Diego Casimiro ha sido un gran coleccionista. Desde niño se
aficionó a coleccionar cosas. Coleccionó monedas, sellos de correo que
intercambiaba con sus amigos y conocidos. Coleccionó tableros de ajedrez y
libros, todo tipo de libros: ensayo, poesía, narrativa, libros antiguos que
ahora se dedica a regalar a sus amigos, porque quizás la colección que mejor ha
sabido hacer a través de su vida sea esa la de la amistad.
Desde muy joven Diego tuvo inclinación por el arte, pero fue
en los años setenta cuando Nano Doreste y su mujer le invitaron a visitar la
recién inaugurada galería Vegueta, le enseñaron que ese oficio era algo que
había que ver y entender, que exige tiempo y esfuerzo aprenderlo. Acometió la
idea con fuerza y vida y entre las horas en museos, dentro y fuera de las islas,
a los que asistió durante los viajes que tenía que realizar por su negocio de
heladerías y sus contactos con el mundo comercial como agente colegiado
internacional, aprendió a enriquecer la mirada, a comprender su simbolismo, el
sentido y el lugar que ocupa el arte en la cultura y en la vida.
Pronto se sintió atrapado por la pintura. Y quizás entendió
aquello que dijo Antonio Muñoz Molina
“El arte adquiere toda su dimensión cuando te enseña a mirar la vida”. Y
esa relación con artistas, galeristas, museos y cultura le ha llevado a
investigar en profundidad la técnica pictórica, le ha despertado a través de
los años el conocimiento y el interés, la confianza en sí mismo, el amor por el
arte. Le ha llevado a realizar actividades culturas, a construir y gestionar
exposiciones de pinturas colectivas e individuales, tanto con artistas noveles
como Dagne Cortés, Javier Rodríguez López, Dunia Sánchez… como con artistas de
gran prestigio como Emilio Machado, Francisco Lezcano o Isabel Echevarría entre
otr@s.
A comprar lo mejor del artista, a poner ilusión y tiempo, a coleccionar
durante varios años un conjunto de pequeños tesoros artísticos, de telas
poderosas, repletas de manchas, colores, texturas, surcos que exaltan el color.
A investigar en profundidad estallidos de óleos, acuarelas, esculturas. Ese
lenguaje impresionante que es la pintura.
Y desde el día 11 de
junio hasta el 2 de julio Diego Casimiro nos presenta en la Sala del Centro Comercial
El Muelle de Las Palmas de Gran Canaria, su colección particular “Estelas del
Mediterráneo”
Una colección en la que ha reunido un importante conjunto de
cincuenta obras de distinto formato, realizadas con diferentes técnicas y
soportes. Cuarenta autores todos residentes en el mediterráneo, aunque unos
veinte de la colección ya han fallecido. Simboliza esta exposición una especie
de vibración sentimental, un conjunto muy armonioso donde podemos contemplar a
pintores de la talla de Miró a un Julio Viera Fleitas, residente en Palma de
Mallorca desde hace muchos años, SanJuán Tarré, Joan Jandró o un Miquel
Barceló.
Muchos de ellos han sido premiados y distinguidos en
prestigiosos certámenes, otros representados en museos internacionales,
nacionales, instituciones oficiales o privadas o en colecciones particulares
repartidas por todo el mundo.
Con esta exposición dice Diego Casimiro ha pretendido mostrar
“otras miradas” distintas, divergentes de las importantes corrientes artísticas
inmersas en Canarias en esos mismos años. Una exposición que revela la preocupación constante de coleccionar formas
plásticas, historias que transporten al espectador a vivir una experiencia,
otro mundo. Una muestra que ha convivido con más de un centenar de obras
de su colección, obras de artistas canarios, peninsulares y extranjeros, que
quizás algún día también serán expuestas públicamente.
Pero lo maravilloso es poder penetrar en ese mundo del
coleccionista, en ese mundo de Diego Casimiro en donde la belleza y la verdad habitan
en unas obras que piensan y dialogan entre sí. Que nos cuentan historias y conviven
con un ser que le expresa sus necesidades, sus sueños y sus deseos.
En donde los artistas plásticos le dan la vuelta a la
realidad, a la existencia, a la aventura, con esa capacidad que tiene el arte de emocionarnos, de entender el sentido
de estar vivo.