Por: Eduardo
Sanguinetti, Filósofo
Es una realidad “encauzada”, que en la aldea global,
la comunidad tecnologizada y manipulada desde los medios corporativos de
comunicación “ad hoc” e Internet, los usos, costumbres y actitudes sexuales,
están atomizadas en alto grado.
La sexualidad se difunde como estímulo mercantil, como parte
activa del gran negocio de activos incorpóreos, representados por los
sujetos-objetos, que automatizaron sus relaciones cual máquinas de follar, sin
la presencia de Eros, que conservaba y elevaba la vida, como “principio de
placer” (Freud dixit).
Hoy, con la integración del sexo y sus prácticas, en los
ámbitos del negocio de los poderes, la sociedad no ha ampliado la libertad
individual, todo lo contrario, la sociedad articuló nuevas maneras de controlar
al individuo. Y este control del individuo se logra mediante la producción de
“máquinas de follar”, es decir individuos que siguen las tendencias de una
aparente liberación sexual, pero sin los “Principios del Placer”,
indispensables para una plena sexualidad en vida, donde el deseo, hoy ausente,
actúe a modo de prólogo indispensable para alcanzar un estadio de plenitud en
libertad, de nuestros instintos y sentidos puestos en acto a voluntad de cada
uno sobre cada uno.
Como núcleo de este concepto, se encuentra el conflicto
entre sexualidad (energía del “Principio de Placer”) y sociedad (energía del
“Principio de Realidad”) ampliamente estudiado y difundido por Freud. El choque
entre el Principio de Placer y de Realidad, es conducido mediante una
liberación absolutamente controlada, que incrementa la satisfacción por aquello
que ofrece la sociedad.
Pero de esta manera la energía libidinal modifica su función
social en la medida que la función sexual está hiperpromocionada y alentada a
cualquier costo, incluidos productos de la industria de la droga que hacen
follar hasta a una momia, en nombre del progreso, el entendimiento y la
libertad virtual, que Gran Hermano ordena y dispone, pasando a un tercer
estadio el “Principio Tecnológico”, donde la libertad sexual es sojuzgada y
puesta en beneficio de prácticas de diversión alienantes, humillantes y
represivas, para de ese modo llegar a un control más enérgico sobre un
individuo anestesiado, sin capacidad ni voluntad de resistencia.
Todavía existe una cultura superior, que aún vive entre
nosotros; es muy accesible, pero los poderes hace un par de décadas, le han
bloqueado los espacios espirituales, donde esta cultura podía ser asimilada en
su contenido y en toda su verdad. Los gobiernos y corporaciones capitalistas
hoy asumen, organizan, reprimen, censuran, compran y venden lo que denominan
cultura del presente: ideas que devienen en adoptar a presión actitudes y
comportamientos, como los sexuales, que se traducen en ideas operacionales, que
actúan directamente en una actitud, cual proceso social y político en acto.
Los modos del pensamiento e investigación dominantes en esta
cultura del presente, tienden a identificar los conceptos normativos y
represivos con realizaciones sociales efectivas o adoptan más bien, como
normas, los modos en los cuales esa sociedad en caída libre, “traduce” estos
conceptos a la realidad, construida en las corporaciones de los medios de
comunicación, intentando mejorar la transposición. El resto, lo que es
intransponible, se considera como especulación de un “pasado perimido por
decreto”.
Educar para una independencia intelectual y personal, en
beneficio de la comunidad, suena como si se estuviera hablando de un fin
aceptado y aprobado. En realidad no es así, pues también conlleva consigo el
educar, efectuar denuncias, manifiestos, proclamas que no siempre se acomodan
en beneficio del gobierno de turno. Por lo tanto se convierten de inmediato en
subversivos y violadores de algunos de los más sólidos tabúes democráticos del
capitalismo. Pues la cultura democrática capitalista dominante promueve la
heteronomía (como contraposición a autonomía), bajo la máscara de autonomía,
dificultando y retrasando el desarrollo de la satisfacción de necesidades y
limitando el libre pensar y la experiencia.
Estas tendencias represivas y regresivas acompañan la
creación de una comunidad, ya en acto, bajo una administración absoluta del
hombre, y las alteraciones simultáneas del modo de trabajar, comprar, vender,
transitar y follar, socavan los fundamentos de la democracia.
Tras el simulacro de la libertad tecnológica, se acepta la
heteronomía (reitero: antónimo de autonomía) en formas de libertades y
comodidades, cual prostitutas rentadas de la sociedad del espectáculo
multimediático capitalista, donde el resultado se visualiza en un estado de
mutua dependencia general que oculta la verdadera jerarquía.
La cultura fue redefinida en el régimen capitalista: las
grandes obras del pasado, musicales, literarias, filosóficas, teatrales e
incluso cinematográficas siguen siendo perdurablemente válidas, pero lo que
expresan pierde su verdad. Estas obras que en el pasado destacaban y resaltaban
en forma escandalosa muchas veces la realidad que denunciaban o dibujaban,
incluso estando en contra de ella, han sido neutralizadas, reduciéndolas a ser
“obras clásicas”, con lo cual ya no conservan su delirio creativo, en una
sociedad alienada donde las ideas, si es que existen, son normativas,
no-operacionales, en consecuencia de la servidumbre, desigualdad, injusticia y
dominio institucionalizado de una comunidad, sojuzgada bajo la pesada bota del
capitalismo, en su cenit.
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