¡Oh, mar!
dame tu mano derecha
para que transitemos
el redondo planeta
hacia cualquier mar.
Abdelkrim Tabbal
Es moreno no muy alto y tiene los ojos
grandes.
Se llama Mokhtar y está trabajando en una
peluquería de Siete Palmas, haciendo las prácticas de sus estudios. Hace un mes
cumplió los dieciocho años.
Yo nunca lo había visto, por eso al
entrar en el Salón me sorprendió que saliera a recibirme. No sabía lo que
pasaba, sólo pensé que quizás la antigua propietaria habría traspasado el
negocio.
¿Qué se va a hacer?
Me preguntó. Lo miré un par de veces
antes de contestarle. Luego me colocó una bata, una toalla sobre los hombros y
empezó a inspeccionar mi cabeza con sus ágiles dedos que no se detenían,
mientras yo le explicaba que quería renovar mis mechas. Luego se produjo un
silencio, una sensación de irrealidad.
Cuando ya tenía preparado el tinte
aparecieron mis peluqueras de toda la vida. Me sentí aliviada. Él se quedó
cerca observando como Yaiza deslizaba el pincel sobre mi cabello, mientras
Maricela, la dueña del negocio le daba instrucciones. Yo lo miraba por el
espejo una y otra vez, reparaba en todos sus movimientos, en como iba vestido,
en su mirada que revelaba mucho. Pensé un montón de cosas. Estaba
desconcertada, extraña y no sé por qué quise saber algo de él, así que me
incliné y le dije:
-¿Cómo llegaste a esta isla?
-Vine en una patera en el 2007, el 18 de
enero.
Sorprendida, me giré y le miré a los
ojos. Sentí una mezcla de emoción y de respeto.
Mokhtar me contó que su viaje duró cuatro
días. Fue una aventura terrible, decía -mientras sondeaba en su recuerdo-
navegábamos sobre un mar inmenso, sentados sin poder movernos, apretados y
manteniendo el equilibrio cuando las olas parecían que nos iban a envolver y
los violentos golpes de viento empujaban la patera. Cuatro días sobre un mundo
misterioso y desolado, sobre la gran manta del océano cubierta por un halo de
niebla.
Me daba mucho miedo. Me acordaba de que
no sabía nadar.
Los más viejos establecieron turnos,
continuó. Guardias de día y de noche para que los cuatro menores achicáramos
con garrafas el agua que entraba en la patera. Hubo un momento que casi se
hunde. Fue horrible. Me entró un sudor frío, mareado, vomitaba y sentía que se
me iba a arrancar el cuerpo.
Mokhtar gesticulaba con las manos para
explicarme que estuvieron a punto de hundirse, mientras ordenaba los
productos de la peluquería. A mí se me escapaba alguna palabra por el ruido de
los secaderos. Luego añadió con una sonrisa triste:
-Mientras dormitábamos los compañeros se
robaban unos a otros los tesoros que guardábamos en las mochilas, en la mía
había unas zapatillas deportivas, un chándal y un bocadillo, todo desapareció.
No alcancé a comer nada.
De pronto un barco se nos acercó con sus
luces encendidas, el mar retumbaba y nos angustiamos, creíamos que el océano
nos iba a engullir, que nos íbamos a diluir. Por instinto me agarré fuerte, me
sujeté a la patera. Creí que todo se iba a desvanecer y dominado por el pánico
me puse a rezar. El patrón nos alejó, corrimos un gran peligro. Mokhtar no
paraba de hablar, recordaba muy bien el viaje. Parecía una historia dentro de
otra historia, sin puntos ni comas. Yo cada vez me sentía peor.
Mi padre me dijo que el marcharme de
Marruecos sería insensato, mientras agitaba la cabeza de forma negativa. Me
recordó que hacía unos días había naufragado una patera donde iba un primo mío,
añadió que todos habían muerto. Me quedé helado. Él deseaba que me hiciera
policía que me hiciera un futuro allí. Yo tenía claro que no podía seguir su
consejo. Vivíamos cerca de Sidi Ifni en un pueblo donde se hace aceite que
llaman Argan, es un aceite que lo hacen los bereberes. Pero los Ait Baamran
tenemos problemas, estamos marginados. Es difícil vivir con el olor de la
pobreza. A pesar de ser como otros de carne y hueso nos han olvidado. Pedí
dinero a toda la familia y poco a poco reuní los quinientos euros que
necesitaba para embarcar.
Una noche sin luna llegamos a un lugar
muy pequeño, a la isla de La
Graciosa. Mis amigos
y yo, asustados, nos tiramos al agua y no nadamos, corrimos. Mouloud se partió
una pierna al tropezar con unas rocas afiladas. Los demás se escondieron,
querían escapar. Nadie nos esperaba. A mí me parecía que la isla daba vueltas.
Me extrañó que hiciese tanto frío. Cerca de la playa nos encontramos con un
señor, estaba en la puerta de su casa con unos perros. Nos dio unas mantas y
comida y luego nos preguntó si quería que llamara a la policía. Nosotros
sabíamos que eso era lo mejor. Yo tenía dieciséis años y mis amigos eran aún
más pequeños. Me dolía la cabeza, el cuerpo lo tenía colorado, me ardía.
Pronto llegó la policía, la ambulancia y
nos trasladaron a una comisaría. Por la tarde nos subieron en un barco rumbo a
Lanzarote, llegamos a Playa Honda. Allí asistimos a revisiones médicas, nos
sometieron a pruebas óseas. Pruebas y más pruebas. Luego nos ubicaron en celdas
y nos dieron de comer un bocadillo de pavo con queso amarillo. Como no sabíamos
lo que era, lo tiramos, sólo comimos el pan. Yo soy musulmán.
Unos días más tarde nos subieron a bordo
de otro barco, llegamos a Gran Canaria. Durante dos años he permanecido en
Centros de Acogidas para menores. He estudiado en Centros educativos, he
aprendido muchas cosas, y en los talleres hice un curso de Peluquería.
Pero al cumplir los dieciocho años,
añadió Mokhtar, El Gobierno español me ha dado un plazo de tres meses para
arreglar mis papeles, para por fin poder trabajar y mandar dinero a mis padres.
Regularizar mi situación. Pero en tan poco tiempo es tan difícil como que haga
un viaje a la luna. Sin embargo he tenido suerte mi maestra habló con Maricela,
y ella se ha convertido en mi hada madrina. Ahora vivo en su casa, hago las
prácticas de mis estudios en su Salón y pronto tendré mis papeles en regla.
Tendré la recompensa por todo el sufrimiento. Podré ir a ver a mi familia sin
que me detenga la policía.
Ya hace algunos días que fui a la
peluquería y admito que estoy deseando volver para hablar con Mokhtar, para
escuchar sus aventuras, sus secretos. Los secretos y las penalidades de los
miles de jóvenes que llegan a nuestras tierras en una patera.
Una historia sobre la tolerancia que acalla la inconsciencia de la intolerancia. Como aquel gran poema tuyo, como tú, amiga.
ResponderEliminarUn abrazo grande.
Antonio Arroyo.
guauuu!!! con los pelos de punta.me alegro x el muxaxo que haya conseguido despues de tantas penurias lo que el deseaba y queria.y ojala existieran mas personas como la dueña de la pelukeria,se merece todo lo mejor!un abrazo
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