El caso es que una de estas actividades con las que
procuraba entretener mi ocio consistía en robar objetos en los grandes
almacenes. Sujeta corbatas, gemelos,
broches, cinturones, bolígrafos, calcetines, libros, discos y,
ocasionalmente, un par de zapatos, gozaban de mis preferencias frente a otros
objetos más valiosos, pero de complicado acceso. En realidad lo que menos me
interesaba de estas incursiones era el botín, que repartía generosamente entre
mis amigos; yo me quedaba con la emoción de vulnerar la ley enfrentando mi
limitado talento a un sistema 1 ponerse a: poderoso por cuyo interior la gente
circulaba de un lado a otro, llena de paquetes, como las locas hormigas por el
interior de sus galerías. Yo, sin embargo, circulaba por esos túneles,
horadados por escaleras mecánicas y huecos de ascensor, ajeno a aquella lógica
de intercambio que parecía consumir a hombres, mujeres y niños. La mirada de locura
que les veía utilizar al inclinarse sobre un artículo, para valorar su
condición y su precio, me parecía fuera de lugar y me costaba comprender que
les gustasen las cosas que les gustaban; pero sobre todo, que pagaran por ellas
el precio que pagaban. Argumentaba que si algo te atrae debes encontrar el
camino menos arduo para conseguirlo. Claro que yo soy un poco especial, pues la
verdad es que siempre he obtenido lo que me apetecía sin invertir en ello
grandes esfuerzos. Esa facilidad innata ha provocado siempre entre los otros y
yo un distanciamiento poco apto para la creación de un clima de comprensión
mutua.
Recuerdo, por ejemplo, que siendo niño se pusieron de moda unas plumas estilográficas que tenían alguna característica especial. Pues bien, mis compañeros de clase ahorraron durante meses para llegar a comprarla; ignoro cómo no se les agotó el deseo en una espera tan larga. En cambio, yo me fui un sábado a unos grandes almacenes y la robé. Se podría pensar que con esta actitud mía se corren grandes riesgos. Pero no es cierto; en mi caso, al menos, puedo horadar noches ni el modo en que tales sucesos llegaron a inscribirse en mi conciencia. Sí sé que en torno a ellos se han articulado todos los demás hechos de mi vida afectiva y que no ha habido un solo día desde entonces en el que no pensara en aquella mujer, cuya casa abandoné al regreso del marido insensible. En cualquier caso, la aventura transformó mi carácter, dotándolo de unos matices nostálgicos propios de aquellos seres que sufren una amputación íntima, una carencia, una separación que sólo la muerte es capaz de aliviar, siquiera parcialmente. Entre tanto he ganado el dinero preciso para comprar estos terrenos donde estaba su casa y donde pienso erigir una enorme escultura, tallada en piedra, que reproduzca lo más exactamente posible aquel armario.
Tal vez ella, si vive, reconozca el mensaje y comience, como yo, a anhelar la muerte.
Recuerdo, por ejemplo, que siendo niño se pusieron de moda unas plumas estilográficas que tenían alguna característica especial. Pues bien, mis compañeros de clase ahorraron durante meses para llegar a comprarla; ignoro cómo no se les agotó el deseo en una espera tan larga. En cambio, yo me fui un sábado a unos grandes almacenes y la robé. Se podría pensar que con esta actitud mía se corren grandes riesgos. Pero no es cierto; en mi caso, al menos, puedo horadar noches ni el modo en que tales sucesos llegaron a inscribirse en mi conciencia. Sí sé que en torno a ellos se han articulado todos los demás hechos de mi vida afectiva y que no ha habido un solo día desde entonces en el que no pensara en aquella mujer, cuya casa abandoné al regreso del marido insensible. En cualquier caso, la aventura transformó mi carácter, dotándolo de unos matices nostálgicos propios de aquellos seres que sufren una amputación íntima, una carencia, una separación que sólo la muerte es capaz de aliviar, siquiera parcialmente. Entre tanto he ganado el dinero preciso para comprar estos terrenos donde estaba su casa y donde pienso erigir una enorme escultura, tallada en piedra, que reproduzca lo más exactamente posible aquel armario.
Tal vez ella, si vive, reconozca el mensaje y comience, como yo, a anhelar la muerte.
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