El gato blanco asomóse
a la luna del espejo,
y vio surgir otro gato
de la arena del silencio.
Se acercaron al cristal
despacio, como temiendo
que su guillotina de aire
fuera a partirlos por medio.
Pisaban muy de puntillas
y eran sus pasos tan lentos
cual si calzasen babuchas
de dormidos terciopelos.
Frente a frente se miraron
desde témpanos de hielo;
atril del uno del otro,
el uno del otro, asedio.
Sugerían un paisaje
de bambúes somnolientos
esperando la embestida
de unas zarpas al acecho.
Quebrada línea en los bordes,
vetas de azogue en el centro,
marcaban sus grandes ojos
los manómetros del miedo.
Sus madejas de resortes
en un instante se abrieron
y los lomos enmarcaron
ágiles bielas de acero.
Solo sus albos bigotes
permanecían serenos.
Y eran los dos tan iguales
en nombre, color y gestos,
que el de adentro saltó fuera
y el de afuera cayó dentro.
Y ahora, yo ya no sé
cuál es el gato que tengo:
si es el que siempre he tenido
o el del fondo del espejo.
Pedro García Cabrera, 1951
En su diario relata una ingrata experiencia: Un día, por ignorancia lanzó un perrito a un estanque y esperó a que se ahogara. Esa estampa le despertó tal remordimiento de conciencia que a lo largo de toda su vida cultivó un profundo amor por los animales. Llegó a tener en su casa más de una treintena de gatos, todos ellos siameses. Por tal motivo, el poeta gomero, Pedro García Cabera le dedica el poema Alondra de los dos gatos
Entresacado del libro de Emiliano Guillén Rodríguez a José Enrique Marrero Regalado. Un granadillero ilustre. (Ilustre Ayuntamiento de Granadilla de Abona, 2015)
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