La dichosa pandemia del Covi19 no termina de despedirse, ni los fuegos de verano, ni los cataclismos que provoca el planeta, como el drama del volcán de Cumbre Vieja en la isla de La Palma, que igual que la parca ha iniciado su viaje de destrucción y dolor. Actualmente vivimos con la sensación de pérdida, de sabor a muerte, de no saber con claridad como sucumbir en este planeta por el que transitamos.
Pero los estudios han demostrado que tras un
desastre natural, la gran mayoría de las personas reaccionan con valentía y se
adaptan a estas situaciones estresantes sin desarrollar gran tipo de psicología
grave.
Mas la vida es más sorprendente de lo que habíamos
pensado o soñado. El miedo y la amargura, los problemas de concentración, la
pérdida de memoria nos ha alcanzado y hemos sufrido la ruptura interna,
perturbaciones, tormentos que se ha quedado grabados en la memoria. La pandemia
y ahora el volcán de La Palma nos está llevando a un incremento de diagnóstico
de trastornos psicológicos serios. Nos han sacudido la salud mental de la
población y ha aumentado las autolesiones en intentos de suicido entre los
jóvenes.
Y a pesar de que actualmente nos estamos
incorporando a la “nueva normalidad”, al
reencuentro por fin presencial, a cumplir nuestros deseos, esos que hace muy
poco tiempo parecían incansables, a de que estamos retomando los latidos
callejeros, la belleza de la cotidianidad y el placer de las pequeñas cosas, otros
siguen aterrados, no se quitan las mascarillas ni en los lugares permitidos,
viven sin disfrutar de las montañas ni el mar, las tardes apacibles y las
noches estrelladas. Viven con una sensación de que hay que seguir batallando
con nuestro sufrimiento, tristeza y confusión, sin plantearse la opción de ir
aligerando cargas, asumiendo, eso sí, todo lo vivido.
Viven con el alma en un puño, se niegan a compartir mesa con otro amigo que no sea conviviente. Sienten un miedo exagerado a ser tocado, temen el contagio, que lo alcance la enfermedad, la incertidumbre, las miserias diarias. Solo se sienten seguros en su aislamiento, en su propia cueva, en su propio mundo.
-No podremos vernos, lo siento, lo siento.
Salir de casa es muy peligroso. Nada es seguro
-No podremos vernos, lo siento, lo siento.
Salir de casa es muy peligroso. Nada es seguro
-
No podremos
vernos, lo siento, lo siento. Salir de casa es muy peligroso. Nada es seguro.
Me dijo mi amigo Juan Ignacio, a través del
teléfono, a pesar de que yo había recorrido dos mil quinientos kilómetros para compartir
un ratito de amistad.
Lo triste es que los grupos más afectados han sido, adolescentes,
jóvenes, mujeres, personas mayores con enfermedades mentales previas y clases
sociales más desfavorecidas, han sentido una gran impotencia por no saber cómo defenderse
de un enemigo invisible y letal. Un enemigo que nos ha llevado a la pobreza, a
las colas del hambre. Nos ha llevado a un incremento de diagnóstico de
trastornos psicológicos serios.
Pero como
afortunadamente el tema de la salud mental ya no es un tabú, ell@s han buscado
ayuda psicológica, experimentando una gran crisis en el sistema público
sanitario en España.
Una crisis que ya existía mucho antes de marzo del
2020, en la que, a diario, se suicidaba una media de 10 personas en España. Los
ataques de ansiedad y los trastornos depresivos estaban al alza e íbamos a la
cabeza de Europa en el consumo de ansiolíticos.
No
estamos preparados para esta pandemia, ni para ningún cataclismo. Vivimos con
la sensación de destrucción, de sabor a muerte, de no saber cómo sucumbir en este
enloquecido mundo que nos lleva a esa desesperada confusión y al delirio brutal
que alimenta las enfermedades
mentales, el ofuscamiento que nutre la enfermedad, el mal, el vacío, la nada.
Los líderes de la tierra se han visto en encrucijadas
dramáticas, en fenómenos complejos, en tener que buscar asesoramientos, curas
secretas, en tomar opciones algunas veces no entendidas: entre salvar a
millones de personas del virus, atender a uno de cada cinco españoles que sufren
depresión o destruir millones de vidas por la quiebra económica.
Decía el escritor uruguayo Eduardo Galeano: …El destino es un espacio abierto y para
llenarlo como se debe hay que pelear a brazo partido contra el quieto mundo de
la muerte y la obediencia y las putas prohibiciones
Y para que no
nos alcance la frontera entre la locura y la muerte creo que trabajar las
emociones será lo prioritario, urge algún tipo de reforma drástica: campañas de
sensibilización; formación y capacitación en los ámbitos sanitario y educativo.
Actualización de la estrategia de salud mental. Aprobar un plan nacional de
prevención ante los trastornos mentales. Además de estar convencida de que es
necesario aumentar las ratios de psicólogos y psiquiatras por habitante en la
Sanidad Pública, así como en atención primaria para que las terapias en grupos
vulnerables no sea un privilegio de unos pocos.
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