Eduardo Sanguinetti
Filósofo, poeta, artista,
periodista y músico argentino. Pionero en el arte performativo. Se le considera
también precursor del minimalismo en América Latina y del land art
.«Amarnos,
aun cuando queden pocos días/ Amarnos porque estamos solos y nadie logrará
rescatarnos/ No nos queda sino este recurso: amarnos/ No tendríamos que tomar
en cuenta nada más/ Unos pocos metros cuadrados bastarían/ Y nos amaremos
mientras se pueda…» Fragmento de mi poemario: «Balada de la vieja nueva ola para héroes solitarios» Ediciones
de Arte Gaglianone, 1993.
Siempre he creído, que la renuncia al
amor, se base o no en un pretexto de tipo ideológico, es uno de los grandes
crímenes que, en el curso de su vida, pueda cometer un hombre dotado de todos
sus elementos constitutivos, sensibilidad, instinto y sabiduría, cuidando de
sí, en el espacio que nos ofrece la radicalidad del amor.
Si existe “algo” que parecía haber
escapado hasta hace unos años a todo intento de reducción, haber resistido a
los más grandes dictadores de tendencias y pesimistas, este “algo”, era el
amor: único sentimiento que puede reconciliar a cualquier ser, temporalmente o
no, con la idea de la vida y su sentido.
El discurso del amor pareciera, hoy,
estar divorciado de la existencia de los pueblos, exiliado e instalado en un
espacio de soledad extrema, en un Gulag metafórico. Un discurso despreciado a
veces, ignorado por las nuevas generaciones abandonadas a relaciones
sistemáticas de consumo extremo. El amor está asfixiado por la profusión de
pornografía reinante.
En Argentina, ha llegado a ser una
práctica cotidiana, aún no superada, que escritura y pensar sobre lo deseante
en términos esquizoides, estén estrechamente ligados al ejercicio del poder
corporativo de mafia asesina y desamorada, enquistada en el país desde hace
décadas, en los más diversos espacios del acontecer de lo que fue una
República.
La escritura publicitaria de los
habilitados, serviles a las corporaciones, significaba y sigue significando la
omnipotencia de la trama siniestra del aparato criminal del estado privatizado…
El acto de escribir pierde su función comunicativa, de modo adrede, todo
articulado por una logística degradante de pérdida de sentido y por supuesto de
la verdad tan temida. Pero también y sobre todo la decepción relativa a la
indisposición ante la verdad. La creencia en la bondad de los fundamentos
-ética, sentido, historia, progreso, hombre- se reemplaza por una especie de
creencia en la omnipotencia de unas fuerzas dispersivas, caóticas,
contradictorias, demoníacas, que sin dudas la humanidad ha naturalizado,
glorificando los mitos y las leyes de la destrucción: ruina, entropía, caos.
No es casual que la preocupación
de la búsqueda de un “autor” para el mundo, se produjera en relación a un
paisaje relativamente natural, anónimo, donde la intertextualidad asume
entonces la convención del autor como individuo indiviso, idéntico a sí mismo,
para después formalizar su sepelio y explotarlo -esparcir sus restos- en un
individuo social, en un contexto incierto que asume exactamente las
atribuciones del autor/dios: el panteísmo del «objetil», habiendo dejado al
«subjetil» exiliado del amor. (tal como lo define Derrida, a partir
de Artaud).
De este modo, a pesar del desgaste y
rozamiento, se produjo un cortocircuito de lo simbólico, que actuaba cual
placebo interno de la conciencia de una humanidad manierista/esclava y la
discusión parece producía cierto vértigo, por lo que el esfuerzo en llegar a un
diálogo se tornaba casi imposible, devenido en valioso, porque no decirlo o ser
inútil, ignorante y mentiroso, no da resultados formidables en este sistema de
sujetos-objetos, que preparan su cuerpo para los gusanos, soportando lo
insoportable, en nombre de la democracia ficcional, al servicio de las mafias
corporativas, incluidas las mediáticas, donde la verdad es eliminada y la
mentira es instalada como fuente de todo acto delictivo.
En el interior de las democracias,
se insinúa con insistencia formas de simuladas confrontaciones, donde no se
llega a visualizar quién es el receptor y quién el emisor de noticias solapadas
en formato «espionaje super-escort» modelo tercer milenio, tendencia «crimen
organizado VIP». “La sexualidad se desvanece en la sublimación, la represión se
desvanece con mucha mayor seguridad en lo más sexual que el sexo: el porno. Las
cosas se desvanecen en lo más visible que lo visible: la obscenidad”, decía el
comunicador y filósofo francés Jean Baudrillard, con quien coincido. Sumo otros
asesinos del amor: la publicidad a repetición hasta alcanzar el vértigo, donde
los cuerpos, cuáles objetos de consumo, se nutren de obesidad y simulada
obsesión de placer no consumado, liberado del afecto que transmiten los estados
de deseo y la sensibilidad del instante, que requieren las prácticas del amor.
El excesivo consumo de las promociones
mediáticas, en plan sistemático de degradación de seres, deviene en que hablar
sobre el amor adquiera un carácter subversivo para quienes lo sentimos y
cristalizamos como acto de vida. Una fisura posmoderna que insinúa lo obvio,
permaneciendo extrañamente publicitada, desde un perfil de posibilidad cercana,
o trascendido, de lo que parecía irreal y lejano, pero que nadie ignoraba, al
menos se presentía cierto tufillo a «voyeurismo» en acto de aniquilar la
esencia sagrada de la intimidad, ¿suena terrible no?
Como consecuencia de un proceso interno
de aniquilamiento y desmoronamiento de la irracionalidad pre-pandémica, de la
invocación a los principios de libertad de la razón “impura” que hoy podemos
clasificar como ensayo de tramas mafiosas de mutantes, que en su sentir
post-escatológico, apostaron al «juego de la oca», con una comunidad invitada
al intento de avanzar o retroceder en el espiral de 63 casillas, sin dibujos y
sin dados que propone este juego de mesa, con la justicia operando como juez y
parte, lógico ¡ah! con castigos incluidos, son las reglas del juego. ¿De qué
otra manera se podría jugar con la mafia?
Entonces, estimados lectores, uno
transita su vida en un «doble exilio», poético y patético, cuando relatar la
vida y el mundo como son en realidad, como se los debe conocer, sin
ocultamientos ni oscurecimientos, nos cueste ser eliminados y a pesar de como
dicen los soplones «la verdad siempre se abre camino y se logra ver la luz»,
aunque ya sea de noche y las décadas hayan transcurrido llevándose consigo a
las voluntades más lúcidas.
Me refiero a la vida como la he
apreciado desde mi infancia, según pasaron los años nada ha modificado su
curso, todo es tal cual lo imaginé: traición y cobardía … Y siglos de pasado
indefinido, los asimilo al presente, las falaces historiolas escritas por
esclavos ilustrados de todos los tiempos y espacios, construidas por orden y
decreto de reyes y monarcas elevados a símbolo, pintando paisajes de épicas que
jamás han tenido lugar.
Se requiere cierto heroísmo, para
mostrar a la humanidad lo que es la verdad, sin complejos, que se experimentan
día a día por quienes tiene reservada la tarea irreprimible de escribir la
historia, de los ganadores del gran derby de bestias que corren tras el
espejismo de un oasis sin palmeras, la verdad, absolutamente prohibida de
expresarla o mostrarla, en acto y vida, incluso en textos ligeros, literarios,
de filosofía vocacional, o en notas de medios under,
empantanados entre la melancolía y el desdén.
La situación del hombre, en medio de la
confusión de leyes, hábitos impuestos, deseos indeseables, impulsos reprimidos,
instintos sofocados, se ha hecho tan azarosa, artificial, arbitraria, trágica,
grotesca, que jamás tuvo la literatura tanta facilidad para inventar como en el
presente, como tampoco, encontró tan difícil asimilar, deglutir y seguir
intentando vivir, con sonrisa dibujada. Nos rodean bestias epizoóticas, a
quienes el menor roce hunde en interminables convulsiones criminales.
Para qué seguir sublimando y soñando lo
que jamás tendrá espacio en este mundo de sistemas necróticos, si el hombre no
puede subsistir bajo ningún sistema antropoide, por demás masoquistas todos
ellos, sin la imposición de una mentira duradera, repetida hasta el delirio,
una «mentira totalitaria», una mentira que no se esconde en un tal vez y libres
de restricciones, estas fórmulas ¿sociales?, se disolverán irremediablemente en
la anarquía.
Los vacuos discursos de gobernantes
sociópatas de democracias ficcionales, repercuten en todas direcciones,
acompañando a la sobrevida de los hambreados que alucinan mejores tiempos por
venir, en sus monotonías de tareas diarias inexistentes, bebiendo en botellas
vacías, en charcos al borde de algún cordón, inhibidos ante los grotescos
maniquíes que pasan los miran y aceleran su paso, ¿proyectan posiblemente su
porvenir ineluctable?, todo ellos cuajándose en un gigantesco y cruel
narcisismo, siempre con las mejores intenciones.
El sadismo instalado en la maquinaria
emocional del hombre, deriva, ante todo, de un amor ante el aniquilamiento,
profundamente arraigado en la naturaleza humana y muy particularmente en la
naturaleza de las comunidades de hombres, una especie de impaciencia amorosa,
un deseo irresistible y unánime por la muerte; impaciencia pudorosa, tímida,
pero no por eso menos poderosa del deseo de que Tánatos y su suavidad nos
acaricien.
El resultado es claro: el repliegue a
una posición anarquista cuya violencia afectiva puede volverse inquietante,
cuando la comprobación de la impotencia oscila en el sueño de la omnipotencia.
Esta serie de exilios, devenida en la
posición marginal del discurso de la verdad, sin ambigüedades, determinan una
pérdida de la realidad inmensa…una serie de exclusiones que comprende lo
histórico y político, asimilados a un cuento pornográfico de lo que demasiados
piensan no puede ser… pero «es».
Pues entonces, despreciando todas las
prohibiciones, sirvámonos de la vengadora arma del sentimiento, contra la
bestialidad de todos los sujetos-objetos… y amen.