Junto a la puerta
La casa está
vacía
y el aroma de
una rencorosa esperanza
perfuma cada
rincón
Quién nos dijo
mientras nos
desperezábamos al mundo
que alguna vez
hallaríamos
cobijo en este
desierto.
Quién nos hizo
creer, confiar,
—peor: esperar
—,
que tras la
puerta, bajo la taza,
en aquel cajón,
tras la palabra,
en aquella piel,
nuestra herida sería
curada.
Quién escarbó en
nuestros corazones
y más tarde no
supo qué plantar
y nos dejó este
hoyo sin semilla
donde no cabe
más que la esperanza.
Quién se acercó
después
y nos dijo
bajito,
en un instante
de avaricia,
que no había
rincón donde esperar.
Quién fue tan
impiadoso, quién,
que nos abrió
este reino sin tazas,
sin puertas ni
horas mansas,
sin treguas, sin
palabras con que fraguar el mundo.
Está bien, no
lloremos más,
la tarde aún cae
despacio.
Demos el último
paseo
de esta
desdichada esperanza.
(De El libro de Lilit. Ed.
Renacimiento, 1996)
Letanía sin nosotros
Es en este
tiempo incierto, intacto,
es en este
instante desnudo,
sin palabras,
sin nosotros, tan sólo
tendido
suavemente en el olvido.
Es bajo esta
lluvia muda y ciega,
esta lluvia sin
nosotros,
esta hora sin
nosotros,
Este agua sin
sed.
Es. Es sin
siempre, es sin memoria,
es sin llanto y
sin risa,
es sin miedo y
sin gracias te sean dadas.
Es, como si eso
fuera poco,
sin causa y sin
remedio,
a pesar nuestro,
Y es, desde
luego, sin calles ni avenidas,
sin fuentes ni
estaciones,
sin la tristeza
que da mirar el firmamento.
(De El libro de Lilit. Ed.
Renacimiento, 1996)
La ceniza
Diccionario
inventario
lista número
preciso
cómputo de un
idioma
que no podemos
entender
Digo que no
existe el olvido;
hay muerte y
sombras de lo vivo,
hay naufragios y
pálidos recuerdos,
hay miedo e
imprudencia
y otra vez
sombras y frío y piedra.
Olvidar es sólo
un artificio del sonido;
tan sólo un
perpetuo acabamiento que va
de la carne a la
piel y de la piel al hueso.
Así como las
palabras primero son de agua
y luego de barro
y después de
piedra y de viento.
(De El libro de Lilit. Ed.
Renacimiento, 1996)
Hemos comenzado el año con una gran pérdida
para el mundo de la posía, la poeta y ensayista Guadalupe Grande ha fallecido este
sábado a los 55 años. Era hija de los poetas Francisca Aguirre (1930-2019) y
Félix Grande (1937-2014) y nieta del pintor Lorenzo
Aguirre.
Licenciada en Antropología Social por la
Universidad Complutense de Madrid (UCM), Comenzó a escribir muy pronto Y precisamente
en Murcia, junto a sus padres protagonizó el primer recial de poesía. En 1995
ganó el Premio Rafael Alberti con el libro Lilit. También publicó La llave de
niebla, 2003 (Calambur Editorial); Mapas de cera, 2006 y Hotel para erizos (2010.
Foto del
periódico Marca