Ser plenamente conscientes de lo que está ocurriendo aquí y
ahora
Es el estado ideal para combatir las distracciones y
concentrarse en los objetivos
Por Gabriel García de Oro, enlace del país.es
Apenas he empezado a escribir este artículo cuando mi
ordenador me ha avisado de que tengo tres correos nuevos en mi bandeja de
entrada. Además, he recibido dos llamadas y varios mensajes. Ya puestos, he
entrado en el As para comprobar si había sucedido algo relevante en el mundo
del deporte. Media hora y aún no he escrito ni una sola línea.
La desconcentración es continua, el bombardeo no cesa. Mi
único consuelo, si podemos llamarle así, es que esto no me ocurre solamente a
mí, es el signo de los tiempos digitales. Según las estadísticas, como máximo
pasaríamos unos once minutos de media concentrados en una actividad antes de
que algo o alguien nos interrumpa. Y si nadie lo hace, somos nosotros mismos
quienes desconectamos.
Por si fuera poco, cada desconcentración provoca que
cueste entre diez y veinte minutos reemprender la actividad. No estamos
acostumbrados a estar presentes en el presente. Nuestro cuerpo está, pero no
nuestra cabeza. Nos hemos habituado a la distracción, a la atención parcial,
algo parecido a una plaga universal de síndrome de déficit de atención. Se
quiere estar tan conectado que se olvida de que lo primero es hacerlo con uno
mismo. Y esto produce estrés, ansiedad, sensación de agobio, de llegar tarde a
todo, de no tener tiempo para nada.
Así, no es de extrañar que haya irrumpido con fuerza el
concepto de mindfulness. Esta práctica de origen budista cuenta con más de
2.500 años de antigüedad, sin embargo en Occidente no aparece hasta hace unos
treinta años para tratar problemas asociados al estrés y al dolor crónico. Hoy,
las aplicaciones de este concepto se extienden a casi todos los campos, como
por ejemplo al de la educación y la enseñanza. Es habitual ver que las
universidades ofrezcan a sus alumnos talleres de atención plena, conscientes de
que en la mayoría de los casos la distancia que separa el éxito del fracaso no
reside en el talento natural, sino en la capacidad de concentrarnos, que
permite retener conceptos, relacionarlos, entenderlos e incorporarlos en
nuestras estructuras de pensamiento.
Y es que por más capacitado intelectualmente
que uno esté, sin atención el suspenso es casi seguro. Se ha de comprender que
el cerebro no es multitarea. Solo podemos concentrarnos en una cosa a la vez y
si no lo hacemos, si intentamos estar en varios lugares al mismo tiempo, no
conseguiremos un resultado tan satisfactorio como aquellos que con igual o
menor capacidad que nosotros sí que son capaces de poner todo el foco de su
atención en la actividad concreta que están desarrollando.
Los estudios científicos han demostrado lo que hace más de
dos mil años ya sabían los budistas, es decir, que un estado de atención
consciente ayuda no solo a reducir el estrés o la ansiedad, sino también a ser
más creativos, a poder juzgar y valorar las situaciones con mayor claridad, a
aumentar la resistencia emocional y a disfrutar más de lo que se está haciendo.
Como tantas otras capacidades del ser humano, la atención
también se entrena. Porque es un músculo que cuando se usa se fortalece y
cuando no, se atrofia. Los resultados, lógicamente, son progresivos y podemos,
poco a poco, ir alcanzando cotas de mayor atención. Además, si nos enfrentamos
a actividades que van a reclamar más concentración, como por ejemplo una época
de exámenes, entrenar unos minutos nos preparará para expandir los límites de
nuestra atención, minimizar los efectos de las distracciones, propias y ajenas,
y disfrutar del momento. Así que ahora vamos a crear nuestro propio gimnasio de
mindfulness. Para ello necesitaremos reservar entre 5 y 20 minutos al día de
entrenamiento y empezar con estos tres ejercicios que se pueden repetir cuantas
veces se quiera e, incluso, introducir todas aquellas variaciones que nos
vengan a la cabeza. Lo importante es practicar.
La pasa. Este es uno de los ejercicios más
utilizados en los talleres de mindfulness en todo el mundo. Es tan sencillo
como revelador. Se trata de tomar una pasa. Sí, una simple uva pasa. Pero no
nos la comemos, no aún.
Primero se observa con detalle y hay que centrarse en darse
cuenta del amplio abanico de colores y tonalidades, de cómo incide la luz en
sus pliegues, en su textura rugosa. En lo
irregular de sus formas a nuestros ojos. Se trata de captar
todo lo que se pueda ver. Luego, hay que cerrar los ojos y tocar la uva pasa.
Pero con mimo. Hacerla bailar entre los dedos, para darse cuenta de su tacto,
del nuestro; de cómo se mezcla su piel con la nuestra.
Después, con los ojos cerrados todavía, nos ponemos la pasa
en la boca. No la mordemos, sino que la acariciamos con los dientes primero
para luego notar que cae en nuestra lengua, acolchándola. Ahora exploramos con
la lengua, de la misma manera que hemos hecho con los dedos. Lentamente. Sin
prisas. Disfrutando de todo lo que una simple e insignificante uva pasa nos
puede ofrecer. Al final, ahora sí, la mordemos. Y somos conscientes de una
explosión magnífica que se produce en nuestros sentidos. Percibimos su sabor,
cómo se funde y confunde con el nuestro, con la saliva, con el gusto. Tratamos
de llenarnos toda la boca con esa mezcla, llegando a todos los rincones. Solamente
entonces nos tragamos la pasa y notamos cómo baja por la garganta, cómo
abandona la boca y se integra en nuestro interior. Una vez finalizado el
ejercicio, esperaremos unos segundos para abrir los ojos y celebrar que hemos
disfrutado de una pasa, tal vez por primera vez en la vida, en lugar de
engullirla. La hemos sacado todas las posibilidades que tenía para ofrecernos.
Eso es lo que ocurre con el presente, que si lo engullimos con las prisas y la
falta de atención, no dejamos que nos dé todo lo que tiene para ofrecernos.
Un estado de atención consciente
ayuda no solo a reducir el estrés o la ansiedad, sino también a ser más
creativos"
Pinte y coloree. No es la primera vez que en
este espacio se habla de la importancia de recuperar ciertas actitudes y actividades
infantiles en beneficio del desarrollo personal. Sin duda, este es uno de los
casos más llamativos. Y es que, últimamente, desde distintos ámbitos, se
insiste mucho en los beneficios del clásico pinta y colorea, que todos hemos
practicado, en relación con el mindfulness.
Se trata simplemente de tomar unas
plantillas en blanco y negro, sacar los lápices de colores y ponerse a pintar.
Con atención. Abstraídos. Concentrados. De la misma manera que cuando éramos
niños.
Probarlo no cuesta nada, en Internet podemos encontrar
infinidad de plantillas de todo tipo, sobre todo mandalas, que son las
representaciones del macrocosmos y el microcosmos usadas en el budismo y el
hinduismo. Esta actividad, tan simple, reducirá nuestro ruido interior, nos
permitirá entrenar el arte de poner el foco en una sola actividad, conectaremos
con nuestra parte creativa y estimularemos la psicomotricidad. Carl Jung, el
gran psiquiatra suizo, no dudaba en afirmar que “la práctica del mandala es la
única terapia que se puede hacer solo”.
Respiración. Igual que los deportistas aprenden que
para mejorar el rendimiento deben respirar correctamente, nosotros también
tendremos que practicar la respiración en nuestro gimnasio de atención plena. A
pesar de que existen muchas clases de respiración, se puede empezar con la más
sencilla, que es la respiración cuadrada. Básicamente se trata de acompasar la
respiración, darnos cuenta de que se está respirando y apartar todo pensamiento
que quiera inmiscuirse en este ejercicio. Eduard Punset, en su blog, enseña con
su aparente sencillez cargada de pedagogía cómo practicar la respiración en
beneficio de la atención plena:
“En primer lugar, adoptar una postura de descanso. En
segundo lugar, respirar profundamente gracias a una absorción moderada de aire
y su consiguiente y posterior exhalación. En tercer lugar, dejar que el
organismo supere el acto de respirar profundamente para acariciar, muy
brevemente, los pensamientos a los que se renuncia. En cuarto lugar, tomar nota
de que el acto de respirar fue interrumpido por algún pensamiento para volver
cuanto antes al proceso respiratorio. Basta con repetir durante diez minutos
cada día lo anterior –y ese es el quinto paso– para constatar que ha mejorado
la focalización de la atención”.
Un estudiante de artes marciales se aproximó al maestro para
hacerle la siguiente pregunta: “Querido maestro, a pesar de lo mucho que
aprendo con usted, quisiera mejorar mi conocimiento de las artes marciales.
Además de aprender con usted quisiera aprender con otro maestro para dominar
otro estilo y otras visiones que seguro me enriquecen.
¿Qué piensa de esta idea?”.
Conozco el mindfulness, Rosario e intento practicarlo. No es fácil por las razones apuntadas en el artículo. Besos
ResponderEliminarNo, no es fácil, Félix. Conmigo puede, jajajaj. ¿Por cierto no fuiste ayer al homenaje a Luis Natera?
ResponderEliminarBuen articulo , sabia algo de las mandalas. Ahora sería una buena idea pintar en ellas , pues parece una buena tarapia.. sobre todo los que tenemos tiempo aunque siempre se dice ..no tengo tiempo para nada.
ResponderEliminarUn saludo cariñoso