... No sé a qué atribuirlo. Tal vez cuento con un ángel de la guarda que ruega al Olimpo por mi. El caso es que hace más de veinte años -'Touch Wood'- no he cogido catarros, ni enfriamientos, ni gripe, sean cuales fueren las condiciones meteorológicas. Pero anoche el mercurio me volvió la espalda. Era sábado, fue sábado y existió como sábado que cerró de un portazo para jamás volver a vernos.
Aunque, al igual que Antonio Machado, converso con
el hombre que siempre va conmigo, no puedo negar que llevo dentro, en un rincón
del alma, a Tony Manero, una de las ficciones más reales de cuando fui quien
fui allá por los setenta del pasado siglo. Que en ocasiones me paro ante los
escaparates - Umbral decía que un caballero jamás debe hacerlo - y miro
intrépidas camisas, peculiares y acentuadas cazadoras o zapatos que harían
enrojecer a Luis XIV en cualquier esquina de su maravilloso Versalles, donde,
cuentan, el Sol de los reyes se detenía constantemente para admirarse de su
galanura en todos y cada uno de los marcos de la Galería de los Espejos.
Hablaba del mercurio, esta vez no como planeta regidor de la inteligencia, sino
como metal pesado, canalla no biodegradable, que nos dice de calenturas e
hipotermias con sólo subir o bajar por un estrecho canal de cristal. Fue ese,
el HG, el elemento que vive en el número 80 calle Melancolía de la Tabla
Periódica, quien me hizo caer en el estado febril y dionisíaco propio del sexto
día de la semana, previo al descanso divino. Siempre hay una carretera para
acudir al lugar desde donde llegan las llamadas.
Y de pronto me vi en la
espaciosa casa de Luis y Rosario, entorno cariñoso repleto de cuadros y
vivencias por donde se mueve, intangible empero penetrante, la exquisita
hospitalidad de dos cicerones que entregan, siempre con la sonrisa en los
labios, cálidos sorbos de vida a sus amigos. Entre ellos, la literatura, el
periodismo, el pensamiento, el amor, el vino ... Y yo estaba allí. En medio de
un reducido grupo - "muchos serán los llamados y pocos los elegidos"
- como si nunca hubiera dejado de estarlo. Son las risas y el encanto de las
mujeres las que convocan a las guitarras que duermen. Tal vez sean ellas, seis
cuerdas sobre tabla de madera noble, las únicas capaces de fructificar, junto
al canto, la dulzura que emana de cuerpos donde Afrodita, hija del cruel Urano,
depositó la sensualidad que, seguro, recibió del movimiento de olas y mareas.
Y
entonces escuché a Atahualpa decir que la madrugada, de negra es sendero
obligado para buscar un rayo de luz. En ese bosque me interné ... y creo
recordar que, en un fugaz momento de todos aquellos que pasaron, pude decir con
pudor que, con vocación de eternidad, trato de hacer las cosas a mi manera.
Foto Jorge Batista, creador multidisciplinar.
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