En la
Edad Media el mito de Faetón fue motivo inspirador de un romance.
Faetón
le ruega a Febo,
Como
hijo regalado,
Que le
dé el carro del Sol,
Cual se
lo tenía mandado.
El
padre, como le quiere
En muy
excesivo grado,
Dícele
entrañablemente
Con un recelo
celado
“el don
hijo, no te niego.
Pues de
dártelo he jurado,
Pero
conviene que sepas
Que el
cargo que has demandado
Es
peligroso y muy fuerte
Por no
ser tú experimentado;
Que no
te será negado”
“Ese
quiero, padre Febo,
Aquese que me habéis dado”
Viendo
Febo a Faetón
Estar
tan determinado,
Los
caballos rubios, blancos,
Antes
del día ha enfrenado
Y
uncidos con el carro
A
Faetón aposentado
Diole
su corona y cetro,
Y de
nuevo le ha avisado
De
tener recio las riendas
Que
tenga especial cuidado
Y que
los caballos deje
Ir pos
su camino usado.
“Mira
que si subes más
De lo
que es acostumbrado,
Hijo,
quemarás el Cielo
Y si
puedes abrasar la tierra,
Lo que
en ella está sembrado.
Ve,
hijo, empieza tu vía
Que la
Aurora ya ha asomado”
Como el
carro iba ligero,
De
saber poco enseñado,
Fue
apartado del camino
Y en un
punto trastornado
La
gobernación perdida,
Faetón
muerto y quemado.
En esto
que habéis oído
El hijo
y el padre han errado:
El
padre en el prometer
Y
sujetarse de grado,
El hijo
por codicioso
En
adquirir nuevo estado,
No
siendo para mandar,
Sino
para ser mandado.
pídeme otro don, mi hijo,
que no te será negado .
"Ese quiero, padre Febo
aquese que e habéis dado"
Faetón
le ruega a Febo,
como
hijo regalado,
que le
dé el carro del Sol,
cual se
lo tenía mandado.
El
padre, como le quiere
en muy
excesivo grado,
dícele
entrañablemente
con un
recelo celado
“el don
hijo, no te niego.
Pues de
dártelo he jurado,
pero
conviene que sepas
que el
cargo que has demandado
es
peligroso y muy fuerte
por no
ser tú experimentado;
que no
te será negado”
“Ese
quiero, padre Febo,
aquese que me habéis dado”
viendo
Febo a Faetón
estar
tan determinado,
los
caballos rubios, blancos,
antes
del día ha enfrenado
y
uncidos con el carro
a
Faetón aposentado
diole
su corona y cetro,
y de
nuevo le ha avisado
de
tener recio las riendas
que
tenga especial cuidado
y que
los caballos deje
ir por
su camino usado.
“Mira
que si subes más
de lo
que es acostumbrado,
hijo,
quemarás el Cielo
y si bajas demasiado
puedes abrasar la tierra,
lo que
en ella está sembrado.
Ve,
hijo, empieza tu vía
que la
Aurora ya ha asomado”
Como el
carro iba ligero,
de saber
poco enseñado,
fue
apartado del camino
y en un
punto trastornado,
la
gobernación perdida,
Faetón
muerto y quemado.
En esto
que habéis oído
el hijo
y el padre han errado:
El
padre en el prometer
y
sujetarse de grado,
el hijo
por codicioso
en
adquirir nuevo estado,
no
siendo para mandar,
sino
para ser mandado.
Romances de la antigüedad clásica,
Marichu Cruz de Castro.
Era Faetón
hijo de Clímene y del Sol. Un joven orgulloso, cosa que se comprobó
cuando su madre le hizo saber que su padre era Apolo, un dios que diariamente
cruzaba nuestro mundo en un carro deslumbrante de sol. Pero un día Épafo, un compañero de juegos hijo de
Júpiter, se burló de él y le dijo que no era verdad que su padre fuera el Sol.
El niño corrió junto a su madre y le contó lo sucedido. Y le añadió:
-Te pido madre que si de verdad soy hijo del
Sol, me des una prueba de mi linaje.
Clímene extendió sus manos hacia
el cielo y mirando al sol dijo:
-Si acaso no es cierto que tu padre es el Sol,
que no me sea lícito contemplar más su luz.
Entonces
Faetón visitó el palacio de su padre. Y le dijo: Oh padre mío, si de verdad
engendraste con Clímene, dame una señal.
Entonces el Sol le dijo:
-Nadie
puede negar lo que es verdad y para que no lo pongas en duda, pide un regalo.
Juro por la laguna de Estigia, la única que obliga a los dioses a cumplir lo
prometido, que te concederé lo que me pidas. Y Faetón pidió conducir durante
todo un día el carro que lleva al astro brillante de este a oeste cada día. Apenas lo dice, su padre se arrepiente
del juramento dado:
-¡Ojalá me fuera permitido renegar de mis palabras! ¡Pídeme
otra cosa, pero no ésta!
Intentó persuadirle de su idea, pero Faetón seguía intentándolo. Faetón insiste, el carro es lo que quiere y no otra cosa, y el Sol no puede faltar a su juramento. Entonces, intenta convencerlo enumerando los riesgos a que se expone.
Intentó persuadirle de su idea, pero Faetón seguía intentándolo. Faetón insiste, el carro es lo que quiere y no otra cosa, y el Sol no puede faltar a su juramento. Entonces, intenta convencerlo enumerando los riesgos a que se expone.
Y Apolo, no sin gran
miedo, aceptó y condujo a su hijo a la obra maestra de Hefesto, el carro dorado
adornado con gemas chispeantes. Apolo no dejaba de dar consejos a su hijo, pero
éste, impaciente, apenas le oía.
La Aurora abrió sus puertas rojas y las estrellas huyeron
apresuradas mientras se desvanecían los cuernos de la Luna. Las Horas fueron
las encargadas de uncir a los caballos que se agitaban, lanzando llamaradas por
las fauces, y el padre dió los últimos consejos, mientras unta el rostro de su
hijo con una sustancia divina. Sólo así podrá resistir el calor de las llamas,
pensó. Después ciñó la joven cabeza con los rayos y sin poder ocultar su
profunda angustia:
¡Que la Fortuna te ayude, hijo mío! Si desistes, que sea
ahora, cuando aún estás en suelo firme...
Helios no cesaba de hacerle recomendaciones. Debía
mantenerse siempre en el medio, ni muy alto ni muy bajo y seguir el mismo rumbo
que él recorría en forma cotidiana. Faetón subió al carro de oro del
sol tirado por caballos en llamas, partió y los alados corceles lo
llevaron hacia lo alto perdiéndose en los cielos e iniciando el camino del
nuevo día.
Pero el
carro se movía demasiado y los caballos se asustaron. Faetón no logró dominar
el carro, perdió el control. Primero se fue demasiado alto, haciendo
que la tierra se enfriara y chocando con cuerpos celestes lo que
provocó un verdadero caos cósmico. Después el terror hizo soltar a
Faetón las riendas, y los caballos galoparon por rápidas y escarpadas
pendientes hacia la tierra.
Comenzó a incendiarse aquí y allá las altas cimas; la
corteza terrestre se abrió en grietas; ardieron los árboles y las mieses como antorchas,
y los montes se convierten en gigantescas llamaradas.
Devoradas por las llamas desaparecen las ciudades, orgullo de los
hombres, que cayeron junto con ellas convertidos en cenizas. Finalmente Faetón
cae dando vueltas hacia el abismo y describe en el aire una larga estela, como
una estrella que aunque no llega a caer lo parece.
Texto adaptado de Metamorfosis; Ovidio Antología, Cristina Sánchez Martínez.
facebook/rosariovalcarcel/blogspot.com
De mucho gusto, amiga. Gracias por presentárnoslo.
ResponderEliminarAbrazos
Gracias, querido amigo.
ResponderEliminarun beso grande, grande.