Olga J Cabrera Negrín, es una poeta de vocación tardía. Una mujer que al jubilarse sintió la necesidad de darle un nuevo sentido a su vida. Se inscribe en un curso en la Universidad y experimenta con la fotografía, con la guitarra, con la lectura, hasta que un día el poeta, narrador y psicoanalista Juan Francisco González Díaz le invita a un evento poético y descubre el poema como comunicación estética, se refugia en él y se incorpora al taller literario Espejo de Paciencia que dirige dicho poeta y psicoanalista. Comienza a escribir, a indagar en el misterio de la memoria y de los sueños para acceder a su pasado, desvelar los recuerdos como si fueran paisajes, fuentes de sentimientos, reflejo de emociones. Y nos presenta su ópera prima: Por la isla que dibujé
Un poemario dividido en dos partes: El camino
y Párpados de mi voz.
En El
Camino, la poeta se hace niña y dibuja con gran capacidad de captación los
sueños, el paisaje insular, un paisaje de meditación y calma. Toda una
invocación al origen, a los recuerdos, al pasado, que vuelca en
la naturaleza y se manifiesta en forma de: pájaros, luna, lluvia, mariposas. Celebra el entorno idílico del mar
con sabores salados y cálidos. Escuchamos los charcos, el respirar de los
peces, los árboles y las estrellas. Nos enseña a entender su infancia con una
poesía emotiva y símbolos infantiles como el verso el Caballo de madera en el poema Brindis:
Entre cayados de riachuelos / mis pies
muerden los peces rojos. /Estrellas se lavan en el reflejo de la luna, / juegan
con las ranas del estanque / y los árboles se cubren con tupidas flores. /A mi
lado, bajo las ramas, un conejo / busca su madriguera. / Escondidos,
/ aguardamos /que amaine el temporal. Del poema No sé
dónde buscar.
Capta bien la atmósfera del tiempo, el tiempo por el que pasamos, el dolor, la soledad, la esperanza; sentimiento dominante en la vida de los humanos y de tantos otros motivos de las circunstancias de las personas, como en el poema Mesa apartada (A un cuadro de Hopper) que, al fin de cuentas son el eje de este poemario.
Bajo el sombrero, los sentimientos peinan
tirabuzones, / en su abrigo de paño se apretuja el desamor. / En una apartada
mesa se sienta a tomar café, / lágrimas mojan su falda, el corazón gotea. / Con
la taza en las manos baja su mirada, añoranzas bebe. / No controla la canción
del viento, en notas de sollozos se aleja. / Peldaños de hojalata visten su
hogar, recuerdos traen los jilgueros. / En ramas de pájaros disecados los olvidos
caminan. / Iluminan proyectos las estrellas, que balancean la cuerda de su
escritorio. / En la calle la pared cuenta, / a la vuelta de la esquina.
/Lentamente/ comienza / a caminar…
Junto a esa razón central de los recuerdos de la infancia, Olga J Cabrera, es una mujer enamorada de la vida, que echa una mirada al mundo de los afectos, la cotidianidad, los apegos, el amor, y los convierte en versos libres. En los que las palabras evocan símbolos, metáforas, paralelismos. Se refugia en ellos como si fuese una membrana protectora, una segunda piel que la puede alejar de la incomunicación, el sufrimiento, la soledad. La lucha contra el tiempo. El deseo de afirmación frente a los abismos.
En el
poema Huesos, la poeta nos presenta con un vocabulario entrañable la metáfora
al ocaso, dedicado a su abuela. Nos imbuye en un pasado rural, en el deseo de
apresar el tiempo que huye Escuchemos la
voz de la poeta:
… Con alpargatas de negrura, sortea las
piedras. / El viento balancea su traje de aire, besa la tierra. / Busca yerba y
en el delantal guarda guiños / para dar de comer a la vaca,
con las gallinas se acuesta en sábanas soleadas. / Por la
ventana entra la claridad,
enciende lumbre para que sus hijos sorban el café. / Le gusta
extasiarse en el crepitar de las llamas, / secretos se dibujan en las imágenes
de pabilo largo.
En la
segunda parte, Párpados de mi voz.
Olga J Cabrera, se convierte en mujer y el
leitmotiv de sus poemas son las relaciones presididas por el amor y el deseo.
La soledad y la incomunicación, el vacío. Nos ofrece un mundo de sombras y
luces, de una memoria que vive el propio desorden de la desmemoria, en el
aturdimiento de sus recuerdos.
Y ella no recuerda no recuerda qué es el amanecer. / Sumergidos, / llenan sus miradas, /
mariposas revolotean bajo la falda. / Trepan por las ramas, voluntades enredan,
/ con zapatillas de tela transitan caminos gastados. / Exhaustos de amasar
historias de azúcar / emborronan la escena, cuando las horas cantan redobles
/las sombras /despintan las paredes blancas. /En la claridad de la luna los
silencios se abrazan, / lejos del país del hojaldre / las cerraduras se vuelven
invisibles.
Hay un cultivo
de las emociones, de cierta ingenuidad, a través de los deseos que cobran vida,
que conviven con la entrega como reflejo de nuestro mundo y de nuestra
capacidad de vivirlo, como en el Poema Hojas de acacias:
… Ansiosas las
bocas se encuentran/ de la forma que te gusta que nos besamos, / nos amamos,/…
Para la poeta,
la noche y los sueños son testigos de los latidos de la vida, de los apetitos,
a sabiendas de que todo amor es, en definitiva, pérdida, dolor en el placer,
deseo imposible de querer volver a su infancia, quizás porque sabe que no hay
reino sin infancia.
Olga J Cabrera
cargada de ese mundo de recuerdos, medita, sueña, escribe y deja constancia en La isla que dibujé, lo mucho que le
concierne el ser humano.
Rosario Valcárcel, poeta, narradora
Blog-rosariovalcarcel.blogspot.com
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