Después en el coche, las noticias. Un soldado del
Ejército del Sur del Líbano ha sido gravemente herido y dos israelíes están
heridos leves.
El mismo mar, Amos Oz
Igual
que si nos hubiésemos conocido de toda la vida, Violeta, Deolinda y yo empezamos a hablar del paisaje de Gran
Canaria, de sus comidas típicas, del clima de nuestra isla, de que Violeta
trabaja en La Universidad de La Laguna y que Deolinda, estaba casada con el
cónsul de Cabo Verde en Madrid.
El
Salón Internacional del Libro Africano: SILA 2013, nos acercaba este año a Cabo Verde para descubrir qué escriben, qué
cuentan y sienten más allá de nuestras orillas.
Y ese
día celebrábamos en un pueblo llamado Gáldar, un almuerzo de fraternidad entre
escritores, profesores, periodistas, unos llegados de África, otros de la
Península y de nuestro entorno canario. Organizado todo ello por Francisco
González, miembro del Comité Organizador y Director de Looking
For Development Asesores y Consultores S., así como la presidenta de la Fundación Canaria
Farrah, Pepy Farray y otros.
Disfrutábamos de la comida cuando Violeta, amistosa, nos contó que recientemente había regresado al Líbano, a su ciudad natal, que lo había visitado después de veintiséis años, y que cuando llegó contempló el paisaje, los nombres de los pueblos, la señalización de las carreteras. Se dejó llevar por sus sentimientos y se enfrentó de nuevo con la gente de su niñez, con la ciudad en donde se había criado, en donde había vivido hasta los diecinueve años.
Nos relató
que la ciudad no le pareció real, le pareció que la había soñado, que quizás había habitado lo invisible. Vibraba. Y nos afirmó que casi creía que
durante todos estos años había estado acariciando un sueño de amor y de muerte.
El sueño de un país imaginado del que salió una noche en que bombardeaban el
Sur del Líbano.
-Podíamos
ver las columnas de humo que dejaban los bombardeos de las guerrillas.
Añadía,
mientras nosotros la escuchábamos con atención y balbuceábamos algunas palabras
de afecto. Expresaba las imágenes desnudas, se le agolpaban los
recuerdos… Y yo pensé en
las barreras que nos separan a todos.
Mi
padre, comerciante de telas, se dio cuenta enseguida del problema de
criar a sus hijos en zonas en donde los conflictos armados estaban a la orden
del día, por eso recapacitó
que no quería que ellos vivieran el drama y el dolor. Y tuve la suerte de que
mi madre, una catalana muy inteligente sabía siempre qué había qué hacer. Repartió
a cada uno de sus hijos en las casas de los tíos, en zonas seguras. Así
que durante días viajamos entre luces, por lo que hoy políticamente se
denomina "cielos abiertos", hicimos escalas en aeropuertos europeos,
abrazamos el techo entero del cielo.
Finalmente llegamos a Madrid.
Mientras
hablaba, lloraba como si recordara solo lo bueno, como si hubiese sentido la
niñez ya perdida, como si la vida se le hubiera escapado. Deolinda le ofreció
un vaso de agua. Nos alcanzó su emoción, la ruina acumulable del paisaje,
de una civilización
malgastada, los afectos.
El
grado de humanidad de una amiga que acabábamos de conocer.
facebook/rosariovalcarcel/escritora
Un relato entrañable
ResponderEliminarMuy bueno tu comentario, Rosario. Siempre hay un lugar en el corazón que nos pertenece a nosotros y no a ninguna municipalidad. No tuve el honor ni el placer de conocer a Deolinda, pero sí a Violeta con quien compartimos alegrías y momentos increíblemente humanos.
ResponderEliminarGracias Rosario por estos relatos que parecieran relatos cuentos y que son una realidad tan lejos de Chile, pero que toca aquí a los descendientes y a todos, ahora que cada vez parecemos tan cerca con la globalización. Abrazo.
ResponderEliminarANA ROSA Valdivia Chile.
Gracias a los tres por los comentarios, por querer conocer una parte de la historia de mi nueva amiga Violeta. Un abrazo especial para mi amiga escritora Ana Rosa Bustamante.
ResponderEliminarSiempre te leo, al igual que a Luis, lo que no siempre tengo comentarios. Saludos
ResponderEliminarAy, ay! Juanj Calero!!!!!!!!! tú siempre tan tímido. JAJAJAJ
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