Pedro J Valcárcel
Apetecía pasear por el centro de
Palma. Abordamos el frente marítimo construido en los años sesenta, con el
comienzo del boom turístico español, cuando el por aquel entonces ministro
franquista, don Manuel Fraga, hizo célebre aquella sentencia según la cual,
“España era diferente”, a través de una inmensa avenida junto a una hilera de
palmeras con la vista puesta en la catedral de estilo neogótico, y aunque el
día barruntaba algo de lluvia, finalmente disfrutamos del buen tiempo. Nos
encaminamos hacia el centro histórico y comercial en medio de un enjambre de
calles estrechas con sugerentes escaparates de tiendas, iglesias que formaron
parte de la historia de la ciudad y el resquicio para el descanso de algunas
plazoletas con terrazas para el aperitivo y negocios de restauración, rodeados
de un mobiliario arquitectónico que transita desde Roma, Bizancio, vestigios
árabes y el barroco, hasta el modernismo, junto a las tradicionales
construcciones mallorquinas con la contraventana verde y la cortina blanca a modo
de toldo de las casas señoriales. Todo ello, producto de las diversas
invasiones a las que se vio sometida la isla, de parte de los romanos,
bizantinos y musulmanes, en un enclave estratégico favorecedor para el comercio
con los fenicios, hasta que finalmente, las tropas de Jaime I, cuya estatua
emerge en la Plaza de España, conquistaron y cristianizaron la Isla.
La Serra Muntana (con dicción mallorquina), se extiende a lo largo del noroeste de la Isla hasta Pollença -y poco más allá, Alcudia, antigua capital de Mallorca, con su castillo como importante reclamo turístico y en dirección a la costa, su enorme cala limitando con la avenida, para turismo de masas-, previamente en ruta desde la autovía, donde el paisaje se torna verde y el valle se agranda, divisamos algunos pueblos como Inca, con sesgos antiguos teñidos de color arena, propios del Mediterráneo. La costa espera al abrigo de las calas más pequeñas y atractivas, siendo mayormente frecuentadas por turismo alemán con los primeros rayos de Sol de la mañana, en una conjunción de contrastes en los que destacan el color turqués de un mar en calma que reposa al abrigo de una costa alta y rocosa, y más hacia arriba, la arboleda que nos acompaña a través del sendero en descenso, hasta llegar al paraíso.
Valldemossa, que bien podría ser
el epítome de cualquier pueblo cumbrero canario -con las lógicas diferencias-
en semejanza a la altura sobre el nivel del mar y el fresco que corre por sus
angostas y empedradas callejuelas, allí donde Chopin vivió su idilio con la
periodista y escritora francesa George Sand, y donde también Rubén Darío dejó
su huella, es probablemente, el pueblo con mayor atractivo de la isla. El pan
de papa con un rocío por encima de azúcar glas, una empanada mallorquina o la
ensaimada al gusto, son un buen reclamo para el descanso y disfrute del lugar,
servido todo ello por la acostumbrada afabilidad isleña.
Si a todo ello lo acompañamos de la gastronomía autóctona, amplia, gustosa y variada, sugiere la visita.
Foto entresacada de las redes y foto enviada por Pedro Valcárcel
Blog-rosariovalcárcel.blogspot.com
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