domingo, 13 de enero de 2013

PIOLÍN


 Era ya uno de los emigrantes isleños que atravesaban el mar tras el sueño de oro.
                                                “El emigrante que se hizo de oro” de Pedro Lezcano

      Es verde con manchas amarillas.

      La abuelita lo tenía asomado en la ventana para que tomara el sol, mientras hablábamos por teléfono de mi vida en Madrid, de su salud, de sus nietos. Era un canto vivo y alegre que nos interrumpía, que recorría la ciudad, que cantaba para reclutar amigos, para alcanzar el cielo.
        -Si te gusta el canario, será mi regalo de Navidad.  
         -Gracias, pero no podemos aceptarlo.

     Le dije con tristeza. Pero aquella mañana lo oímos por segunda vez cuando compartíamos una tacita de pazote con Teresita, así se llamaba la abuela.  
     Piolín, como lo bautizamos más tarde, nos miraba con sus ojos de pájaro, se apoyaba sutilmente en el palo de su jaula, se tumbaba en plan sexy. Quería coquetear, seducirnos, hacernos una fiesta. Éramos la visita.
     Y de repente se volvió hacia Luis, lo miró con una expresión graciosa y dijo:
     -Llévame contigo.
     -¿Han escuchado ustedes al pájaro? -preguntó Luis confiando en que dijéramos que no.
      -Sí, lo he escuchado –dijo Teresita sin darle importancia.

       Nosotros no entendíamos nada. Alarmados hicimos un silencio, aguzamos el oído y al cabo de un instante lo volvimos a oír, su voz dejó traslucir su firme empeño en acompañarnos. Fue un ruego porque él anhelaba emigrar, sentir emociones diferentes. El pobre Piolín en su inconsciencia quería vivir el sueño de lo desconocido. Ver otros mundos.


      Yo sabía que los loros hablaban, bueno repiten las palabras sin sentido, pero lo del canario fue una sorpresa, un hechizo. Me habían contado que en la vieja India, en la de los faquires, algunos animales se entendían con los hombres, les aconsejaban sobre hazañas y batallas. Pero en estos tiempos…
     Él no supo que contestar, emocionado se echó a reír, le pasó el dedo índice y corazón por la cabeza, lo abrazó contra su pecho mientras Piolín se enderezaba sobre su mano impaciente por iniciar el viaje. Por un momento Luis sintió su calor, el brillo verdoso de sus plumas, se acordó de la canción de la paloma y en silencio canturreó: Si a tu ventana llega una paloma…
     Y recapacitó que no había ninguna razón para dejarlo atrás.


    Cruzamos el océano y de nuevo llegamos a Madrid, a un lugar lleno de abedules, de encinas y pinos que se cerraban sobre nuestras cabezas, a un lugar donde en invierno el cielo desaparece y el musgo cubre las rocas y los troncos de los árboles. A un lugar donde los resquicios de color aparecen y desaparecen con urgencia. Un lugar suspendido sobre la niebla. Entonces Piolín estiró el cuello y, al no ver el sol, desconcertado volvió la vista atrás, a su casa que estaba lejos, muy lejos. Se sintió triste y empezó a tiritar. Su alma humana se llenó de angustias. 

     A partir de aquel día comenzó a pensar en cosas importantes sobre la vida y la muerte, en pensamientos que nada tenían que ver con su mundo animal y su ánimo empezó a bajar. La emigración lo llenó de confusión, de nostalgia, se le enredaron las ideas y no volvió a pronunciar una sola palabra.
     Quizás no le gustaba el frío, la ausencia del sol. Se pasaba los días arrinconado en su jaula, sin decir nada. Se convirtió en un ave solitaria sin sexo.

     Entonces Luis se sentaba cerca de él, lo acompañaba muchos ratos. Empezaron a comprenderse, a gustarse. Yo lo oía reírse con Piolín. Quería animarlo. Lo arropaba, le pasaba las manos por las plumas, lo acariciaba cada vez más fuerte.  Le encendía el televisor, la radio, le cambiaba el agua de los bebederos, le cantaba. Se pasaba horas imitando el ruido que hacen los motores de un avión. El ruido de un avión que quizás podría llevarnos de vuelta hasta las calientes grietas volcánicas.

      Pero Piolín no le respondía nada, hasta que una mañana a Luis se le ocurrió la idea de colocar dentro de su jaula una gran bañera llena de agua, ¡y qué sorpresa! Cuando el canario la vio empezó a dar vueltas alrededor del charco, se posó sobre ella, la rodeó. Parecía que el agua se había transformado en dulce de chucherías. En su pequeña isla abierta y ondulante.

       Se sumergió en el pequeño estanque, se adentró en el corazón de su infancia, en la sensación de estar bañado por el sol. Empapado en su sueño, se elevó hasta las nubes y descendió hacía su mar, a nuestro mar, al verdadero paisaje que los tres habíamos dejado atrás. Entonces se produjo el estallido de su canto, seguido de otro y otro más.

      Es verde con manchas amarillas.

Publicado en la editorial Wagenbach de Alemania, la antología  bilingüe Kanarische Inseln. Eine literarische Einladung.

Facebook/rosariovalcarcel/escritora; www.rosariovalcarcel.com

11 comentarios:

  1. Un relato magnífico, Rosario, lleno de emociones sobre la humanidad a la que pueden llegar nuestros queridos animalitos.
    Un gran abrazo.
    Antonio.

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  2. Comenzar una mañana fría, humeda y triste con tan bello relato es impagable.Me parece hermosisimo y un claro ejemplo de la magia de la literatura..A mi , empieza a cambiarme el dia...Besos

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  3. Precioso cuento. Muchísimas gracias por recordarnos este relato magnífico. Nos transporta al mundo mágico de los sueños tantas veces compartido con mis alumnos en la Escuela, amantes de los animales y las emociones que solíamos atribuirles como si fueran parte de nuestras familias y nuestros propios sentimientos.

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  4. Un hermoso relato, lleno de ternura y poesía.

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  5. ¡Lindo!Me ví acariaciando al animalito.

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  6. Acabo de ver a Piolín, debe haberse escapado de la tutela de Luis y su familia. Vive en una ranura entre dos bloques de la Sagrada Familia, allí ha formado un nido con su pareja y se turnan para procurar calor a sus crías. Pero Barcelona es una ciudad dura. Para proteger de las palomas los muros del templo, la Dirección de las obras ha instalado en lo alto del campanario de San Bernabé a una pareja de halcones voraces que peinan el aire alrededor de los campanarios a todas horas. En poco tiempo Piolín ha perdido la seguridad del cobijo, la vida aquí ya no le resulta fácil y ha vuelto a tiritar de miedo y frío. Y ha vuelto a hablar. Por eso sé que es valiente, y como el emigrante de raza que es, me ha dicho que muy pronto volverá a partir con los suyos. Esta vez a Madrid, en busca de la jaula de Luis.

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  7. El mar dentro de una jaula. Todo un símbolo de libertad, ese sentimiento tan atlántico, aunque otros lo identifique con el Mediterráneo, cálido y tranquilo.
    Sin duda, tienes toda la razón, Rosario, nunca podremos cantar en jaula, nunca sin mar que ahogue nuestras tristezas. Un bello texto.

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  8. Fantástico Ana M. Ferrín. Me ha gustado mucho.

    Y gracias a ti Marcos por tus palabras sobre mi Piolín....

    Un beso grande, grande, Rosario

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  9. Orlando González Alonso

    El nacido en cautividad se expande hacia un océano de recuerdos con un simple charquito y canta lo que cantaba en su tierra. Sensible relato de Rosario Valcárcel, como siempre.

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