe “algo” que parecía haber escapado hasta hace unos años a todo intento de reducción, haber resistido a los más grandes dictadores de tendencias y pesimistas, este “algo”, era el amor: único sentimiento que puede reconciliar a cualquier ser, temporalmente o no, con la idea de la vida y su sentido.
El discurso del amor pareciera, hoy, estar divorciado de la existencia de los pueblos, exiliado e instalado en un espacio de soledad extrema, en un Gulag metafórico. Un discurso despreciado a veces, ignorado por las nuevas generaciones abandonadas a relaciones sistemáticas de consumo extremo. El amor está asfixiado por la profusión de pornografía reinante.
“La sexualidad se desvanece en la sublimación, la represión se desvanece con mucha mayor seguridad en lo más sexual que el sexo: el porno. Las cosas se desvanecen en lo más visible que lo visible: la obscenidad”, decía el comunicador y filósofo francés Jean Baudrillard, con quien coincido. Sumo otros asesinos del amor: la publicidad a repetición hasta alcanzar el vértigo, donde los cuerpos, cuáles objetos de consumo, se nutren de obesidad y simulada obsesión de placer no consumado, liberado del afecto que transmiten los estados de deseo y la sensibilidad del instante, que requieren las prácticas del amor.
El excesivo consumo de las promociones mediáticas, en plan sistemático de degradación de seres, deviene en que hablar sobre el amor adquiera un carácter subversivo para quienes lo sentimos y cristalizamos como acto de vida.
Después de celebrar “orgón” básicamente a Wilhelm Reich y su cultura sexual, entre los años 60 y 80, se suceden las prácticas publicitadas por el sistema capitalista, adoptando sus fieles seguidores, cuanta tendencia se vende en oferta de shopping periférico, como las teorías de la resistencia sexual, electrizando los datos: tantrismo, zen, karezza, coitus reservatus… y demasiado atento al cuidado extremo del cuerpo en su forma, no en contenido, deviene “cosa” acompañada de síntomas de angustia, depresión y desambiguación del ser.
A la palabra amor, deseo humildemente restituir su sentido de vinculación total a un ser humano, fundada en el ineludible reconocimiento de la verdad, de ¡nuestra verdad! en un “alma y en un cuerpo”, que son el alma y el cuerpo de aquel ser al que amamos.
Al amor, que una inmensa mayoría de fanatizados, amargados impotentes, se han complacido en infligir todo tipo de generalizaciones: amor filial, amor divino, amor a la patria, etc., para ocultar su incapacidad de amar.
El hombre goza aún de un mínimo de libertad para creer en su libertad. Algunos hombres somos dueños de nosotros, aún. Tan solo de nosotros depende elevarnos más allá de la cotidianeidad y del pasajero sentimiento de “cosa archivada”.
Pues entonces, despreciando todas las prohibiciones, sirvámonos de la vengadora arma del sentimiento, contra la bestialidad de todos los sujetos-objetos… y amemos.
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