El kitsch es una secreción artística del cosmos burgués, una negación de lo auténtico. Lo podemos apreciar en todo su esplendor en la TV y la prosperidad de su programación, con libre acceso a lo falaz y a la alienación en que ‘cae’ el telespectador, que asiste con fruición a la visión de lo intrascendente elevado a símbolo de promoción de lo banal, imponiendo lo que se debe decir, sentir y pensar, proyectando una suerte de universalidad de la teoría de la disfuncionalidad, en el mensaje que emiten los actores, conductores y publicistas de la “caja boba”.
El kitsch es universal, es una tendencia escatológica ligada a la inserción en la vida de los groseros valores burgueses. Existe una literatura kitsch, una decoración kitsch, una música kitsch, una política kitsch, un sindicalismo kitsch, un periodismo kitsch, cine kitsch, una izquierda, una derecha kitsch y un peronismo kitsch, etc.
Todos estos hechos a la medida del hombre medio, del ciudadano acumulador de objetos, el ciudadano de la prosperidad en el ‘tener’, con sonrisa dibujada para la selfie tomada en el instante preciso en que es penetrado en todos sus flancos, por el pensamiento único, en su cenit, un modo de vida kitsch, que emerge espontáneamente en el tenedor de pescado y la copa estilo Ulúa, en funcionalidad profunda, en la mesa de la nonagenaria que hace medio siglo almuerza ante las cámara de TV, con invitados en clave kitsch, fans incondicionales de la señora.
El grado de alienación y de inautenticidad que devienen del mundo kitsch es alarmante, pues establece las maneras y modos a seguir por una mansa comunidad que se somete a la doctrina vacua del fenómeno kitsch y sus referentes más potentes… Podría dar sus nombres, pero, ¿es preciso? Lo trágico del kitsch es el principio de la mediocridad.
A través de esta acumulación de medios, a través de este enorme display de objetos, el kitsch nunca llega a ser novedad, como pretenden convencernos quienes son kitsch, oponiéndose a la vanguardia auténtica, a los que austeramente prescinden de lo ornamental y pomposo… deviniendo el kitsch en ser objetos fúnebres que todo los desvirtuan, en nombre de la sagrada inseguridad y del ‘no ser’ nada, salvo una vacío perfecto, imagen perfecta del mundo en que permanecemos los que resistimos a esta tendencia, sólo para cobardes y traidores, mentirosos y arrastrados.
Es en virtud de su mediocridad que los productos kitsch llegan a lo auténticamente falso y a la condescendencia del consumidor temeroso, que tímidamente se eleva sobre su medianía, lanzando palabras inquisitorias, que no llegan a conformar una frase, han perdido el sentido del lenguaje consistente en construir un discurso real y concreto.
Es la mediocridad lo que los reúne, los fusiona a los sujetos del mundo kitsch, en un conjunto de perversidades éticas, estéticas, funcionales, políticas o religiosas. La mediocridad es tanto la desmesura como la posición media, es el principio mismo de la heterogeneidad del kitsch, facilita a los consumidores el acto de absorción y lo propone a todos los espacios, como el más adecuado hoy “la moda”, para transmitir el mensaje de ser “in” o “out”, como lo proponía el talentoso humorista gráfico Juan Carlos Colombres (Landrú), en sus tiras publicadas en diversos medios hace años, a los que se plegaban con fruición y avidez todos los ciudadanos de los más diversos estadios socio-políticos, incluidos los genocidas fascistas…
A inicios de los 70, Colombres, curiosamente, llegó a poseer una sección en la revista kitsch: Gente, donde ironizaba sobre la sociedad argentina, con talento inusual, en especial del “medio pelo” o los nuevos ricos, o aquellos que pretendían aparentar un buen nivel cultural, hoy lo aplicaríamos a la clase política toda, a los empresarios de nuevo cuño, a los sindicalistas, los intelectuales de shoppings periféricos, en fin a toda la fauna de energúmenos que conforman el tejido social, de por si degradado.
Bastan unos años para individualizar las características del nuevo “sistema kitsch” que se ha venido soldando, esto es, demarcar la negligente autocomplacencia de los recién llegados de espacios farandulescos, haciendo uso de un calculado provecho comercial y capitalista de “maneras” y “manías” que resultan “simpáticas”, de una desmesurada avidez de alabanzas sistemáticas de los que conforman el espectáculo insano y mediocre de la degradada cultura del Río de la Plata, que son réplica de las tendencias promocionadas desde el imperio kitsch de la corrupción. Mercaderes de la subcultura kitsch, el anti-arte, que condenan a la comunidad complaciente, con anuencia de la clase política kitsch, a ser penetrados por productos biodegradables y a perderse en el juego de alusiones y alejarse para siempre de la creación estimulada, propuesta por los “talentos”, hoy exiliados del mundo de la cultura, quienes adelantan, bajo cualquier forma, ideas, estímulos o propuestas de carácter artístico, aún no comercializados.
Milan Kundera, en su célebre novela “La insoportable levedad del ser”, nos dice: “Nadie ignora que la mierda es kitsch y la salida de esta mierda, es el ano, instalado entre las nalgas, que conforman el culo…en fin, creo que la mierda lo cubre todo y los culos, actúan de panóptico…justifican toda la instancia escatológica, en la que se debate este mundo. Si hasta hace poco la palabra mierda se reemplazaba en los libros por puntos suspensivos, no era por motivos morales. ¡No pretenderá usted afirmar que la mierda es inmoral! El desacuerdo con la mierda es metafísico. De eso se desprende que el ideal estético del acuerdo categórico con el ser es un mundo en el que la mierda es negada y todos se comportan como si no existiese. Este ideal estético se llama kitsch”.
Kitsch es la tendencia predominante de todos los que dictan y rigen en el planeta, lo vemos de manera concreta, por ejemplo, en Macri, presidente de Argentina, con sus falacias y torpezas inocultables, en intento de transmitir “algo”, en sus vacuos y banales “discursos”, “volando a lo chajá”, reprimiendo, violentando a una comunidad, ya de por sí temerosa, paciente y avara de sus placeres, que soporta lo insoportable en nombre de ningún sentido, hace gala de su inocultable apego al kitsch…basta visualizar la imagen de su asesor ecuatoriano, “rey del Universo Kitsch”, para reafirmar el triunfo de la posverdad y la pobreza de ideas e ideales.
Pareciera que dichos modos se asimilan a maneras y modos de una comunidad que marcha inexorablemente a la degradación del lenguaje, sin mediar metáforas de “paños fríos” que se utilizan dentro de un marco de compulsión intencionada, que se proyecta sobre una dimensión espectacular: el sentido de pertenencia, ausente, a una comunidad que sin dudas ha perdido el sentido de la relación y el diálogo.
Meditando en armonía, manifiesto sin dudarlo, que la negación absoluta de la mierda deviene en el “kitsch”, vivimos en una comunidad kitsch, un vacío perfecto, negadora de toda la mierda de la que estamos compuestos, cual especie orgánica somos desechos biodegradables, mierdas perfectas, mal que le pese a quien le pese… el universo kitsch a falta de una selección cualitativa, se expresa mediante la devoción cuantitativa: el gran milagro… el talento, el coraje, el hambre, la verdad y la libertad, no pertenecen al universo del kitsch, no lo olvidemos.
(*) Filósofo.