Samir Delgado es un poeta, un amigo, un hombre de costa, de aires tibios y entorno turístico.
Un escritor de los que podríamos denominar audaces, lleno de energía y de fertilidad. Proclive a la pasión, al gusto por la ironía y las emociones del lenguaje. Un hombre que necesita vivir y escribir y denunciar, y derrumbar ciertas barreras desde la cultura, que muestra un gran respeto por la inteligencia y por el arte, tanto que como si se tratara de un buen vino, lleno de regocijo y efervescencia, de vértigo juguetón, paladea y deja fluir su literatura con citas de maestros clásicos y contemporáneos.
Y sobre todo está Niza, un nombre lleno de símbolos y de fuerza seductora, que se presta en este poemario a plurales interpretaciones, y que nos conduce a su amada, al amor, a su impulso, dicho en sus propias palabras a “la cristalización de los deseos”.
Porque la literatura de las pasiones y de la sensualidad nos lleva como la vida misma por caminos imprevisibles, por llamaradas lujuriosas que nunca deben extinguirse por completo, sin embargo la poesía de Samir no son los deseos locos de Henry Miller y Anaïs Nin que actúan desde la palabra descarnada, ni se asemeja a la poesía de Charles Bukowski o Almudena Grandes. En su “Tratado del carnaval de Niza” la mirada se desliza fresca, nueva, entre miles de bombillas de colores que parpadean durante la noche, en ese instante en que lo amoroso y lo erótico se entrelazan con el deseo e irrumpen con fuerza pero en este caso envueltos en esos titubeantes años de aventura juvenil, en esos instante dulces en que cerramos las puertas al mundo, en que echamos el candado.
Y cuenta su noviazgo, su amor, como quien escribe página secretas, realizando todo lo que se considera bello en poesía.
Haciendo un recuerdo milimétrico
de todos tus encantos
de los pies a la cabeza
yo me quedo siempre callado nena
porque lo que me gusta mas de ti
es ver el mundo a través de tus ojos.
Los guiños culturales del autor son constantes y a través de ellos manifiesta la desconfianza ante la vida y la necesidad de retener lo efímero, de desarrollar dramáticamente un tema anecdótico o romántico, o una mirada a un cuadro, porque él igual que los impresionistas captura el instante, lo eterniza.
Y participa en el carnaval de la vida y entre los oleajes y los fuegos artificiales, se moldea a través de los sentidos:
tú bailando al son del invierno
con sabor a manzanas de caramelo.
Y el eco lejano de carrozas encantadas
lloviendo su purpurina por toda la ciudad.
Por eso no duda en exponer abiertamente sus emociones y sus sentimientos cotidianos, trozos de la vida, en poemas breves, sinceros, desnudos, llenos de imágenes y símbolos que le dan al texto un carácter atrevido y moderno.
Y al final en este simbólico carnaval llega el entierro de la sardina. Centellea esa cercanía cotidiana y describe actitudes de un carnaval:
Llora que te llora el travesti con gafas de sol
enlutado y su peluca amanecida de confetis
ritual del fuego. Baile de disfraces. Resaca.
Anoche nadie guardó las calles de la capital.