El mirlo canta en el monte,
el capirote en la higuera,
el gorrión en los trigales
y el canario donde quiera…
Isa canaria.
A Juan Elías
Hacíamos un crucero por el Caribe cuando amanecimos en el Puerto de Guamache, en isla Margarita.
Y enseguida algunos pasajeros se aglomeraron en la cubierta del barco, se organizaban para hacer una excursión a una playa que ahora no recuerdo su nombre, pero formaba parte de una de las recorridos recomendados. Y mientras descendíamos por las escalerillas escuchamos los primeros acordes. Un grupo folclórico bailaba y cantaba Alma llanera. ¡Cómo embellecieron nuestra llegada aireando unos trajes muy vistosos que representaban la bandera del país!
En seguida me di cuenta que detrás del cuerpo de baile estaba aparcada una guagua que llamaba la atención por lo original, por estar pintarrajada de color rosa. Tenía por nombre “La Rumbera”. El chófer puso el motor en marcha como para calentarlo y luego empezó a tocar la bocina con brío. Deseaba iniciar el viaje. Esperaba que el grupo se subiera lo más pronto posible. La guía impaciente también nos llamaba, tiraba de nosotros, finalmente nos subimos al autobús tatareando: Yo nací en una ribera del Arauca vibrador, soy hermano de la espuma… No sabíamos que durante el recorrido nos esperaba toda una aventura.
Cuando entré en la guagua me dio la impresión de haber retrocedido a la prehistoria. Era un carricoche muy viejo que no tenía ni puertas ni ventanas y los asientos que eran de madera estaban provistos de una especie de mesita para colocar vasos. Crujía por todas partes, pero estaba protegida por un gran retrato de Chávez con unas palabras a pie de foto: ¡Viva Chávez! Parecía un sultán de cuentos infantiles. Pronto descubrí que su rostro flotaba por la isla.
Rápidamente el vehículo se puso en marcha, la guía tomó la palabra y soltando una risita, nos dio la bienvenida:
-Mi nombre es Xiomara, un nombre que perteneció a una princesa venezolana. Hoy vamos a hacer una excursión al norte de la isla, a la playa de Parguitos y bla bla bla.
Lo de la risa era lógico, se burlaba de ella misma porque estaba muy lejos de tener aspecto de princesa. Siguió hablando y hablando, y nos contó que a la playa la llamaban así porque los ancianos de los pueblos cercanos empezaron a ver por allí chicos con cabello largo y zarcillos, que por su aspecto los llaman pargos que quiere decir homosexual. Pero antes a la playa la habían llamado Cariaquito por la abundancia de esa planta y también Playa Hippie. Ahora Parguito es conocida como una playa donde acude gente joven, deportistas, quienes aprovechan las grandes olas para la práctica del surf, y donde unas negritas te trenzan el pelo con hebras de colores, te venden conchas, ropas, collares y hasta te leen “ la buenaventura” Y añadió:
-¡Cuidadito con los vendedores de perlas falsas! Recuerden que la blanca es más barata que la rosa y la negra.
-De acuerdo, dijo alguien muy bajito. Después Xiomara muy decidida comenzó a desfilar por el pasillo y a entregarnos unos vasos de latón llenos de guarapita: ron con maracuyá y mandarina, lo complementaba con hielo picado que sacaba de una nevera portátil. También nos entregó unas maracas artesanales: botellas pequeñas de coca cola llenas de chapas.
El programa incluía el recorrido hasta la playa y la bebida durante el día. Desde la ventana observaba los barrios populares, grupos de hombres sentados enfrente de sus casas jugando al dominó y bebiendo cerveza. Los árboles achaparrados quizás debido a la pobreza de su suelo, el mar, las playas tranquilas, los pelícanos que muy amistosos rodeaban a los pescadores buscando qué comer. Pero lo más sorprendente fue cuando la guía encendió un radio cassete portátil, y sonaron canciones de los años setenta, a toda potencia. Estallaron palmas, cantamos y tocamos las maracas. Todo era ritmo y alegría.
Y de pronto Xiomara empezó a bailar, y nos invitó que hiciéramos lo mismo. Tenía la habilidad de sacar lo mejor de los demás, de desinhibirnos. La imitamos. Aunque yo más que bailar con Luis, me balanceaba porque las piernas me empezaron a flojear y daba tumbos por el efecto de la bebida y soltaba carcajadas. ¡Qué divertido! Nunca había experimentado una fiesta tan extraordinaria como aquella fiesta margariteña.
Me deslizaba, miraba con asombro cómo se nos permitía tomar alcohol, ir de pie, bailar y todo eso sin que la policía con la que nos cruzamos más de una vez, armada hasta los dientes, no nos atajara. La guía nos informó que esa vigilancia casi centímetro a centímetro se debía a que se estaba celebrando en la isla un encuentro Suramérica- África con los mandatarios de algunos de los países que intervenían.
Yo quería descubrir el hilo conductor entre el presente y el pasado, los hombres fornidos y las mujeres bonitas, los placeres de los que hablaban nuestros abuelos, aquellos que emigraron en busca de trabajo, en busca del Paraíso. Quería descubrir las haciendas, los sucesores de los ricos terratenientes que contrataban a los canarios harapientos como mano de obra barata. Pero por el camino solo veía signos de envejecimiento, las rancherías, casas con techos de zinc, la pobreza de las familias, la mala administración de los recursos del país, la mala gestión del gobierno. Y también la riqueza que está en manos de unos pocos, del turismo. Una muestra de contradicciones en un lugar donde pueden llenar el tanque del carro por dos dólares, pero no pueden comprar una buena nevera. Todo aquello nos podía servir para explicarnos el pasado y comprender el presente, nos podía servir para comprender que no existe progreso continuo, que las riquezas de los pueblos van y vienen.
Pero la historia de los lugares fulgura sobre la política y aquella excursión divertida, los argumentos, las evocaciones que la guía nos iba desvelando cuando hacíamos un descanso del baile, fue el mayor atractivo del viaje. Fue lo que realmente me interesaba, que era entablar una conversación con sus parajes, con nuestras raíces, con las añoranzas de un pasado con lustre. Por eso cuando Xiomara dijo:
-Un brindis por los canarios que llegaron a nuestras tierras y por los que perdieron la vida en el intento.
Fue un momento tan lleno de emotividad que casi lloro.