Penetré en el árbol, en su sistema
sanguíneo, lo recorrí como una larga caricia de savia y vida, un abrir de
pétalos, un estremecimiento de hojas. Sentí su tacto rugoso, la delicada
arquitectura de sus ramas y me extendí en los pasadizos vegetales de esta nueva
piel… “La Mujer habitada” de
Gioconda Belli
Los vientos soplan. Y en las islas ese
poder está en manos de los alisios que como si fuesen seres vivos son capaces
de templar la temperatura, de hacer renacer la vegetación, de cobijarnos y
protegernos del calor, pero también cuentan que los alisios tienen poderes de
encantamiento mágico, y debe ser cierto porque Natalia Bellis nos dice
que se identifica con las influencias atlánticas, y que su luz no solo ha
inundado su retina, sino que ha cambiado su expresión lírica, su manera de
pensar, de ver los colores, de transmitir e interpretar un sentimiento y de ver
el mundo. Los alisios le han dado vida a su paleta alegre, a su pintura.
Los
comienzos de Natalia Bellis fueron con el pintor Rubén Darío Velázquez quien le
enseñó la pintura moderna. Después poco a poco ha ido buscando su propia
personalidad, sus ensoñaciones y sus fantasías en contacto con los jardines
y la flora, con el mundo espiritual, con la naturaleza, con las viejas
estampas imaginarias.
Así
habita la tierra, sus corazones, distingue la verde penumbra sembrada de
brillos, aspira el dulzor de las plataneras que beben de la acequia, los
árboles que suspiran y se agitan en la noche.
Y recuerda su infancia y se adentra en
el hábitat, en el olor a las noches frescas, en su suave brisa. Y
revive con intensidad el aroma de las plantas que le penetra por todos lo
poros, escucha el croar de las ranas. Y se empapa de cuanto hay de misterioso,
de mágico, de susurrante en las hojas de los árboles, en el verde, en las aguas
oscuras. Entonces le vienen destellos, la humedad, los matices, las formas, el
sabor peculiar del fruto, la poesía misteriosa, el color, y como diría Borges
el peso del alma.
Y le da rienda suelta a su fuerza vital,
a sus emociones, y
pinta escenas insulares: plátanos verdes, muy verdes, la corteza de los
árboles, su bellota, sus hojas tiernas o maduras y las flores en los distintos
momentos de florescencia. Y derrocha pinceladas luminosas con gamas de colores
artificiales porque no le gusta reflejar la realidad tal cual la ve, sino
aquella que surge de la memoria del olvido, de la fantasía.
Y se aprovisiona visualmente de la
naturaleza, del mar de Sardina del Norte y sus diversiones infantiles que le
han dejado la huella de los faros erguidos, de las barcas que se mecen a sí
mismas, de la cultura del mar: charcos y peces, barcas y fondos marinos y
playas solitarias. Y
la reinterpreta
a partir de su percepción.
Pero
también podemos ver dípticos y trípticos y tablas de flores pintadas a modo de
puzles y escenas
del costumbrismo de nuestra vecina África, escenas que ella titula “Mi tiempo
en Marruecos” donde nos muestra: mujeres y camellos, el singular colorido del
desierto, el viento que se arrastra y el contraste de la luz. La soledad.
Porque su pintura emana de la luz,
del color y del juego que desborda con libertad, de una búsqueda
constante que se expresa en el recurso emocionado de la memoria. De
la riqueza y exuberancia de nuestra tierra, de un color que es sinónimo del paraíso:
el verde.
Y así como nuestro conocido Néstor pintó
biombos repletos de flores, frutas, loros y hasta el popular rascacio, Natalia
nos ofrece igualmente biombos con decoraciones vegetales, trazos que parecen
pintados en el aire con fondos en masas de color que reflejan su capacidad
decorativa, acentuada por un cromatismo alegre, muy personal. Porque ella al
igual que César Manrique está convencida que el arte tendría que resultar
útil para la vida, para el bienestar y la felicidad humana
Querida Rosario:
ResponderEliminarGracias por este artículo sobre la pintura de Natalia Bellis. ya he podido apreciarla en tu muro de Facebook, en el de Diego y en un largo etcétera de muros que no son muros sino horizontes abiertos. Lo que no sabía es esa especial predilección por el paisaje de Sardina del Norte, donde vivo, como en el paraíso, mi esquina Paradise.
Un abrazo fuerte a las dos.
Antonio.
Sí, Antonio: Recrea Natalia la playa de Sardina del Norte, los recuerdos de su infancia, el olor al mar, el faro, las barcas... Los cálidos días de verano vistos por una niña. Ese mundo feliz.
ResponderEliminarAh y si te das un paseo por el Hotel Neptuno de Playa Alféreces Provisionales) del Inglés puedes ver colgada la obra durante todo el verano.
Mi abrazo apretado.
Debo decir Rosario que me siento halagada por ver lo que mi obra y visión sugieren en los demás. Son palabras preciosas, pero precisas, has captado muy directamente lo que quiero expresar, mi visión de nuestro alrededor, con un poquito de cariño, con un poquito de bondad hacia el ser humano, que es al final quién está siendo maltratado por una naturaleza que se rebela por ser agredida. Un abrazo grande, enorme de gratitud por tus palabras, qué gran sensibilidad rodea tus palabras.
ResponderEliminarMil gracias, Natalia