El alcalde Luis
Barcala ha hecho público el sentimiento de orgullo que embarga a Alicante y,
especialmente a sus sectores culturales, tras haber conocido la decisión del
Ministerio de Cultura que concede el Premio Nacional de las Letras a la
escritora Francisca Aguirre.
El galardón reconoce
la obra de la escritora, que forma parte de la generación de los 50, como una
parte notable de la literatura española actual.
Hace tiempo
Recuerdo que una vez, cuando era niña,
me pareció que el mundo era un desierto.
Los pájaros nos habían abandonado para siempre:
las estrellas no tenían sentido,
y el mar no estaba ya en su sitio,
como si todo hubiera sido un sueño equivocado.
Sé que una vez, cuando era niña,
el mundo fue una tumba, un enorme agujero,
un socavón que se tragó a la vida,
un embudo por el que huyó el futuro.
Es cierto que una vez, allá, en la infancia,
oí el silencio como un grito de arena.
Se callaron las almas, los ríos y mis sienes,
se me calló la sangre, como si de improviso,
sin entender por qué, me hubiesen apagado.
Y el mundo ya no estaba, sólo quedaba yo:
un asombro tan triste como la triste muerte,
una extrañeza rara, húmeda, pegajosa.
Y un odio lacerante, una rabia homicida
que, paciente, ascendía hasta el pecho,
llegaba hasta los dientes haciéndolos crujir.
Es verdad, fue hace tiempo, cuando todo empezaba,
cuando el mundo tenía la dimensión de un hombre,
y yo estaba segura de que un día mi padre volvería
y mientras él cantaba ante su caballete
se quedarían quietos los barcos en el puerto
y la luna saldría con su cara de nata.
Pero no volvió nunca.
Sólo quedan sus cuadros, sus paisajes, sus barcas,
la luz mediterránea que había en sus pinceles
y una niña que espera en un muelle lejano
y una mujer que sabe que los muertos no mueren.
Aventura
El compañero de mi vida lee un libro sobre Kafka.
Al cruzar el pasillo yo lo miro de refilón:
tiene su rostro la expresión de un niño,
ese gesto que teníamos cuando leíamos tebeos,
lee como si el libro fuera un libro de aventuras.
Y algo en mí rie para adentro,
algo se pone alegre, muy alegre.
Me bebo un vaso de agua
y brindo por la dicha que me espera.
Hija del pintor Lorenzo Aguirre, la poeta Francisca Aguirre
es reconocida por una poesía de rasgos machadianos. El galardón reconoce la
obra de la escritora, que forma parte de la generación de los 50, como una
parte notable de la literatura española actual.
Francisca Aguirre poeta y narradora nació en Alicante en
1930. Es hija del pintor Lorenzo Aguirre, a quien le dedicó el poemario
“Trescientos escalones”, y que fue condenado a muerte por el régimen
dictatorial franquista. Estuvo casada con el poeta Félix Grande (1937-2014)
y es madre de la también poeta Guadalupe Grande.
Su poesía ha sido traducida al inglés, francés, italiano,
portugués y valenciano. Su primer poemario, premio de poesía Leopoldo
Panero 1971, fue Ítaca, publicado cuando la autora contaba con 42 años.
Desde entonces, y con la excepción de la década de los 80, la autora ha
continuado publicando su obra de manera ininterrumpida.
Ganó el Premio Nacional de Poesía en 2011 con su
poemario Historia de una anatomía (2010), libro con el que ya había
ganado el premio Miguel Hernández 2010. (Alicante, 1930), En lo que respecta a
su manera de hacer poesía, dice que se identifica absolutamente con el
pensamiento de Antonio Machado con respecto a la creación literaria.
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