…/El hambre paseaba
sus vacas exprimidas, / sus mujeres resecas, sus devoradas ubres, /
sus ávidas quijadas, sus miserables vidas / frente a los comedores y los
cuerpos salubres… Miguel Hernández
En estos días prenavideños que celebramos alegres el
Black Friday, que en los Centros Comerciales no cabe ni un alma y los
supermercados están a rebosar, mi corazón ha desandado los pasos y me he
acordado de mi madre, de la
mesa de Navidad y los olores de mi niñez, de la carne de conejo en salsa, los
turrones, el vino dulce. Las truchas que cocinaba con amor y sabiduría para
regalar a los vecinos a pesar de que en aquellos tiempos tenía que vencer a un
enemigo: al fantasma de la pobreza.
Un fantasma que persiste en este mundo injusto en el
que viven hambrientos. Seres silenciosos, seres que buscan sobras de alimentos
en cubos de basura para vencer el hambre. Porque, a pesar de que la FAO afirma que en los últimos
veinticinco años el mundo en desarrollo casi ha reducido a la mitad su tasa de
hambre, aún hoy mata alrededor de diez mil personas
diarias en el mundo.
Casualmente
estos días he visto una película titulada “Amar peligrosamente”,
un drama que recrea los campamentos que existieron en el norte de África en los
años 80. Dirige el film Martin Campbell y nos acerca más allá de nuestro
confort, nos muestra el desamor de los países poderosos, las miradas de eros y
tánatos, la falta de víveres, la desnutrición infantil, la muerte. Una realidad que hace latir
el alma del espectador.
Un mundo
incongruente que priva de los dones imprescindibles a millones de personas ante
otro mundo que vivimos en la opulencia, que nos atiborramos hasta hartarnos y
desperdiciamos y tiramos y tiramos toneladas de alimentos, los desechamos aún
comestibles. Lo hacemos desde nuestras casas, desde las industrias por
problemas de fechas de caducidad, envases demasiado grandes, por comprar sin
control.
En estos
días prenavideños el corazón ha desandado mis pensamientos me he acordado
de las peripecias que pasan
algunos personajes literarios en las novelas de Galdós o en el “Lazarillo de
Tormes” para no morir de hambre. Me he acordado de una escena que se sigue
repitiendo a pesar del progreso y el desarrollo económico y social. Me he
acordado de aquellos seres pobres, harapientos, aislados de la
sociedad que iban de puerta en puerta, de casa en casa pidiendo: -Una
limosnita, por el amor de Dios.
Y entonces he pensado: ¿Hemos progresado?
Foto : redes internet.
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